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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El acuerdo Yeltsin-Gorbachov

EL ACUERDO alcanzado entre el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov y el presidente de Rusia, Borís Yeltsin, para asumir conjuntamente la supervisión de un grupo de expertos encargado de preparar el paso a la economía de mercado es la novedad más sustancial en la política interior de la URSS desde los cambios constitucionales que han dado paso a un nuevo sistema de poder. Su importancia radica en su mismo contenido, ya que del paso a la economía de mercado depende todo el futuro, tanto económico como político, de ese gigantesco país. Es cierto que el acuerdo, por ahora, se refiere al procedimiento y que no existe todavía una política concertada. Pero el hecho de que tanto la selección del grupo de expertos como la fijación de las bases de su trabajo hayan sido decididas por consenso indican que el ámbito de la coincidencia es ya apreciable.En un comentario sobre el tema, Pravda dice que Yeltsin y Gorbachov han demostrado "un alto sentido de responsabilidad y flexibilidad política, venciendo las tendencias al enfrentamiento, para firmar una alianza política en aras de la profundización de la reforma". La expresión alianza política, publicada en el órgano del PCUS, merece ser destacada. La trayectoria de Yeltsin, desde su eliminación del Buró Político y de la secretaría del PCUS en Moscú, se ha carácterizado por una enorme popularidad y por un fuerte sentido crítico, que hizo de él, en varias ocasiones, adversario principal de Gorbachov. Hace un mes se dio de bajá del PCUS para actuar sin ataduras de partido, con plena independencia, como presidente de Rusia. Estamos, pues, ante una alianza entre el secretario general del PCUS y un líder político que acaba de irse del partido, y que además representa una amplia corriente socialdemócrata, con personalidades como Popov, alcalde de Moscú, y Sobchak, de Leningrado. Por tanto, es muy probable que a partir de ahora el programa económico de la perestroika no sea sólo el de Gorbachov, sino más bien el que surja de un compromiso entre él y los sectores progresistas que abandonaron el PCUS el mes pasado.

¿Cómo se explica esta alianza? Tanto Gorbachov como Yeltsin han asumido un imperativo impuesto por la situación. Si el Ejecutivo de Rusia y el Ejecutivo de la URSS se enfrentasen o marchasen cada uno por su lado, el caos alcanzaría en breve plazo cotas de difícil contención. Rusia tiene en la URSS un peso tal -el 76% del territorio, más de la mitad de la población, el 70% de la producción industrial y agrícola- que, si un Gobierno soviético tuviese que actuar sin el respaldo de Rusia, sena una simple entelequia. Por ello, el acuerdo Yeltsin-Gorbachov refleja un fenómeno más general: el nuevo reparto del poder, que se está operando como consecuencia no ya de la perestroika, sino, más concretamente, de la afirmación de su soberanía por parte de diversas repúblicas. El desmoronamiento de ese poder total que tenía anteriormente el secretario general del PCUS se traduce en dos procesos paralelos: crece el poder de los órganos del Estado con una base electoral, como el Congreso de los Diputados, y también el de las repúblicas, sobre todo el de algunas. Esa desintegración de la URSS que algunos anunciaban como un apocalipsis está tomando otras formas: una creciente conquista de poder por los Gobiernos de las repúblicas en detrimento del poder de Moscú.

El caso de Rusia es patente. Sin un compromiso con Yeltsin, Gorbachov no podría gobernar en materia económica. Otro hecho sintomático ha sucedido en Armenia: Gorbachov decretó el desarme de las milicias armadas del nacionalismo armenio. Pero el Parlamento armenio, presidido por un nacionalista, Ter-Petrosián, ha anulado esa orden. El conflicto se ha resuelto finalmente con la aceptación por Moscú de las competencias de las autoridades armenias. Parece, pues, que la URSS entra en una nueva fase en la que el compromiso entre el centro y las repúblicas, y entre las diversas corrientes del reformismo, se convierte en exigencia política insoslayable.

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