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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Apertura a la sociedad

CONTRA CASI todos los pronósticos, julio acabó sin que sucediesen dentro del mundo del partido socialista algunas de las cosas que parecían planificadas con bastantes meses de antelación: la eventual remodelación del Gabinete y la hipotética perestroika del socialismo hispano en vísperas de su 32º congreso. Ambas circunstancias, pretextadas por un elemento imprevisible: los efectos del caso Guerra en el Gobierno y su partido. Antes de las vacaciones, Jorge Semprún lanzó una piedra al estanque para ver si, tras el silencio embarazoso que siguió a la mínima insinuación de Solchaga, algo se movía. Se le ha contestado recordándole que no tiene carné y -lo más sorprendente por la mediocridad del argumento- que fue comunista. Ahora todas las miradas están pendientes del presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, que parece haber abordado el mes de agosto como periodo de reflexión extraordinario sobre ambas instituciones, partido y Gabinete.El objetivo sustancial es el de abrir el partido a la sociedad. Aunque a veces se utiliza de manera interesada, hay bastante de cierto en el argumento según el cual la debilidad de la oposición otorga al PSOE una especial responsabilidad como fuerza política vertebradora de la sociedad. Por ello mismo, una división de ese partido sería lamentable para la estabilidad del sistema. Se comprende entonces que González se tiente la ropa antes de dar determinados pasos que puedan comprometer esa unidad.

No sólo tiene a mano el ejemplo actual de las baronías de los socialistas franceses, sino, sobre todo, la memoria de lo ocurrido en el mismo PSOE hace 50 años. La división del socialismo, la fuerza republicana más estructurada, en tres sectores prácticamente independientes -caballeristas, prietistas y besteiristas- tuvo mucho que ver con la crisis que precedió al desastre. Como novedad hay que añadir que las perspectivas económicas próximas -lo que genéricamente ha dado en llamarse retos del 93 y, más inmediatamente, la probabilidad, reforzada por la nueva crisis del petróleo, de un nuevo periodo de ajuste el próximo año- aconsejarían un partido -y un Gobierno- sin fisuras y con capacidad de resistencia.

Sin embargo, al punto que han llegado las cosas, no es seguro que esperar a que escampe sea la mejor manera de preservar la unidad y reforzar la capacidad de intervención de los socialistas. Haber cerrado en falso el caso Guerra es algo que pasa factura todos los días y genera un desgaste agotador; la victoria de Andalucía en absoluto significa una cicatrización, por más que sea comprensible que así lo pretendan el vicepresidente y su entorno. Por una parte, si la percepción social de un clima de corrupción generalizada, atizada interesadamente por los nostálgicos, no ha dado origen a movimientos populistas antisistema tipo Le Pen es porque la buena coyuntura económica ha limitado sus posibilidades de arraigo. Con todo, la abstención andaluza puede considerarse un inquietante aviso. Por otra, si los movimientos de disidencia en el seno del PSOE han sido hasta ahora controlables por el aparato es porque Felipe González mantiene su papel aglutinante. Pero ambos factores pueden modificarse en el futuro.

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Si se interrumpe el ciclo expansivo de la economía, la propia debilidad de la oposición favorece el surgimiento de fuerzas antisistema, anulando el complaciente argumento de que "el guerrismo es una máquina de ganar elecciones". Y si González persiste en la inmovilidad, la ya considerable distancia entre la percepción de la realidad por la opinión pública y por el aparato del partido se trasladará al interior del PSOE: muchos militantes cualificados se pueden negar a seguir siendo socialmente identificados con la imagen de minoría cerrada y poco escrupulosa en sus comportamientos que proyecta ese aparato.

Abrirlo a la sociedad, y en primer lugar a las otras sensibilidades existentes en el campo socialista, no es un capricho de intelectuales rencorosos o tecnócratas ambiciosos, sino una condición para que el partido que tanta responsabilidad tiene en la vertebración del país pueda responder con seguridad en sí mismo a los problemas que asoman en el horizonte. Y si es comprensible que González vacile ante la ausencia de alternativas organizativas claras al actual modelo, esa ausencia es el mejor síntoma de las debilidades del modelo mismo. Que todo dependa de una conversación entre dos personas, González y Guerra, indica que el PSOE, que tantos éxitos ha cosechado en la última década, ha fracasado en la institucionalización de un sistema racional de distribución del poder en su propio seno. Por ello mismo, algunas personas con influencia en los contertulios deberían abandonar por un momento su exceso de prudencia y dar un paso al frente. Simplemente, que dijeran en voz alta lo que piensan.

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