Cumpleaños feliz para la reina madre
El miembro más popular de la casa real británica celebra su 90º aniversario
La reina Isabel, madre de la actual soberana inglesa, celebró ayer sus 90 años en olor de multitud. Acabó así un ciclo de conmemoraciones a lo largo de todo el país que ha durado semanas. La reina madre es el más popular de los miembros de la familia real y tanto en las calles del proletario East End londinense como en las recepciones de su Escocia natal, los británicos se han extasiado ante su presencia. La reina madre es la punta de lanza de una monarquía archipopular pero no exenta de críticas. El reto de la Corona es responder a las expectativas que los súbditos tienen sobre su futuro.
La popularidad de la reina madre tiene mucho que ver con su comportamiento populista durante la II Guerra Mundial y con la imagen de ser humano como los demás que ha construido en torno a sí. Frente al distanciamiento grandilocuente de Isabel II, su madre aparece a ojos de los británicos como la abuela vivaracha que no hace ascos al alcohol y gusta de las emociones hípicas.La Corona británica, que hoy parece tan sólida, ha pasado por diversos momentos críticos en el último siglo y medio; la propia reina Victoria, que heredó una monarquía en bancarrota, vaticinó que la institución no le sobreviviría 20 años. Victoria no estuvo lejos de dar en el clavo y, tras la crisis de la abdicación de Eduardo VIII en 1936, cuando el prestigio de la monarquía se arrastró por simas desconocidas, el futuro Jorge VI y marido de Isabel pensó que iban a acabar todos colgados de las farolas.
Jorge VI ni había sido preparado para reinar ni tenía el carisma para resolver la papeleta. Fue la voluntad de hierro de la aristócrata escocesa convertida en reina consorte lo que le sostuvo en el trance y lo que contribuyó al engrandecimiento de la institución a ojos de los británicos. La guerra constituyó el punto de inflexión. Los monarcas se negaron a abandonar el país y refugiarse en Canadá. "Las niñas (la hoy Isabel II y la princesa Margarita) no se van sin mí; yo no me voy sin mi marido y el rey no se irá nunca", dijo a la sazón Isabel, quien tras el bombardeo del palacio de Buckingham.
Monárquicos, pero menos
La gente del maltratado East End le ha reiterado esta semana el aprecio que se ganó con sus visitas para subir la moral durante la guerra. The Times resumía el reencuentro con un "aquí todos son monárquicos". Un reciente sondeo de opinión era menos entusiasta y dejaba entrever que el 15% de la clase trabajadora británica no está por la Corona, sentimiento compartido por el 9% del resto de la población. El 6% de los británicos piensa que la abolición de la monarquía sería beneficiosa para el país y el 28% estima que la Corona ni suma ni resta a la nación.
A la casa de Windsor le envuelven tanto asfixiantes inciensos de adoración fetichista como críticos chirridos de republicanos irredentos. La revista Living Marxism no tiene empacho en decir de la familia real que "en privado atiborra sus cofres con riquezas robadas por todo el mundo", una idea expresada con más elaboración, profundidad y amplitud en libros que destacan por su enfoque agresivo en un mar de literatura laudatoria a la que estos días se han unido nueve nuevos títulos al amparo del regio cumpleaños.
La monarquía británica es popular, pero este cumpleaños y la nueva dotación económica para los miembros de la familia real han hecho saltar chispas. La celebración de un desfile especial en honor de la reina madre a finales de junio provocó un embotellamiento tal en todo el centro de Londres que The Times se llenó de ironía y reconoció que si la capital británica ya no es el centro de antimonarquismo de antaflo, el "Londres moderno gusta de su realeza pero le gustaría más en menores dosis".
Son los dineros los que ponen a los británicos en el disparadero. A la reina acaban de ofrecérseles 7,9 millones de libras (unos 1.500 millones de pesetas) anuales durante la próxima década para gastos oficiales. No es esta cantidad la que ha provocado el airado levantamiento de algunas cejas, sino las libras dedicadas al mantenimiento del resto de la familia, que eleva el total anual hasta casi los 10 millones.
A Tony Benn, laborista republicano hasta la médula, se le acusa de estridencia cuando dice que "mucha gente cree que las cantidades abonadas a la familia real exceden con mucho a los servicios prestados", algo con lo que, en realidad, está de acuerdo la mitad de los británicos. Empero, son las voces de la derecha radical las que más llaman la atención en el coro de los agraviados. Anthony BeaumontDark, parlamentario conservador, ha pedido en los Comunes que la soberana tribute impuestos, en fiel reflejo de lo que piensan tres de cada cuatro isleños, y entre los tories hay quienes hablan de privatizar la monarquía y convertirla en una simple entidad de representación esporádica sostenida por sus propios recursos.
La mayoría de los británicos querría ver a la familia real trabajar y ganarse un sueldo, y el príncipe Carlos, que tiene un instinto para sintonizar con el pueblo, está con ellos. Pero el dilema no tiene fácil solución. El príncipe Eduardo, el benjamín de los hijos de Isabel II, va a crear una compañía de teatro propia y el contribuyente ha puesto el grito en el cielo al ver que un joven perfectamente capaz de trabajar va a recoger 100.000 libras anuales (casi 20 millones de pesetas) del erario público.
Casi la mitad de los británicos desearía ver a Isabel II abdicar en favor de Carlos, a lo que lord St. John responde que "la reina no tiene intención de hacerlo y pobre del que se atreva a sugerírselo".
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