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Labourdette, el polícia que se puso a la altura del adversario

El jefe de seguridad de la Embajada francesa en Beirut armaba a los gánsteres de Marsella

Los franceses se preguntan este verano hasta qué punto una guerra puede cambiar los valores morales de unos funcionarios públicos de irreprochable pasado. Esa inquietud tiene su origen en el descubrimiento de que una decena de policías encargados de proteger la Embajada de Francia en Beirut han estado vendiendo armas a los gánsteres de Marsella. Los policías suministraban los fusiles de asalto M- 16 y Kaláshnikov, las pistolas ametralladoras Scorpio, los lanzagranadas y lanzacohetes con que los mafiosos marselleses atacaban furgones blindados teóricamente inexpugnables.

El tráfico de armas entre Beirut y Marsella recién descubierto por las autoridades francesas es el folletín del verano, afirmaba el pasado miércoles un editorial de Le Monde. De momento, 14 personas, de ellas nueve policías, han sido acusadas formalmente por el juez instructor. Entre los policías detenidos se encuentra el brigada Jean-Claude Labourdette, responsable de la seguridad de la Embajada francesa en Beirut.El escándalo ha estado a punto de salpicar la reputación del ministro Bernard Kouchner, titular de la cartera de Acción Humanitaria y, en razón de su cargo, asiduo visitante de Líbano. Dos diarios sensacionalistas parisienses aseguraron que las armas efectuaban el viaje entre Líbano y Francia en el avión de Kouchrier y con su consentimiento. Un tribunal ha puesto con presteza las cosas en su sitio: cabe la posibilidad de que los policías usaran el aparato de Kouchner para transportar su mercancía, pero en cualquier caso es seguro que el ministro no estaba al corriente. Los dos diarios han sido condenados por calumnias.

El folletín del verano ha recordado que la guerra puede convertirse en un modo de vida mucho más fácilmente de lo que piensan los habitantes de los países donde reina la paz. Desde hace tres lustros Líbano es buena prueba de ello. Se necesita una gran fortaleza moral para que la vecindad cotidiana de la muerte no termine por hacer irrelevantes los tráficos de armas, drogas, divisas o influencias.

Siempre en el primer coche

Al parecer, el brigada Jean-Claude Labourdette terminó perdiendo esa fortaleza. Labourdette era un personaje bien conocido por los corresponsales de prensa en Beirut. Con sus gafas de sol RayBan, su pistola en el cinturón y su walkie-talkie en la mano, el policía francés formaba parte del decorado. Él era desde 1985 el encargado de organizar la protección del embajador de Francia en Beirut y de las raras personalidades francesas que, como Bernard Kouchner, se descolgaban por la ciudad.A los corresponsales de su confianza Labourdette explicaba cómo organizaba los movimientos en automóvil de sus protegidos. Él ocupaba siempre el primer coche, que tenía como objetivo abalanzarse contra cualquier obstáculo; el segundo vehículo transportaba al vip; el tercero cubría la retaguardia y garantizaba la protección lateral.

Aquellos Peugeot 604 blindados en formación de combate hacían crepitar sus neumáticos en el maltratado asfalto libanés. Su interior hervía de policías de las Compañías Republicanas de Seguridad (CRS), que Labourdette había entrenado en el propio Beirut. Los CRS ponían cara feroz sacaban sus armas por las ventanillas y no apartaban los dedos de los gatillos.

Hacerse respetar

Una vez, Labourdette dijo a Gilles Delafont, el corresponsal de Le Point en Beirut: "Tú nunca verás las armas de los escoltas de Reagan o Gorbachov. Pero aquí estamos en Oriente Próximo, y para hacerte respetar es preciso mostrar tu fuerza; tienes que ponerte a la altura del adversario".Tenía razón. En un país donde los franceses eran víctimas permanentes de atentados y secuestros, las caravanas organizadas por Labourdette nunca fueron atacadas. En los hoteles de Beirut, los periodistas contaban las hazañas del brigada. Una vez había rescatado a un diplomático bloqueado en su apartamento en medio de un feroz combate entre milicianos drusos y shiíes. Otra había apartado con su fusil lanzacohetes M-18 a los soldados sirios que pretendían adueñarse de dos rehenes recién liberados, los periodistas Roger Auque y Jean-Louis Normandin.

El pasado fin de semana, Labourdette, de 47 años de edad, fue trasladado en un vuelo especial desde Beirut a Marsella. En esta última ciudad fue interrogado por el juez, acusado de tráfico de armas e ingresado en prisión. Los investigadores habían encontrado todo un arsenal en su domicilio parisiense. Por respeto al hombre que la prensa francesa llama "el héroe caído de Beirut", los policías no le esposaron.

Cuando le preguntaban por qué se quedaba tanto tiempo en Beirut, Labourdette, como tantos otros adictos a la ciudad en guerra, respondía: "El sol, las playas, la comida, las chicas..."; las tradicionales mentiras piadosas de los que no encuentran el modo de abandonar una vida de aventuras. Pero hay un refrán árabe que dice: "Al cabo de 40 días pasados entre ellos, o los dejas o te conviertes en uno de ellos". Labourdette terminó quizá por convertirse en uno de ellos.

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