_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Del donjuanismo al violacionismo

¿Ha desaparecido ya del mundo occidental el donjuanismo, que tanto dio que comentar y que escribir? Desde que Marañón en 1924 (Revista de Occidente), con interpretación algo excesiva, puso de relieve algunos de sus fundamentos posibles, han ido disminuyendo su frecuencia y el interés por la figura del Burlador. El Don Juan, conocido, muchas veces, sólo por sus víctimas y por los prosélitos que reían sus baladronadas y admiraban sus fanfarrias, solía predominar entre los hombres semimaduros, la fama les venía después de su adolescencia formativa. Por demás, todos los hombres suelen tener algo de Don Juan, según Ortega, que llegó a dividirlos en tres grupos: los que creen ser donjuanes, los que creen haberlo sido y los que creen haberlo podido ser pero no quisieron.La precoz sexualización del ser humano, el adelanto cronológico de las edades con aptitudes intelectuales eficientes, la subversión de los valores morales y el cambio lógico de los hábitos sociales de las generaciones, han acabado por eliminar los deslumbradores amoricones. El clásico Don Juan abandonaba a la mujer con ligereza un tanto desalmada, y siempre en detrimento de la que carecía de recursos protectores frente al seductor. Hoy, casi invertidas las costumbres, la mujer ha pasado a ser la seductora del varón, una especie de Venus verticordia quizá descordializada. En el donjuanismo se exigía hambre de conquista amorosa por parte masculina y falta de capacidad defensiva por la femenina; sólo se buscaba el transitorio goce y el orgullo del triunfo. De otra parte, siempre fue muy dificil hacerse amar de .una mujer que esté decidida racionalmente a no sufrir, porque no hay en el mundo sordo más sordo que la mujer que no quiere oír. Don Juan presumía de hacer sus conquistas venciendo resistencias más o menos tenaces, pero huía en cuanto se sentía amado, porque no quería terminar por sentir su propio amor. Y se vanagloriaba tanto de haber llegado a ser querido como de haberse enfrentado con un peligro y sabido evadirse de él. Naturalmente, esto requería un cierto grado de heroísmo, que era su gloria, y otro mayor de crueldad, que era la base de su dominio.

Hoy ni en la juventud ni en la madurez se tienen grandes sentimientos amorosos, porque constituirían estorbos para otras cosas -sociales, políticas, financieras, etcétera-, que circunstancialmente interesan más, aunque su valor espiritual sea menor. El amor de hogaño se esfuerza por ser prudente, pues la experiencia actual recomienda desconfiar.

Casi se ha evaporado también el antiguo flechazo, mirada que era arma primera de Don Juan; en ella arraigaba su presunción de correspondencia. Y una de sus incitaciones más importantes consistía en engañar a los maridos y mancillar su honor. Pero ante la hodierna facilidad para ligar -verbo atinadísimo, como su derivado el ligue-, el propósito de poseer a la esposa de otro no representa ya una desafiante o traicionera valentía, porque algunos maridos que lo intuyeran volverían tarde a sus hogares para eludir enojosos escándalos adulterinos, o catástrofes financieras, o pérdidas de poder. El zorrillesco Comendador se haría hoy el distraído pensando que Don Juan Tenorio utilizaría anticonceptivos. Y los automóviles, que fueron lujosos cebos para la pesca femenina, son hoy instrumentos de trabajo de prostitutas y travestidos o simples trasportes hacia lugares de cita. Marañón había ya anunciado parecida misión a los teléfonos. Y no hablo de la disminución de la religiosidad católica, porque la Iglesia siempre utilizó el sexto mandamiento para sus fines. No se olvide que el apodo donjuán proviene de la experiencia confesionarial de fray Gabriel Téllez. El donjuanismo francés, con tradiciones históricas, picarescas y literarias, no necesitaba el recuerdo anual novembrino de una representación teatral. Aquí ya tampoco se repone en escena. Georges Duhamel, que era médico, relató la alegría de un personaje que se sintió feliz al enterarse de que el amante de su esposa podría ser un ho,mosexual.

A Don Juan le enaltecían sus mismos compinches, que o le retaban a duelo por envidia o le rendían culto por su capacidad para despreciar el pudor, la virtud, la moral y el honor de, la mujer. Hoy el pudor está representado por la escasez de decoro, la virtud por el vicio, la moral por la amoralidad y el honor por la indiferencia. La preñez ya no se vislumbra entre los jóvenes, que suelen saber evitarla e interrumpirla.

De todo lo anterior se deriva un hecho casi de valor histórico: que el donjuanismo ha sido reemplazado por el violacionismo. En un mundo en que la mujer ya no es débil ni ingenua, sino que, por el contrario, es potente y burlona -ahora es ella la burladora-, no cabe ya el ardid primoroso que utilizaba el Don Juan para llegar al tálamo a triunfar o fracasar. Lo mismo podría decirse de las cartas de amor; hoy cuando la mujer recibe una carta piensa más en la posibilidad de que contenga un nombramiento o un cese, ya que puede aspirar con idéntico peso que el varón a una concejalía, a una calificación entre las Fuerzas Armadas o a un ministerio. Cartas que, como decía Heliófilo en una de sus Charlas al sol, allá por 1929, no son cartas de liberación de la mujer tal como creen la mayoría de ellas, son de verdadera condenación oficial, bien que remunerada.

Ante todas esas realidades, el hombre-animal que no sabe dominar su avidez sexual y procede sólo por gónadas no busca ya la clásica vía del enamoramiento, sino que se lanza al semiasesinato de la violación. Se viola a destajo, con violencia inaudita y donde quiera que sea; en un descampado, una calle oscura o un ascensor. En esta época de los derechos largos y de las faldas cortas, estas últimas estimulan a los que carecen de conciencia y hay jueces tridentinos que alargan el derecho en función de la cortedad de faldas.

El violador tiene que amenazar, agredir o matar, lo que jamás haría Don Juan. "0 jodes o te degüello", fue la frase usada ante una asistenta doméstica adolescente y virgen, que la dejará neurótica acaso para toda la vida. Monstruos de esa calaña han usurpado el famoso lugar de Don Juan, porque saben que con la táctica enamoradiza del donjuanismo harían el ridículo ante la mujer moderna. Del amor compartido los violadores no tienen ni idea; y bajo una amenaza de muerte, la mujer experimentada da el sexo servido antes que morir o ser mutilada.

Ya es lamentable la frivolidad con que ahora se llama "hacer el arnor" al hecho de realizar el coito en la terminología que manejan los asaltadores de hembras. Ese acoplamiento lingüístico entre los verbos hacer y amar es una anfibología confusionante, porque el amor, con o sin pudibundez, no se fabrica con el juego crispado de dos cuerpos que se desfogan en segundos. Sorprende advertir que haya hombres, como los violadores, que en ese fugaz ajetreo corporal encuentren satisfacción amorosa; para eso han estado siempre las prostitutas.

En 1967 se preguntaba Francoise Parturier si algún día podría matarse al ente Don Juan y daba sus consejos al respecto; pero muerto ya, el sustituto va a dar mucho más que hablar por su falta de inteligencia, por su exceso de crueldad y por la desaparición de la belleza amatoria. Ningún violador sabe decir con honradez un "te quiero...".

En los vaivenes del amor humano, Don Juan era un personaje interesante, al decir de Ortega, que actuaba con ventaja y con ignorancia de la felicidad real, para ser un cazador de piezas fáciles con reclamo. Maraffión se equivocó cuando escribió que el donjuanismo volvería a florecer. En España reapareció una onda de seinidonjuanismo en la fase de irrupción del turismo (aquellos coqueteos con europeas norteñas que venían a hartarse de sol), pero duró poco, porque pronto las viajeras se pusieron en guardia o las indígenas empezaron a reemplazarlas.

Es muy triste descubrir que el sustituto del donjuanismo sea el violacionismo, frente al cual habría que inventar, siguiendo la pauta del doctor Pfin, gran personaje de nuestro simpático colega valenciano M. Picardo Castefión, un antiviolador electromagnético o, mejor todavía, un aparatito que llevado por las mujeres in situ o loco dolenti, produjera la electrocución local de esos avasallantos escorpiones.

F. Vega Díaz es médico y escritor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_