Al calor electoral
Formo parte de ese grupo que no votó en las pasadas elecciones andaluzas, masa de indeseables que rechazó un derecho constitucional para disfrutar de un fin de semana en la playa. Comprendo que los observadores políticos hayan buscado esta simple y rápida explicación ante el aplastante peso del silencio, pero fueron otras las razones de mi abstención. Me levanté tarde aquel día y con el mismo cansancio que había ido arrastrando toda la semana me bañé y me tomé una cerveza con dos aspirinas efervescentes, me obsesionaba que el techo estuviera lleno de manchas de humedad, puntos negros en los rincones desde las lluvias del invierno y le pedí a mi vecino Antonio una escalera para poder observarlos de cerca. Al subir se me bajó la tensión y tuve que abandonar la escalada; me eché en el sofá y encendí la televisión, era un programa sobre las elecciones, y con este ruido me quedé dormida. Soñé con antiguas pesadillas. Me despertó el camión de la basura: alguien había cerrado ya las urnas. Dijo Ortega y Gasset que la indolencia es una cualidad del Sur, tendríamos que pensar en los motivos-
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.