Grecia y las bases
EL SOCIALISTA griego Andreas Papandreu amenazó durante ocho años con cerrar las bases de la muerte, pero sin clausurar ninguna. Al conservador Constantino Mitsotakis le han bastado tres meses para, en circunstancias internacionales más favorables, conseguir de Estados Unidos el desmantelamiento de dos, las de Nea Makri y Helenikón, ambas a las puertas de Atenas. En realidad, el líder de Nueva Democracia y hoy primer ministro se habría conformado con que las bases estadounidenses siguieran en Grecia, trasladando si acaso a su nativa Creta la de Helenikón, pista con pista del aeropuerto internacional de Atenas.Washington se lo ha puesto más fácil. El Congreso está cerrando el grifo presupuestario al Pentágono y la primera consecuencia es el ahorro en los gastos militares en el extranjero, en la doble vertiente de personal e instalaciones. La aplicación de criterios de rentabilidad y la distensión motivada por los importantes cambios en el bloque del llamado socialismo real permiten ahorrar gastos -en bases, armas y personalsin perder eficacia.
Papandreu explicó siempre que cualquier acuerdo habría de ser sometido a referéndum nacional. Mitsotakis ni siquiera se lo ha planteado, sin recibir reproches importantes por ello. La mayoría de los ciudadanos griegos es favorable al mantenimiento de un compromiso que puede ser una garantía contra el único enemigo potencial en el próximo horizonte: Turquía.
Grecia y Turquía son vecinos y aliados. Ambos son socios de la OTAN. Ankara incluso quiere sentarse jnto a Atenas en la mesa de la Comunidad Europea, lo que no parece sencillo. Pero los conflictos de Chipre (con el 40% de la isla ocupada por las tropas turcas) y del mar Egeo (que puso a los dos Estados al borde de la guerra en marzo de 1987) les tienen aún con las espadas en alto. El espíritu de Davos, creado por Papandreu y Turgut Ozal (entonces primer ministro y hoy presidente de Turquía), dio algunos frutos. Pero los recelos permanecen.
Para Grecia era muy importante que Estados Unidos le proporcionara alguna protección frente a la amenaza del Este. No puede quejarse. En el preámbulo del acuerdo se afirma que ambos Estados protegerán "la seguridad, soberanía, independencia e integridad territorial del otro país contra acciones que amenacen a la paz, incluyendo el ataque arinado". Para Atenas era suficiente. Para Ankara, excesivo. Washington tranquilizó al Gobierno turco al aclarar que en ningún caso el acuerdo podría ser utilizado contra cualquier otro país integrado en la OTAN.
El Gobierno griego, por su parte, recibe también seguridades de que la ayuda militar estará guiada por el principio del mantenimiento del equilibrio de fuerzas en la región, lo que se interpreta como una garantía de que seguirá funcionando la regla 10 a 7, es decir, 7 dólares a Grecia por cada 10 a Turquía. Un trato nada despreciable habida cuenta de que el país musulmán quintuplica la población del ortodoxo. Aún más, junto a la ayuda militar avanzada (345 millones de dólares al año durante los ocho de duración del tratado) llegará otra, por importe superior a los 1.000 millones, aunque en forma de equipos y armas (sobre todo aviones) de segunda mano.
Las bases han dejado de ser una cuestión sensible para los griegos. Sus problemas más importantes vuelven a ser la inestabilidad política (tres elecciones legislativas en 10 meses y un Gobierno con, un solo diputado de mayoría en el Parlamento) y la económica, situación que ha provocado ya una severa reprimenda de la CE. Mitsotakis habrá de afrontar prioritariamente, pues, la cruda realidad nacional.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.