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LA VUELTA DE LOS BO-DOI

El otro regreso

Miles de antiguos soldados vietnamitas en Camboya, desempleados y mutilados, muestran su frustración por las calles

Ciudad de Ho Chi Minh, Hanoi. Nhgia, de 23 años, pasó dos años en el seno del cuerpo expedicionario vietnamita en Camboya. En 1988 perdió su pierna derecha al saltar sobre una mina cerca de Siemrap: "Hoy he vuelto a ser un niño, estoy a cargo de mis padres", dice con fastidio. Dung, de 25 años, ha surcado durante tres años el oeste camboyano con una patrulla de exploradores vietnamitas: "Perdí el tiempo". Tuan, de 30 años, fue uno de los primeros bo-doi que entraron en Phnom Penh en enero de 1979: "Desperdicié los mejores años de mi vida y perdí el contacto con la civilización y la modernidad...".Esta desilusión, que Nhgia y Dung no aceptan confesar hasta que llega la noche, en el patio interior de un restaurante de Ho Chi Minh, mientras que Tuan lo hace en presencia de un guía oficial de Hanoi, refleja, al parecer, un sentimiento ampliamente compartido por numerosos soldados desmovilizados de Camboya. Una desilusión tanto más amarga cuanto que el regreso de los bo-doi a su país ha tomado el camino de la decadencia humana y social. Como dice crudamente un diplomático occidental en Hanoi, "Ios planes de reinserción social en Vietnam son, cuando menos, desorganizados...".

Para esos soldados, en su mayoría, jóvenes campesinos, o parados, que fueron enviados al combate tras una instrucción sumaria de tres meses, aquella guerra nunca fue la suya. Con una misma unanimidad, los tres testigos reconocen que en ningún momento sintieron ni la más mínima fibra patriótica al ir a luchar en los bosques camboyanos. "A la mayor parte de los jóvenes soldados les importaba un bledo lo que podía ser Pol Pot. Sólo cuando un amigo caía en combate empezaba uno a convertirse de verdad en enemigo de los jemeres rojos", explica Dung.

"El Gobierno nos engañó", asegura Tuan, quien refiere cómo en 1977, junto con otros soldados, después de haber sido enviados por tren de Hanoi a la ciudad de Ho Chi Minh, subieron a unos camiones que los llevaron, al alba, hacia un destino desconocido. "Al ver que las personas y las casas eran diferentes fue cuando nos dimos cuenta de que estábamos en Camboya".

Rechazo

La mayor parte de las veces se veían rechazados por una población hostil: "Era comprensible", reconoce Tuan, "pues nosotros éramos unos extranjeros que llegábamos allí armados". Los bodoi se encontraron inmersos en una guerra particularmente cruel y homicida. Nhgia recuerda la muerte de tres de sus amigos: "Cuando volvimos al día siguiente al campo de batalla para recuperar sus cuerpos el enemigo los había decapitado".

En cuanto a Tuan, estima que los dos tercios de su unidad, unos 50 hombres, cayeron muertos en combate. "En cinco años murieron de 200 a 300 hombres en mi unidad". El callejón sin salida en donde se veían atrapados muchos bo-doi en Camboya acabó por limar su moral y, a menudo, se hicieron culpables de robos, violaciones y otras exacciones contra la población camboyana.

El balance real de los vietnamitas que cayeron en Camboya tal vez no se conozca nunca. Pero, según las cifras oficiales, se eleva a 30.000 muertos, o sea, una décima parte de los 300.000 bo-doi que se sucedieron en 10 años de invasión de Camboya. El Gobierno reconoce asimismo que 25.000 soldados cayeron en Camboya entre 1977 y 1979, durante los primeros enfrentamientos masivos contra los jemeres rojos entonces en el poder.

Desde septiembre de 1989 los bo-doi, con excepción de unos cuantos millares que volvieron o se quedaron en Camboya para apoyar al ejército de Phnom Penh, han regresado a su país. Dung, Nhgia y Tuan vivieron este retorno con fortunas diversas.

Para Dung, que dejó Camboya en abril de 1989, la vida ha reanudado su curso de antes de la guerra. "Por desgracia...", suspira. Conductor de ciclo-ricsha en la ciudad de Ho Chi Minh antes de ser movilizado en 1986, envió una carta, nada más llegar, a la oficina de reclutamiento local, sin obtener respuesta. Terminó por encontrar un ciclo-ricsha, pero siente que el Gobierno no hiciera nada".

Nhgia, antes de salir para el frente, era camionero. En 1988, cuando vuelve a la ciudad de Ho Chi Minh con una sola pierna, ya no le es posible conducir un camión de 15 toneladas. Se dirigió al servicio de heridos de guerra. "Ha pasado un año y aún no he recibido ninguna respuesta. Todos mis amigos heridos están en el mismo caso", afirma.

Como única gratificación, cobra un subsidio de invalidez de 15.000 dong al mes (unos tres dólares). Hoy arrastra su miseria y su prótesis de plástico sobre una bicicleta herrumbrosa en el distrito cinco, uno de los barrios más pobres de la antigua capital del sur. Pasa el día discutiendo con sus vecinos, mientras su madre recorre las calles, encorvada bajo unas banastas llenas de pastelillos, brochetas y frutas, único recurso de la familia.

Difícil reinserción

Nhgia no es muy exigente, sin embargo: desearía hacerse sastre u orfebre en alguna de las tiendecitas que pululan en la ciudad de Ho Chi Minh. Pero no sabe a quién dirigirse. Ha oído hablar vagamente de los centros de formación, de los programas de reinserción tan alabados por el Estado, pero "son para los jóvenes de buena familia y para los hijos de militares". Sin duda, acabará por unirse a esos fantasmas de una sola pierna, con camisa y pantalón caqui que, con una botella de alcohol en la mano, recorren de puerta en puerta Cholon, el barrio chino de la ciudad Ho Chi Minh, con la esperanza de una limosna.

En cuanto a Tuan, es más bien un privilegiado. Un empleo estable en cuanto regresó a Camboya atenuó ampliamente la amargura de haber malgastado su adolescencia. Pero no oculta que fue gracias a su padre, empleado de ferrocarriles, como pudo conseguir el puesto de maquinista con 80.000 dong de sueldo al mes (unas 1.600 pesetas). Hace unos meses, sin embargo, Tuan decidió abandonar los trenes para lanzarse a los negocios con su familia, en el mercado de Dong Xuan, en Hanoi. "Gano 10 veces más y si las cosas no marchan bien siempre podré volver a mi empleo de ferroviario".

La reinserción de los soldados desmovilizados no es, sin embargo, un problema reciente en Vietnam, país donde la historia, desde hace varias decenas de años se confunde con una multitud de conflictos armados. Hubo, más recientemente, los vencedores de 1975, luego los combatientes de la frontera china y, finalmente, los de Camboya. El año pasado, el diario del Ejército Quan Doi Nhan Dan informaba de que, desde 1976, únicamente el 7% de los soldados desmovilizados han encontrado un empleo estable, el 25% tienen un trabajo a tiempo parcial y el 68% están en el paro.

Sólo en la ciudad de Ho Chi Minh, añadía la revista Dai Doan Ket, había en 1989 más de 30.000 soldados desmovilizados sin empleo. La desmovilización de los antiguos combatientes de Camboya sobreviene en una situación económica aún muy precaria. Aunque se haya constatado en ese terreno una neta mejoría desde hace dos años, la tasa de paro oficial sigue alcanzando al 20% de la población activa. El porvenir se anuncia más bien sombrío. "Cada año", explica el señor Sghien Xuan Tue, vicedirector del Departamento de Relaciones Internacionales en el Ministerio de Trabajo, de Inválidos y Asuntos Sociales de Hanoi, "un millón de jóvenes llega a la edad de trabajar".

Desde hace un año hay que contar asimismo con los 500.000 bo-doi desmovilizados, dentro del marco de una gigantesca operación de reducción de los efectivos militares. Bien es cierto que el Ejército ha colocado ya a buena parte de sus antiguos, utilizando especialmente con fines civiles las competencias adquiridas en ingeniería militar como, por ejemplo, durante las gigantescas obras en el pantano de Hoa Binh y en las plantaciones de café de los altiplanos, pero la capacidad de absorción del Ejército no es ilimitada. Tanto más cuanto que el plan de desmovilización debe afectar, cuando llegue a su término, a otros 25.000 soldados más.

Sacrificarse por la patria

Finalmente, los cambios sucedidos en Europa del Este obligarán próximamente a los asi 100.000 trabajadores vietnamitas que habían sido allí enviados, para permitir especialmente enjugar parte de la deuda del país, a hacer las maletas y a aumentar las filas de los parados.

Las autoridades se esfuerzan, no obstante, por embellecer el cuadro de los soldados desmovilizados. Desde siempre -afirman-, el Gobierno ha dado prioridad a la formación y empleo de sus héroes. "Merecen este privilegio", comenta el señor Tue, "pues consintieron en sacrificarse por la, patria". Principal eje de esta política de reinserción es el retorno de los soldados a su lugar de origen. Un obrero recuperará, en principio, su puesto en la fábrica; un campesino, su arado en su pueblo; un estudiante, su pupitre en la universidad. Lo que permite al señor Tue afirmar que "prácticamente todos los soldados desmovilizados tienen trabajo".

¿Y los 30.000 parados de Ho Chi Minh? "Era verdad el año pasado", responde la señora Lethi Giau, vicedirectora en las oficinas de Ayuda Social de la ciudad de Ho Chi Minh. "Hoy ya no quedan más que 3.000". ¿Y el 68% de desmovilizados en el paro? Para el señor Tue, los antiguos combatientes sin empleo son "gentes que se niegan a volver a su lugar de origen". Emplea el mismo razonamiento al hablar de su formación: "Algunos no quieren entrar en escuelas profesionales, sino que prefieren, hacerse con mucho dinero en el menor tiempo posible".

En Vietnam del Sur, y en particular en la ciudad de Ho Chi Minh y sus alrededores, la situación podría llegar a ser preocupante y desembocar en graves fenómenos de delincuencia.

Las contradicciones existentes entre los discursos oficiales por una parte, ciertas estadísticas igualmente oficiales y la realidad por otra parte, revelan la impotencia del régimen vietnamita para asegurar a sus antiguos combatientes una salida decente.

Traducción: Emma Calatayud.

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