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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reina la calma

"TODO HA sido obra de un solo soldado", declaró Kermeth Kaunda, presidente de Zambia. "Hagamos un Gobierno de coalición", ofreció Samuel Doe, presidente de Liberia. El primero acaba de controlar un intento de golpe de Estado, y el segundo, atrincherado en su palacio, intenta negociar con los rebeldes del Frente Patriótico Nacional de Liberia (NPFL) y evitar su caída. Las poblaciones pagan los platos rotos.La antigua Rodesla del Norte, convertida en Zambia, consiguió la independencia en 1964. Kaunda, primer ministro y líder del Partido Unido de Independencia Nacional (UNIP), se convirtió en el, primer presidente de la nueva República. Siguiendo una evolución que es clásica de los países africanos nacidos de la descolonización, en 1972 el UNIP fue declarado partido único, y en 1988 Kaunda resultó elegido jefe de Estado por sexta vez consecutiva. El líder zambio -siguiendo también la tradición reciente- adoptó desde el principio un papel protagonista en el movimiento no alineado, y especialmente en los asuntos de la región. Mientras tanto, en el interior, Zambia, con una Administración corrompida, sufría los males endémicos del peor subdesarrollo: hambre, huelgas, represión, purgas de funcionarios ineficaces y, desde 1985, un malestar creciente debido a las medidas económicas impopulares requeridas por una deuda exterior gigantesca (740.000 millones de pesetas).

El intento de golpe de Estado dado la semana pasada por un grupo mínimo de oficiales, y someramente controlado por Kaunda, no es el primero ni será el último que ocurra en Zambia. Se apoya una vez más el descontento agudo de una población hastiada de soportar los rigores de la pobreza. En esta ocasión han sido las revueltas del maíz -por contraposición a las recientes del pan del norte de África-, originadas por la duplicación de los precios de la harina (elemento principal de la dieta de los zambios). Uno de los estadistas más veteranos del África negra está en dificultades; no es nada nuevo, pero su base de poder, hasta ahora asentada en un Ejército fiel, se erosiona rápidamente.

En Libería, por el contrario, la situación se ha desmoronado por completo. Los años ochenta, marcados por una sucesión de sangrientas rebeliones militares, comenzaron con el asesinato del presidente Tolbert y el acceso al poder del sargento (enseguida comandante en jefe) Samuel Doe. La década se ha caracterizado por la hambruna, las escaramuzas militares, el despilfarro y la corrupción de la ayuda estadounidense en el intenor, y por las disputas fronterizas con Sierra Leona en el extenor. Finalmente, el ejército guerrillero del NPFL invadió Liberia desde el norte, y su avance sobre la capital, Monrovia, es imparable.

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La semana pasada, Doe propuso un Gobierno de coalición sin que los líderes del N PFI- contestaran: su victoria les parecía segura. Para evitar una matanza, Washington -recogiendo una iniciativa de la Comunidad Económica de los Estados del África del Oeste- sugiere un Gobierno de transición previo a la celebración de nuevas elecciones. Doe espera en su palacio, sabiendo que todas las ofertas pasan por su defenestración. Mientras tanto, los liberianos, víctimas inocentes, sufren los desmanes militares de unos y otros: en Monrovia, el pillaje de las tropas leales, y en el resto del país, la indiferencia de los rebeldes.

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