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Tribuna:ITALIA 90
Tribuna
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El tarugo

Álex Grijelmo

Jamás nos libramos del tarugo. No hay selección española que no haya tenido uno. Por mucho que la alineación nunca pueda despertar la unanimidad nacional, cada cual tolera a algunos jugadores aunque sus preferencias se dirijan a otros; pero hay tarugos que provocan el oprobio general y que nos hacen preferir incluso que jueguen diez, con tal de no soportar al típico fondista patoso que convierte en vulgar un equipo de estrellas.Tarugo fue el actual presidente de la Federación, Ángel Villar, que nunca perdía el balón porque siempre lo pasaba hacia atrás. Tarugos fueron Lora o un tal Guzmán, a quien llevó Kubala al Mundial de Argentina para que insuflase en gente como Rexach o Leal el espíritu del Rayo Vallecano. Santamaría formó una línea media de tarugos en el Mundial de España en 1982: Perico Alonso, Sánchez y Saura, sin olvidarse de Olmo de vez en cuando. En tarugo se convirtió Víctor, dedicado a hacer faltas y dar excelentes pases de 60 metros a un contrario. Eso sí, con una maravillosa forma física.

Ahora el tarugo es Villarroya. El juego puede ser inteligente y ágil, técnico y preciosista, si pasa por Michel, Martín Vázquez o Roberto; pero cuando llega a Villarroya, lo que ocurre muchas veces, la selección cambia de cuerpo y parece que se hubiera adueñado de ella un grupo de legionarios en prácticas.

El seleccionador explica que Villarroya cumple una misión Importante aunque gris. En el fondo, no concibe que alguien desempeñe una misión pundonorosa con brillantez. Parece que las estrellas están exentas de la declaración de su rendimiento personal; y que los correcaminos que padecemos sean quienes tengan que pagar el impuesto de los que viven de las rentas.

Los mejores equipos no alinean tarugos. Italia no lleva ninguno, ni Alemania, ni Brasil. Ni siquiera Camerún. No hay ningún tarugo en el mejor club del mundo, el Milan, porque en realidad todos corren. Van Basten presiona como un poseso. Donadoni no para de moverse, Ancelotti incordia los 90 minutos, Rijkaard entra a los tobillos, Gullit se vacía, Baresi impone sus cruces; pero a la vez todos obsequian a sus compañeros con unos pases exquisitos.

La evolución

Ya no se lleva el tarugo. Un tarugo fue Nobby Stiles en el Mundial de Inglaterra, pero se trataba de una especie en extinción. El problema de España consiste principalmente en que nunca se entera de estas evoluciones del fútbol. El Mundial de Londres supuso la revolución de los laterales que subían y bajaban constantemente, y en España Rifé todavía jugaba como extremo. El Mundial de Alemania aportó el fútbol total, con centrales que atacaban, delanteros que defendían y centrocampistas que provocaban el fuera de juego. Menos mal que España no se clasificó entonces, porque ya han pasado muchos años y los españoles no han aprendido aún a contrarrestar ese sistema. Mejor no imaginar qué habrían hecho cuando se sorprendieran de su existencia.

El Mundial de Italia ha resultado el Mundial de la presión en todo el campo; y eso lo han practicado incluso los africanos (más desconectados que los demás del fútbol europeo), y hasta Brasil ha cambiado su fisonomía. España lo que opone a esto es un tarugo. Que presione el tarugo.

Si al menos se tratase de Stielike o Pirri, que corrían, cortaban, bregaban y además sabían dar el pase de la muerte o sacar las faltas, no estaríamos tan descontentos. Ni tampoco si gente como Martín Vázquez o Michel, que sacan las faltas y dan el pase de la muerte, supieran perseguir a un contrario hasta la extenuación. El seleccionador, en lugar de mentalizar a las estrellas para que defiendan, pone a sus espaldas a un indocumentado que rasgue la hierba y cualquier cosa que se pose sobre ella.

Tenemos un tarugo. Y debiéramos tener diez más. Pero de buena madera.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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