El triunfo y la derrota
SI NADIE acepta la posibilidad de errores propios en los malos resultados electorales, difícilmente podrán superarse aquéllos. Todos los partidos cuentan desde hace años con especialistas encargados de explicar cualquier derrota electoral de tal manera que la responsabilidad principal corresponda siempre al vecino. Cuando no se limitan, pura y simplemente, a negar la realidad. Las observaciones ofrecidas por algunos portavoces de los partidos a los que no les ha ido bien en los comicios andaluces del pasado sábado confirman esa generalizada tendencia. Lo más preocupante es que algunas de esas personas ni siquiera retroceden ante el riesgo -del que no pueden dejar de ser conscientes- de una cierta deslegitimación del sistema democrático en su conjunto, que se desprende de sus conclusiones. Y ello incluso si tales razonamientos se vuelven, en primer lugar, contra quien los esgrime. A ello habría que añadir las poco convincentes explicaciones oficiales sobre el espectacular crecimiento de la abstención, rutinariamente basadas en una cuestión de fecha -importancia de un sábado caluroso- en lugar de preguntarse si no se debe a un distanciamiento voluntario de un sector del electorado, probablemente saturado por las irregularidades de algunos comportamientos personales que salpican a las formaciones políticas.Es el caso de los propagandistas de la derecha, que ya con anterioridad a las elecciones explicaron el probable triunfo de los socialistas por la existencia de hasta un millón, nada menos, de votos cautivos de aquellos ciudadanos andaluces -funcionarios y sus familiares, desempleados subsidiados y los suyos- cuyos ingresos dependen de los presupuestos. Como en tantos otros asuntos, la exageración hasta el absurdo de ciertos rasgos de la realidad deforma ésta hasta el punto de provocar el efecto contrario al pretendido. No siendo del todo descartable, en esa perspectiva, que tanta insistencia en que la gente iba a votar al PSOE por miedo a perder el subsidio o el empleo haya acabado por convencer a una parte del electorado de que, en efecto, si ganaba la derecha se suprimirían el uno y el otro. Mensaje de los agudos estrategas conservadores que, en todo caso, quedará grabado, con vistas a próximas confrontaciones electorales, en la memoria de los directamente afectados.
Es también el caso de ciertos portavoces de Izquierda Unida (IU) empeñados en atribuirse el grueso de los votos perdidos en el pantano abstencionista sin reparar en las desoladoras conclusiones que de ello cabría deducir: que su mensaje de oposición frontal a los socialistas ni siquiera ha sido capaz de convencer a ese electorado consciente al que se dirige Anguita de que dejase de ir a la playa un sábado. Más razonable parece pensar que esa línea de oposición radical ha favorecido la decantación de un sector del electorado, especialmente juvenil, hacia el partido que aparecía como abanderado del rechazo incondicional al poder socialista: los andalucistas de Pacheco. Si el objetivo era atraer a sectores del electorado tradicional del PSOE, no parece que esa táctica fuera la más inteligente.
En realidad, casi toda la oposición ha trabajado para Pacheco. Es casi un axioma que un electorado forzado a elegir entre dos o más radicalismos siempre se decantará por el que aparezca como más genuino. Y pocas dudas hay de que, en ese terreno, nadie podía competir. con el candidato del PA, cuyo discurso populista puede considerarse el reflejo simétrico del descamisamiento guerrista.
El rencor que reflejan las primeras declaraciones del vicepresidente Alfonso Guerra puede considerarse comprensible desde una perspectiva psicológica. Pero un grave equívoco preside el paralelismo por él establecido entre la victoria de su partido y el rechazo por parte del electorado de "las mentiras" supuestamente difundidas por sus enemigos. Porque si una derrota del PSOE el 23 de junio no hubiera podido considerarse prueba de la culpabilidad del vicepresidente en el escándalo que investigan los tribunales, la indiscutible victoria socialista en absoluto puede interpretarse como exculpación por parte de un hipotético tribunal popular de las responsabilidades que de esa investigación pudieran resultar.
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