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ELECCIONES ANDALUZAS

Un sábado cualquiera en Sevilla

Calles desiertas y pocos votantes en el día más caluroso del año

A las nueve de la mañana no había más allá de media docena de personas votando en el colegio electoral instalado en el Servicio Andaluz de Salud, frente a la catedral. Una hora más tarde entraba una viejecita y salía otra. En los restantes colegios electorales sucedía poco más o menos. Por las calles apenas transitaba gente y caía un sol de justicia. Bares y colmaos apenas hacían caja y los comercios tenían poca clientela. Salvo en Sierpes, donde siempre hay animación así caigan chuzos de punta, Sevilla era ayer una ciudad solitaria. En cambio, las carreteras hacia las playas eran un follón.

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Si los sevillanos estaban entusiasmados con las elecciones al Parlamento de Andalucía, supieron disimularlo. El 234 fue un sábado cualquiera, en Sevilla. Tampoco sería extraño -esto del disimulo- pues los andaluces en general y los sevillanos en particular son muy celosos de sus sentimientos. Los guardan en lo más recóndito de su corazón aunque aparenten lo contrario y se crean otra cosa las gentes del norte que, como es bien sabido, son todas las nacidas de Despeñaperros p'arriba. Por eso, en esta tierra y en esta ciudad no tiene nada de particular que las encuestas fallen alguna vez. Sobre todo si las hacen gentes del norte.Los sevillanos no se volcaron en las urnas, al menos mientras hubo sol en lo alto, soltando fuego. A las 11 de la mañana, en el colegio de la Fábrica de Tabacos es donde más votantes habría, y no pasarían de 10. Por la calle Juan Sebastián Elcano, donde está la fábrica, hasta la de Virgen de Luján, se podía pasear sin encontrar ni un solo transeunte. En el colegio electoral de los Padres Blancos, frente a la Feria, a las 12 entraba un matrimonio y salía otro. A las 13, el colegio electoral de Magistratura, junto a la calle Niebla, tenía vacío el entorno de las mesas y sorprendentemente lleno el vestíbulo, y resultó que eran interventores.

A las 14 había cierta animación en el colegio electoral de los Reales Alcázares y a través de una celosía se podían ver varios sefic,res y señoras degustando un parvo refrigerio. Casi enfrente, en el colegio electoral de la Diputacion, unas muchachas entregaban el sobre con su voto, volvían a la calle con expresión de lluminadas y explicaron que votaban por primera vez en su vida. ¿Qué se siente?, quisimos saber; respondieron: "No se siente ná". Pero se reían a carcajadas y se marcharon más contentas que unas pascuas.

Una autoridad

Un policía en otro colegio electoral explicó que la juventud pasa de votar y de todo; el mundo es de los jóvenes, oiga. ¿Se ha producido algún incidente? "¡Cómo va a haber incidentes, con las cuatro viejas que han aparecido por aquí!". Eso dijo. Luego vino lo de la juventud, aunque advirtiendo que no le citáramos, ni su nombre -que, por cierto, no mencionó- ni el colegio electoral donde hacía la guardia. "Es que las declaraciones de las autoridades son muy comprometidas y yo soy una autoridad". Estaba claro que lo era. Se apresuró a pedirnos las acreditasione, o sea, el carné de Prensa, si le daba lo mismo. Lo devolvió e hizo el saludo militar. "Si quiere animación, diríjase a las playas; allí se ha ido todo el mundo. Con esta caló, aquí sólo quedamos los que no tenemos más remedio. Ahora, si quiere ver unos pocos de votantes, mejor los encontrará en las barriadas".

Sin embargo, en las barriadas, tampoco, por lo que se pudo colegir en el tiempo que duraba echar un cigarro a la puerta de los colegios electorales. Un presidente de mesa matizó: "Aunque no hay colas ni aglomeraciones, los votantes van chorrando". Efectivamente, chorreaban, con dilatada cadencia. Y "mire la urna, si no". La urna -no, sí- estaba mediada de votos. Tras un agudo ojeo se calculaban unos 200, que no estaba mal, a eso de la una y media.

Por Sierpes la gente iba y venía, igual que un sábado cualquiera. La armería de Zacarías Zulategui estaba llena -parecía que lo regalaban- y en cambio los bares no. Por el centro histórico iban arrastrando penosamente sus calores grupos de turistas; los guías metiéndolos en la Catedral, que es donde mejor se estaba, rodeados de religiosidad e historia y, sobre todo, al fresquito de la penumbra.

"Votini felipini"

También se estaba superior en los Reales Alcázares, las mesas electorales instaladas junto al portalón de entrada, en un umbrío rincón. Allí sí daba gusto votar, pero ni por esas. Los turistas miraban curiosos al pasar, preguntaban qué cosa ser, un espontáneo les informaba que "votini felipini guerrini", daban las gracias por el servicio prestado, consultaban diccionarios...

O en el patio de la Diputación, una hermosura, el solazo quebrándose en las luceras de los altísimos techos, unas monjitas votando con mucha seriedad y fundamento, interventores susurrándose sus cosas, zumbido de abanicos. Daban ganas de quedarse. El albero del Patio Banderas deslumbraba al sol. Flores, setos, arboleda, rumores de fuentecillas en los jardines de Murillo. Abandonar ese oasis era sufrir el calor de horno que levantaban los asfaltos en el día más caluroso del año, ¡44 grados!. A la de comer, Sevilla se quedó vacía, y luego, salir a votar, era un caso de heroicidad cívica. Cuando quiso ponerse el sol fue distinto, claro. Pero, para entonces, los colegios electorales ya estaban cerrados y la suerte, echada.

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