_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Rolling

Los Rolling Stones han cantado en el estadio Vicente Calderón, de Madrid, y se calcula que fueron a, verles unas 120.000 personas. Antes estuvieron en Barcelona e irían. otras tantas, de donde la matemática deduce que un cuarto de millón de españoles acudieron a donde los Rolling les convocaban., y se añade el dato de que disfrutaron a tope. Dios bendiga a los Rolling Stones por haber hecho disfrutar durante varias horas a un cuarto de millón de españoles que, sin ellos, a lo mejor se las habrían pasado refunfuñando.El espectáculo de los Rollíng combina gigantismo y electrónica, luz y color, con resultados deslumbrantes. Los Rolling aparecen en escena transfigurados de sobrenaturalidad. Y sin necesidad de hacer nada del otro jueves; ése es el mérito. Porque pegaron gritos y dieron zapatetas, que cualquiera sabe hacerlo, pero, obviamente, zapatetas y gritos no son los mismos si los da el vecino que si los dan los Rolling Stones.

Entre pegar gritos y dar zapatetas en la vecindad o en un gigantesco escenario deslumbrante de luz y color hay notables diferencias. En un escenario así, cuanto suceda adquiere caracteres picos. Sin ir más lejos, Mick Jagger se quitó la chaqueta, la tiró al suelo y le pegaron tal ovación por eso que ríase del gol de Zarra o de los tres pases cambiados de Antonio Bienvenida.

A los Rolling les llamaban monstruos sagrados, y en efecto lo son, o no tendría sentido el paroxismo que provocaron. La gente bailaba el rock alegre y marchosa, prorrumpía en vítores, aplaudía a rabiar, flameaba la enseña de Mick Jagger, que es una bocaza con la lengua fuera, y hubo hasta quien se desmayó.

Cantaron a amplificador sacado, y no sólo dejaron sordo a todo el estadio, sino también a cuarto ser viviente hubiera en varios kilómetros a la redonda. Algo sublime, la verdad. Con esos amplificadores, sale la abuela y te crees que es la Caballé.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_