Señoritos y furtivos
"Antes se salía de caza para estar en contacto con la naturaleza. Ahora, muchos la utilizan para invitar al director y hacer negocios. Lo malo es que disparan a todo lo que se mueve", se lamenta el presidente de los ecologistas extremeños, Santiago Hernández.
Los federativos coinciden al criticar a los novatos, generalmente forasteros y de posibles. "Esos escopeteros de traje recién comprado y sombrerito con pluma no distinguen una perdiz de una avutarda. Son un auténtico peligro", señala Juan García, portavoz de la Federación Extremeña de Caza.
Este auge del deporte cinegético en Extremadura, región en la que el rey Juan Carlos prueba a veces puntería y donde aristócratas y financieros tienen grandes fincas, se ha disparado en los últimos cinco años.
La caza genera un movimiento económico superior a los 20.000 millones de pesetas anuales, que revierte poco en la región, según dice la Junta de Extremadura. Ahora se trata de que los beneficios se repartan más en la comunidad autónoma con mayor tasa de paro de España -23,11 %,frente al 15,5% de media nacional- Se espera crear cerca de 1.000 empleos fijos con el obligado aumento de guardas en los cotos.
Ecologistas y federativos están de acuerdo en la necesidad de un código ético para los cazadores. "A veces somos poco respetuosos y tenemos que concienciarnos", reconoce Juan García. La futura ley ha optado por endurecer las sanciones hasta 15 millones de pesetas. También establece la responsabilidad subsidiaria de los propietarios, cuando en sus fincas se maten, por ejemplo, especies que están protegidas.
Matar por vicio
Los responsables de la futura ley, se muestran optimistas ante un problema tan antiguo como el fartivismo. "Ya no hay furtivos, por necesidad, sino por vicio o por falta de espacio donde matar el gusanillo", asegura el director, de la Agencia del Medio Ambiente de la Junta de Extremadura, Francisco Castañares. El portavoz federativo coincide con él. Sin embargo, hay quien le lleva la contraria. Como Bibiano Sánchez Redondo, de 17 años. Ángel Luis, uno de sus 11 hermanos, y su primo, Marcelino Garrido, murieron ahogados al huir de los guardias civiles que les sorprendieron cazando sin permiso en un coto privado. Ocurrió el pasado 6 de diciembre, en el pueblo pacense de Palomas."Fuimos a coger unos conejos para comer", recuerda. Era la primera vez y pasó lo que pasó, una tragedia". A Bibi, que trabaja en el campo "cuando sale algo", le parece "bien que todo el mundo pueda cazar aunque no tenga dinero".
Sus padres, que mantienen a la familia a base de subsidios y no han cobrado indemnización por la muerte de Ángel Luis, apostillan: "El pobre tiene que cazar mejor que el rico, porque tiene más necesidad de llenar el puchero y el otro lo hace por diversión".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.