_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Buenos principios

Al margen de la encogida actuación de la selección española, tan torpe y amedrentada, tan desconfiada de sí misma, ¿qué decir de esta fase de presentación del decimocuarto Campeonato Mundial de fútbol? Me apresuraría a dar una calificación optimista en lo deportivo al hacer un elogio de ella, puesto que de ordinario estas fases iniciales suelen dar partidos de tanteo, de estudio del adversario, de empates medio conchabados, sin audacias ofensivas, aburridos. El empate se consideró siempre un buen comienzo, de ahí que las selecciones se emplearan a medio gas, dando por bueno el cero a cero inicial y aburriendo a morir a los espectadores. En este Italia-90, salvo el lamentable caso de España, que dio la nota ciñéndose meticulosamente a ese esquema, no está ocurriendo así. Los encuentros han ido cobrando temperatura a las primeras de cambio, los equipos poderosos se han manifestado como tales, alguno ha saludado a su rival con una goleada simpática, y el teóricamente pequeño (con el carácter relativo que quepa atribuir a la pequeñez en fútbol, donde sobran las matemáticas y la trigonometría) no ha vacilado a la hora de subírsele a las barbas a su mentor. He aquí lo divertido del fútbol, el hecho de que todo puede ocurrir sin sorprender. En el fútbol no existe la sorpresa (la sorpresa es en él lo habitual y la habitualidad está reñida con lo sorprendente). De ahí que Camerún pueda cargarse a la Argentina de Maradona y Egipto empatar con el campeón europeo sin que se hundan las esferas. Si con la desgana inicial desaparece también la sequía goleadora y hasta se produce algún gol de la categoría del que le hizo Matthäus al portero yugoslavo o, en un grado inferior, el de Wolf a Corea del Sur, habrá que convenir que pocas veces tuvo un mundial tan buenos principios. A ver si las cosas siguen así, y los cálculos de última hora, la estúpida manía de ir escogiendo los enemigos más asequibles para la segunda fase, no lo echan todo a perder. (¿Por qué, digo yo, no se verifican los sorteos entre los supervivientes después de haberse disputado todos los partidos preliminares?).Tal vez en estos inicios prometedores haya jugado un papel esencial la nueva normativa de la FIFA contra la violencia en los terrenos de juego. Hace años que vengo clamando contra ésta y ahora no me queda otro remedio que aplaudir tamaña severidad. Siempre pensé que el destajista que salta al césped con la misión de secar al divo y quien se lo ordena eran los mayores enemigos del fútbol moderno. No hablo sólo de la entrada brutal o la zancadilla obscena, sino del repertorio de torpes marrullerías que impiden desenvolverse al gran jugador como lo que es. Hay que atajar no sólo las entradas peligrosas, sino las feas argucias reiterativas que anulan o empequeñecen la bella jugada ante el gol. Los ingenuos leñadores de la selección camerunesa pagaron los vidrios rotos (aunque, pese a todo, ganaron), pero seguramente esas dos expulsiones en el encuentro aperitivo hayan impuesto un tono de mayor respeto en los demás y, al mismo tiempo, la decisión colectiva de relegar los recursos extradeportivos para mejor ocasión. En cualquier caso, las victorias de Camerún y Costa Rica y el empate de Egipto indican una coas: que hacemos mal en seguir considerando modestos a equipos bien asociados que han dejado de serlo. Aprender a jugar al fútbol, incluso con cierto rigor técnico, no es a finales del siglo XX ninguna actividad que requiera un doctorado.

Lo que sí han perdido definitivamente estos mundiales es aquel entrañable carácter exótico de hace medio siglo, cuyas rebabas llegaron incluso al 82, cuando la selección de Kuwait jugó en Valladolid y ofreció regar la ciudad de petrodólares si les animábamos con nuestros aplausos a eliminar a Francia. Los mundiales de la primera mitad de siglo recataban una honda curiosidad hacia el otro, hacia el desconocido, hacia su peculiar manera de entender el fútbol. Había en los comentarios europeos una admiración candorosa y paternalista: "Llegan los negros", "Dicen que los indios lo harán mañana". La novedad; había que rendir homenaje a la novedad. Medio mundo desconocía al otro medio y el momento del encuentro daba pábulo a toda clase de conjeturas: "Dicen que los negros juegan con los pies descalzos". "Fulano asegura que los chinos son tan bajos que no pueden rematar de cabeza". El mundo sabelotodo de nuestra época ha terminado con las lucubraciones, con el sabor provinciano de los primeros mundiales. Hoy sucede lo contrario. Los argentinos aprovechan el Italia 90 para ver jugar a Maradona. Y otro tanto hacen los escoceses, irlandeses y uruguayos con los ídolos que emigraron de sus países en busca de un acomodo más sustancioso. Un niño camerunés, admirado con las intervenciones de Nkono, le preguntaba a su padre el otro día: "Papá, ¿de dónde es ese portero tan bueno del Camerún? La visita ya no sorprende al anfitrión, sino al país que le dio vida, que acaso aproveche el Mundial para verle jugar por primera vez.

es escritor y miembro de la Real Academia Española.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_