Esperando satisfacción
Faltaban cinco horas y nubes y claros se alternaban sobre el estadio Olímpico. Sólo había unos centenares de personas, mayoritariamente jóvenes, a la espera de que las puertas se abrieran a las 18 horas, cosa que sucedió con inusual puntualidad."Los Rolling Stones no me gustan demasiado, pero éste es un concierto que no me podía perder", decía Roc, un joven de Mataró. Nadie gritaba ni armaba bulla a primera hora de la tarde. Una joven caminaba cansinamente con una camiseta con el lema Sólo es rock'n'roll, pero me gusta, mientras de un furgón de la policía se podía escuchar la retransmisión radiofónica del partido de fútbol.
Las dos ventanillas de las taquillas no registraban ningún tipo de aglomeración; por ello, los que intentaban revender entradas pronto se resignaron a hacerlo a 4.000 pesetas, el precio establecido. Las entradas de las taquillas no se agotaron en toda la tarde. El servicio de 15 autobuses especiales, que hacían el recorrido desde la plaza de España hasta las inmediaciones del estadio, se vio ampliamente superado por las riadas de personas que empezaron a aflorar a partir de las 19 horas. Los colapsos circulatorios también se extendieron por las calles que dan acceso a la montaña de Montjuïc.
Numerosos chiringuitos, instalados en las cercanías del lugar del recital, hicieron su agostó con la venta de latas de cerveza.
El elemento humano que se dio cita mediada la tarde era de lo más diverso. Una pareja de recién casados, de blanco ella y con traje él, se hallaban sentados sobre el césped. "Cuando fijamos la fecha de la boda no caímos en que coincidía con este recital, pero afortunadamente hoy en el convite uno de los amigos que ha asistido nos ha regalado dos entradas", explicaba Manuel, el novio, ante la amorosa mirada de su mujer. La sensación que se respiraba era que se asistía, con toda seguridad, al que sería el último recital de los Rolling Stones en Barcelona.
Babelia
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