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Entrevista:

Enabruze: "Mí único delito fue trabajar por un cacho de pan"

Driss Enabruze, el marroquí que militaba en Comisiones Obreras (CC OO) y fue expulsado de España el viernes pasado, está ya en su casa de Uixan, un pequeño pueblo de Marruecos próximo a Nador. Esta vez, el regreso a casa carecía de la ilusión y la alegría de los viajes anteriores. Ha sido una vuelta contra su voluntad, y ahora el miedo preside todos sus movimientos. Incluso en el pueblo de su familia.

"Tenía miedo, mucho miedo, de que me acusaran de meterme en política y yo no entiendo de política, ni quiero saber nada de ella", insiste Driss desde el inicio de la conversación. Este marroquí de 45 años, era miembro de CC OO. Quizá desempeñó una labor sindical más activa que sus otros compañeros de la misma nacionalidad que trabajaban en las fábricas textiles de Vic (Barcelona). Pero niega rotundamente la imagen de líder sindical que se ha presentado de él estos días. "Mi único delito fue trabajar para conseguir un cacho de pan", comenta con tristeza.Conversando, se aprecia que su afan de protagonismo, muy propio de un líder, es nulo. Habla despacio, admite que está muy confuso, y su rostro de Ojos hundidos, que a menudo brillan, no consigue eliminar la expresión de tristeza. En los últimos dos meses ha perdido 11 kilos, "desde que en el pueblo donde trabajaba se empezó a correr la voz de que estaba metido en política".

Tras el interminable trayecto desde Barcelona a Algeciras en un furgón policial, el paso por le estrecho a bordo de un ferry, la declaración ante la policía marroquí, y un viaje en autobús de 15 horas desde Tánger a Nador, Driss llegó a su pueblo, solo, en un taxi. Eran las seis de la tarde del sábado pasado. "No me sentía bien, porque no había venido por mi propia voluntad". Su mujer y sus seis hijos, de 24 años el mayor y de 7 el más pequeño, no tenían noticia alguna de su llega da. Se le nublan los ojos cuando recuerda la entrada en su casa.

Es una casa modesta, con un pequeño patio a la entrada. La conversación continúa en una pequeña estancia en la que Driss sirve un té con hierbabuena, que ha preparado su esposa. Siempre en segundo término, casi sin dejarse ver, la mujer expresa sin articular palabra su agradecimiento por la presencia de los visitantes. En su hogar, Driss está más relajado y habla sin que se le pregunte. "En España me trataban bien, nunca tuve ningún problema con nadie. Nosotros, los marroquíes, tenemos que dar ejemplo de que en nuestro país hay gente educada y buena. No todo el mundo es igual".

Pero en España, Driss también comprobó lo que es el racismo: "Hay mucha gente que sólo verte ya dice 'éste es un moro'. Racismo, uff... sí hay racismo". Sus palabras, a pesar de la crudeza, no denotan resentimiento contra el país que le ha cerrado las puertas y al que no podrá volver en los próximos cinco anos.

Driss ha dejado atrás un puesto de trabajo en la empresa Puigneró de Vic, donde cobraba unas 120.000 pesetas al mes, que le permitían vivir en un piso con tres compañeros en Manlleu y ayudar a su familia. Deja también las 170.000 pesetas que le dejó a deber el dueño de una empresa de Manlleu en la que trabajó durante un tiempo. Es el punto final a 17 años de estancia en España, con algunas interrupciones, que fue cortada bruscamente porque en todo este tiempo no pudo conseguir el permiso de residencia.

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"Hemos crecido jugando con los españoles"

Driss habla un correctísimo castellano, perfeccionado durante los 17 años que ha vivido en España. Pero este marroquí deportado no es la excepción en UIxan, en la región del Rif. Sus amigos se apresuran a dar la bienvenida en un sorprendente buen castellano aprendido "de oídas"."Es que nosotros hemos crecido con los españoles, desde pequeños hemos jugado con ellos", relata orgulloso Mustafá mientras apura una taza de té con menta servida en el humilde comedor de la casa de Driss. Los "amigos españoles", como todavía les definen pese a las masivas expulsiones, llegaron a la región en 1909 y se asentaron definitivamente en 1924 para explotar las minas de hierro. Su presencia todavía se refleja en las antiguas casas de tejado inclinado, ahora vacías, que contrastan con las pobres viviendas cúbicas de cal de los marroquíes. Y hasta levantaron una iglesia católica, de arquitectura funcional, hoy convertida en mezquita.

Driss, todavía aturdido por el brusco giro que ha dado su vida en sólo 10 díaz, recuerda que aprendió su primer oficio, de albañil, en un curso que recibió en el centro de formación profesional de los españoles. Allí acabó de dominar el español y de rematar su destino. Empezó a trabajar de albañil en las obras de las galerías de las minas, pero muy pronto perdió su empleo cuando los españoles, en los años sesenta, abandonaron el enclave tras agotar la explotación minera.

"Me fui a España porque me era, claro, muy próxima, y además me podía comunicar con los demás", argumenta Driss, confuso por la patada que le ha propinado la que se puede considerar su segunda patria. Su situación actual es dramática: tiene remotas posibilidades de encontrar empleo en Marruecos, pesa sobre él la prohibición de entrar en Espa ña durante cinco anos y tam poco le gustaría emigrar a otro país europeo porque allí, dice sólo se comunicaría por señas y ni podría pedir un vaso de agua. Se incorpora para asir la tetera y llenar de nuevo los vasos. Luego se desploma en la banqueta: "¿Que qué voy a hacer?", repite la pregunta y espeta lacónico: "No sé nada".

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