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Europa

Rosa Montero

Hace unos días, los ministros de Trabajo de la CE firmaron un bonito y sentido texto en contra del racismo, excluyendo del mismo, eso sí, a los inmigrantes del exterior. Lo cual viene a ser como proclamar la abolición de la pena capital excepto para aquellos a quienes se condene a muerte, pongo por caso. Se me humedecieron los ojitos (ojos de mujer blanca, europea y posindustrial) al percatarme de que, gracias a la sensibilidad de nuestros ministros, ya no volveremos a mirar con inquina racista a los lechosos europeos. Inmenso avance del humanitarismo. Los otros, los oscurillos, los tornasolados, los tostados como pan recién hecho o dorados como campos de trigo; los asiáticos, norteafricanos o negros retintos, todos éstos, en fin, que se jeringuen por la gloria de Europa. Y que se les meta en un autobús, como a los marroquíes expulsados de Barcelona, y se les envíe como reses de primera clase hacia el infierno. Ahora tenemos Pobres blancos y propios, los de Europa del Este, y no queremos saber más de otras miserias.Políticos y jerarcas de diverso pelaje, muy emocionados todos ellos con la causa europea, parecen empeñados en convertir la CE en una especie de fortaleza señorial con la puerta clausurada para la plebe. Y así, mientras se llenan la boca con rimbombantes declaraciones de principios, estos constructores de una Europa imperial levantan defensas, cavan fosos y colocan las catapultas en las torres. Se diría que pretenden que la CE sea una especie de arca de Noé (llena de bestias) en mitad de un diluvio de humanos desdichados y hambrientos. Y por encima de la borda, o de las almenas del castillo, les arrojaremos ora unos cuantos envíos comerciales de DDT, tabaco y otros venenos, ora unos cuantos pucheros de aceite hirviendo para que no se acerquen demasiado. El sueño de Europa se está convirtiendo a toda velocidad en pesadilla.

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