Hipertensión
Decenas de estudios clínicos revelan que las personas que reprimen su cólera tienen más alta la tensión arterial que aquellas que la liberan por la válvula que sea. Las primeras son propensas en mayor grado que las segundas a sufrir las consecuencias mórbidas del almacenamiento de su cabreo íntimo. Antes o después lo pagarán caro.En farmacias, supermercados y aeropuertos existen ahora a disposición del público unos aparatos electrónicos que, por unas monedas, miden la tensión arterial de cualquier víctima ciudadana. Aquellas antiguas básculas a las que subíamos para pesarnos por un duro han sido sustituidas por estos modernos equipos en cuya cavidad introduce el tembloroso brazo mucha gente atemorizada.
¿Por qué prefieren esas personas medir su rabia en lugar de sacudírsela? ¿Buscan allí la certificación digital de un malestar evidente como quien persigue una insolación poniéndose el termómetro en los morros? En el aeropuerto de Barcelona forman cola ante ese diabólico chisme los maltratados viajeros cuando se les cancela un vuelo, se les retrasa otro o les pierden el equipaje. Por lo visto creen que es preferible obtener una información puntual de su sistema circulatorio en vez de exigir las explicaciones, reclamar por escrito o pegarle un par de tortas al torturador uniformado. Comprueban que les subió la tensión y exclaman: "¡Me estoy jodiendo! ¡La voy a palmar!". Acto seguido, encienden un pitillo, van al bar, se piden un café doble y se ponen como motos a jugar a las tragaperras.
Sería muy saludable que junto a cada uno de estos medidores de tensión y del ritmo cardiaco se instala sen aparatos extractores de la mala uva nacional. Unos ingenios mecánicos por los que el enfurecido usuario introdujera el pescuezo, a modo de garrote vil, frente a un rostro aborrecible sobre el que vomitar los sapos y culebras de su hipertensión.
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