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Escuchas

El fiscal general del Estado ha hecho, en relación con las presutas escuchas telefónicas que tienen atemorizado a medio país, que quien sean inocentes no deben preocuparse en absoluto. Es una conclusión la que llegó él solito, después de estrujarse el caletre y sin consultar Espasa ni nada. Declaraciones que son las que enorgullecen de ser español y deberían llevarse a la ONU para que aprendan.

Quiere decir el fiscal general del Estado que a nadie pinchan el teléfono, salvo si es sospechoso, claro pero aun en este caso, si el policía encargado de la escucha comprobaba que ni robó ni mató, no le meten en la cárcel, lo cual no deja de ser un gran consuelo. Bueno, a lo mejor el policía se entera de otras cosas. Por ejemplo, de que ese ciudadano, tanto presumir en la vecindad, y resulta que en la tienda no se admiten pedidos, por morosos: el sastre le amenaza con desnudarse en plena calle si no paga el traje; requiere de amores a la secretaria de su jefe y ésta le ha dicho que se vaya a tomar por donde amargar los pepinos (por-an-de-ha-mar-gar- los-pe-pi-nos, apunta el policial que está al loro y sabe que cualquier dato vale de pista).

No sólo de eso se entera el policía, sino también de que funciona lo que se dice funcionar, no funcoina, según le cuenta confidencialmente su santa esposa a una amiga que ha concertado con un compañero de oficina que le fiche la entrada, él a cambio le fichará la salida y le regalará un kilo de café; quedó a las siete de la tarde con su madre para llevarla al Cristo de Medinaceli, y a las diez de la noche con el señor Bofarull, para pegarle un sablazo... Tonterías, bobadas de la vida íntima, como se ve, que ni por junto ni por separado sirven para meter a nadie en la cárcel. De manera que el policía toma nota de lo que escuchó y se la guarda. Los españoles pueden estar tranquilos, que aquí no pasa nada.

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