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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dispersión italiana

LA VIDA italiana ha sido sacudida en las últimas semanas por varios hechos que denotan un creciente desapego por parte de amplios sectores de la población hacia los partidos políticos. Los éxitos de las ligas en las elecciones administrativas, sobre todo en el norte industrial, indican que una gran parte de las preocupaciones de los ciudadanos no son canalizadas por los partidos tradicionales.Pero el fenómeno de las ligas obliga a colocar en primer plano no sólo la crisis de los partidos, sino algo más profundo: una creciente desconfianza hacia el Estado italiano, tal como funciona hoy y como ha funcionado en el último medio siglo. Las ligas concentran el fuego de su crítica contra el Estado centralista y abogan por una solución federal que permita a los ciudadanos de las diversas regiones administrar de manera mucho más directa sus problemas y disponer de sus fondos sin que éstos sean absorbidos, en proporciones aplastantes, por las burocracias de Roma. O canalizados hacia el sur no para resolver los problemas angustiosos del Mezzogiorno, sino para alimentar un sistema político y burocrático contaminado por la criminalidad de la Mafia. Hay en el discurso de las ligas no poco populismo, con matices de racismo despectivo hacia los italianos del sur. Pero expresan a la vez un problema de fondo, la necesidad de una reforma del Estado. Problema sentido por sectores muy amplios de la población.

Ese recelo hacia un Estado ineficaz está asimismo en la base de lo que ha ocurrido con las denuncias de Leoluco Orlando, el antiguo alcalde de Palermo, según el cual hay en los cajones de los jueces datos -no desvelados- sobre las conexiones de ciertos políticos con la Mafia. Orlando es él mismo un fenómeno sui géneris de la política italiana. Democristiano heterodoxo, su enorme popularidad se debe a que ha gobernado la capital siciliana rompiendo con los sectores tradicionales de la Democracia Cristiana (DC) y dando entrada a otras fuerzas políticas. Ha sido implacable en la lucha contra la Mafia y por ello sus denuncias han dado lugar a un gesto, por parte del presidente de la República, Francesco Cossiga, sin precedente: después de una reunión con todos los fiscales de Sicilia, Cossiga ha dirigido un mensaje al país pidiendo a todas las autoridades un "empeño prioritario en la lucha contra la Mafia". Aunque el presidente tenga en Italia escasos poderes, el valor moral de su intervención es importante. Indica que Cossiga es consciente de que existe un clima en el país de incredulidad hacia el Estado, de sospechas sobre las conexiones entre Mafia y políticos.

Orlando en el sur, las ligas en el norte, dos fenómenos con poca relación entre sí. Pero en ambos casos, desde fuera del sistema político consagrado, como síntomas de la profundidad de la crisis de un Estado que se muestra incapaz de resolver problemas acuciantes, como el de la criminalidad en el sur. Pero decir Estado italiano es decir hegemonía de la DC. Y ante la actual crisis, ¿como no recordar que, después del fracaso del intento renovador de De Mita, la DC ha vuelto a caer en manos de hombres del pasado mezclados con diversos escándalos? ¿Significa ello que, ante la corriente centrífuga expresada por las ligas, la cura que necesita el Estado italiano con particular urgencia es que cese la hegemonía de medio siglo de la DC?. En todo caso, en ese sentido se perfilan nuevas tendencias en la izquierda, tanto en el proyecto de Occhetto como en actitudes recientes de Craxi.

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