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Músicas para Walter Benjamin

Para Sara y, Beca DernEntre tanto abigarramiento de enseres, pinturas, ciudades, juguetes, teatro, radio y películas, apenas si de música un apagado eco del organillo callejero, indicador urbano del oído. Ni el temprano Adorno ni el fatídico y tardío Brecht (con Weil por detrás) influyeron en él en cuanto a pareceres sonoros. Su escritura sí suena, pero punzadamente. ¿Por qué? No era español, sino judío berlinés.

Cierto que las conversation pieces preferidas por Mario Praz, el italiano, tampoco son las musicales. En Benjamin, ni un rastro de ópera. Moscú, París, Capri (no Venecia), Ibiza no son sino redondas mudas. ¿Sus niños no cantaban? Huían de las nanas. Sus prostitutas se apoyarían en las farolas de la espera, mas sin entonar cantos de sirena. Es raro; y sin contradicción, que Henry James la abriga al no citar, con pocas excepciones, autores literarios, él, que tan bien leía al escribir literatura.

Viena agoniza orquestalmente. París se crispa de alardes musicales y danzantes. Proust, al que tradujo sin éxito editorial alguno, es casi un Debussy con Bergson y su durée judeocristiana. Introdujo en Alemania a Julien Green, cuyos diarios sin música quedarían en muñones sobornados. ¿No escuchó entonces el piano o lo que acompañase a las proyecciones de las películas de Sergio Eisenstein? Anduvo siempre muy atareado. Le gustaba mortificar a quienes quería y le querían a él más y mejor. "Quien no tiene música", sentenció san Isidoro de Sevilla, "actúa iniquidad". En la misma línea de conexiones entre la musicalidad y la mora escribió el santo obispo de Hipona. ¿No es la música, según Hegel, un arte de la tarde? Benjamin siempre fue un vespertino, y sin embargo...

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Los judíos están más que dotados para la música. Benjamin no quiso ir, a pesar de la invitación insistente de Gerhard Scholem, a Israel. No asiste a conciertos. Otros son los derroteros por los que arrastra sus pies doloridos de buhonero sin campana. Sin duda fue el patito feo entre los suyos y ni reparar quiso, en el anticuariado familiar, en los cisnes que escondían los instrumentos de madera; y fue medroso también ante la dentadura de espléndido marfil que atrae desde el teclado de los pianos. ¿Le mimaron de niño? "Eia, popeia", canta la pobre loca de Bertolt Brecht y Weil sobre un tejado de la guerra de 30 años, repetición hermosa de la nana que grita y musita Marie a su pequeño ilegítimo en el Wozzeck, de Alban Bery.

La Contrarreforma católica no exalta, por contraste con la Reforma luterana. Peo don Gualterio no era religiosamente nada: ni salmos, ni motetes, ni cantatas. Leía a Gude, que tocó bien el plano. Escribió uno de sus mejores ensayos sobre Las afinidades electivas, de Gocthe, que quiso a Mozart corno músico de su segundo Fausto. Así que a punto estuvo de perder sombra y nombre en Port Bou de la frontera. Individualista sin aria en las corales colectivas a las que defendió sin compartirlas. Las figuritas de mazapán sí que estaban pálidas.

Coleccionó desastres y silencios sin tono. No gritó nunca. ¿A qué le sonarían sus lágrimas en el vagón de tercera clase que devuelve su frustración erótica ante la mezquina letona, Asja Lacis su calle sin salida? El pasaje de Milán está cerca de la Scala. Los otros, llenos de músicos mendicantes a cambio de sus trenos. No los oyó, puesto que no soportaba escucharlos. ¿Qué acompañamiento musical hay que darle a Karl Marx? Un director de orquesta y coro pocas veces, ninguna, maneja el puño cerrado. Con el puño se asesta, no se exhorta al desenvolvimiento. Frente a "política desde luego" del integrísta Barrés, "la música ante todo" del pobre de Verlaine. Mejor le hubiese ido al polidefraudado Walter Benjamin las cosas de su vida con un poco de música. Ésta, sobre todo cuando no es muy sublime, ayuda a vivir un poco. ¿Desde qué llanto sorbído a hipos renunció Benjamín a luchar por seguir viviendo? Parece que no admiró, en sus dos estancías ibicencas, concretamente en San Antonio Abad, las danzas de las mozas empetrás, y de muchachos que levigan una, dos, una pierna. ¿Se sabía mal capaz del último espamo de ahorcado, que tanto sedujo al precoz Luis Fernando Céline? No entresacó ejercicios musicales a su traducido Baudelaire. A otro apocado, pero guapo, Henri-Frédéric Amiel sí le plugó la música. Tararear estorba los pavores de la primera noche que tanto tarda en encenderse, en disolverse en la noche alta, terrible devaneo antes del alba.

Tampoco tuvo nunca Walter Benjamin aspecto de aseado. Pasaba poco por el baño, al que amenizan mucho las músicas al tenor sostenido de Joseph Haydn. Las espumas de Venus, la castidad de Susana ¿son música, son agua? Y no dio en ser poeta: ¡qué sería de Orfeo sin laúdes, sin cítaras! Se quedaría sin Eurídice, esto es, sin la justificación de su presencia que es un lamento largo.

Quasi una fantasía, escribió Adorno. El detestado Thomas Mann inmortalizó la dodecafónía en su mejor literatura, Doktor Fausius. Al adorado Heinrich Mann lo difundió la planola de Lola en El ángel azul, aquella Marlene Dietrich "de amor llena de la cabeza a los pies". El suicida Klaus Mann patetízó, como Tchaikowsky, menos por amor a los machos que por desavenencias con su padre, que cojeaba sexualmente al lado de muchos rubios de ojos azules, cuan Tomo Kröger. La pervivencia de su teatro la debe a Brecht, a los exquisitos chindachindas de Weil y Dessau, a la ronquera de cristal y azogue de Lotte Lenya. Para los teatritos de cartón, que bien lo sabe y bien lo ha expuesto don Francisco Nieva, es precisa lamúsica. ¿Quién cantará a Benjamin? ¿Quién compondrá su réquiem insepulto? Los hay para Nietzsche y para Wagner, para Luis de Baviera y Federico de Prusia. Ofrezco el texto funerario: no más violas, clarinetes y un tambor, eso sí, todos ellos debidamente enlutados.

Jesús Aguirre es duque de Alba.

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