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43º FESTIVAL DE CANNES

Fellini, Godard y el español Guerín trajeron la polémica

La proyección de La voz de la luna, del maestro italiano Federico Fellini; de Nueva ola, del maestro francés Jean-Luc Godard; y de Innisfree, del aprendiz español José Luis Guerín, permitió ayer en Cannes crear una polémica inversión de valores y papeles: el anónimo aprendiz impartió una lección de rigor y humildad a sus renombrados y petulantes colegas.Fellini y Godard llenaron ayer los escaparates de la sección oficial, mientras Guerín se quedó en un rincón de la sección paralela Una Cierta Mirada. Pero hubo mejor cine en este oscuro rincón que en aquellas sesiones de lujo, llenas de aplausos reverenciales.

En su Innisfree, Guerín hace una sencilla y bella exploración en la vida actual del pueblecito irlandés donde en 1951 John Ford rodó su genial El hombr etranquilo. Le ha salido al mismo tiempo un filme de amor, un documento sobre el paso del tiempo, un rastreo de las huellas que la imaginación cinematográfica deja sobre la realidad, y finalmente un poema sobre el poema de la tierra materna, que Ford incubó en su infancia en un hogar de emigrantes irlandeses en Maine. Todo es médula en esta apasionada búsqueda dentro de las ruinas de un momento de plenitud del arte de este siglo.

Cáscara y parloteo

Y si todo es médula en la humilde Innisfree, en cambio todo es cáscara, parloteo, retórica y charlatanería de expertísimos vendedores de sí mismos, de fabricantes de cine disfrazado de genial, en las películas de Fellini y Godard. En un cartelón de la RAI en La Croisette se lee: "El cine de calidad necesita ayuda". Una muchacha indignada ha escrito debajo, con su carmín violeta: "Pero no ésa".La voz de la luna es una película improvisada con un cheque en blanco, unos destellos mortecinos de fantasía y un enorme y suntuoso decorado. Notas tomadas a pie de pantalla: "Una ocurrencia detrás de otra, pero ningún engarce entre ellas. Todo está desmembrado. No hay ficción, sino simulación. Fellini hace lo que le viene en gana. Tiene bula. Rueda desde su divinidad: se le ocurre algo y, por idiota que sea, ordena rodarlo. Unifica a las dispersas imágenes su marca de fábrica. Son de Fellini y esto basta para venderlas".

En Nueva ola, Godard, en cambio, organiza su filme milimétricamente, con regla de cálculo. Es un poema de laboratorio en el que un cineasta con armas expresivas muy refinadas, habla, habla y habla, sin tener nada que decir. Notas tomadas a pie de pantalla: "Otra vez el mismo plano del árbol. La cámara escapa del tronco. Es prodigiosa la habilidad de Godard para irse por las ramas".

Es esta secuencia una radiografía de la totalidad del filme: hay en él a raudales esa forma menor de inteligencia que llamamos astucia.

La voz de la luna está aquí fuera de concurso. Nueva ola compite. Un periodista francés, evidentemente no chovinista, dijo a la salida de la conferencia de Prensa de Godard: "Esto apesta a Palma de Oro". La feroz frase es otra radiografía, esta vez de la inconcebible fuerza de presión que en los festivales tienen los grandes nombres y del subsuelo de papanatismo que corroe la credibilidad de estos montajes de compra-venta de celuloide al peso, con marca de fábrica y no con huellas dactilares humanas.

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