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Y el domingo por la tarde

Víctor Gómez Pin

El poeta francés Jacques Prévert describía cruelmente el destino del trabajador alienado evocando la inquietud del domingo por la tarde, dado que se aproximaba el lunes, y el martes, y el miércoles, y... el domingo por la tarde.Ciertamente, desde la fecha en que estos versos se escriben algo ha cambiado: el tiempo de vacuidad se ha duplicado, y con ello, asimismo, esa espera temerosa del correlativo tiempo del trabajo embrutecedor. Ampliación del tiempo de ocio que no es directamente dependiente de la coyuntura político-económiea, como lo muestra el hecho de que el week end (y la desoladora sombra que proyecta sobre las ciudades) tiene tanto arraigo en Brasil como en Suecia.

Mas, vinculada a sábado o a domingo, una constante perdura: el fútbol, el fútbol que aparece no sólo como referencia ordenadora de las jornadas de ocio, sino asimismo como pivote de las conversaciones el resto de la semana, y en tal medida principal, vehículo de una canalización del lenguaje cotidiano hacia objetivos contingentes y de distracción.

Hace unos años estaba claro, al menos para todos aquellos que esgrimían una actitud de resistencia, el papel que tal deporte desempeñaba. Sólo los mayores alcahuetes del sistema negaban que el fútbol constituía sobredosis de opio para aquellos cuya vida se hallaba marcada por la quiebra de sus capacidades creativas e inventivas y por la mutilación de sus aspiraciones afectivas.

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Mas hubo también en esto su aggiornamento y una fracción de la clase intelectual dejó de ver con pavor la genuflexión de toda actitud racional a la que se asiste en los estadios, y hasta llegaron a vislumbrar allí un rescoldo de reivindicación popular. Se confundía así pueblo con masa (según la distinción de un pensador contemporáneo) y se insultaba al primero sustentando la falacia de que sólo bajo la forma degradada de identificación en un ritual artificioso puede manifestarse el repudio de una vida que se arrastra de lunes a domingo por la tarde. Eran los tiempos en que, por ejemplo, el Barça era más que un club...

Necesario es un incidente trivial como la reciente incontinencia verbal de un futbolista representativo para que se revele como en espejo verídico la carga de resentimiento, alergia a la alteridad y auténtica xenofobia canalizada hacia los estadios a partir de un orden social que inevitablemente la genera; orden social que, sin embargo, hoy parece utópico (y hasta signo de desubicación) denunciar como intrínsecamente portador de indigencia espiritual y material. El pobre futbolista que se excedió en su lenguaje tiene al menos el mérito de dominar en el césped lo que indiscutiblemente constituye una técnica. Hay otros que sin tales exabruptos, pero tampoco sin la técnica del anterior, se alimentan cotidianamente de lo que engendra en el corazón de los individuos la sociedad que hace del trabajo embrutecimiento, y del descanso, frívolo ocio.

Es ya imposible escindir el esfuerzo técnico del futbolista de todo lo que su patada vehicula de atentado a la razón. El Barça es, ciertamente, más que un club (como lo es el Madrid y lo es el Betis): se trata de símbolo de canalización e instrumentalización de las energías de un pueblo (aquel que se reconocería paradigmáticamente en la recreación y restauración de la lengua catalana) hacia lo estéril de una afirmación sustentada en ceguera y desprecio. Todos y cada uno de los presentes en el estadio sienten que el hincha proyecta imaginanamente una realidad a la que no se enfrenta; en tal sentido, literalmente delira. Mas sabido es que lo real así puesto entre paréntesis retorna... y ello en el seno del delirio mismo. Entonces la frustración por un problema de entrada contingente (ganar o no en un juego formal y gratuito) tiene la carga de la mutilación real, y a la par que la rivalidad artificiosa se convierte en auténtico odio el falso ciudadano se revela verdadera fiera.

Los responsables del orden lo saben bien, puesto que erigen verjas para que el campo de fútbol sea efectivamente lo que está llamado a ser: campo de concentración.. ., de concentración y de canalización. No es en modo alguno azar que dos personas lleguen a ser salvajemente asesinadas por llevar los colores de un club. Morir por el Real Madrid es quizá buen modo de empezar a morir por esas abstracciones que el irracionafismo y el irredentismo de todo cuño ofrecen como pasto a los sujetos a los que se priva de juicio y de vida.

Víctor Gómez Pin es catedrático de Filosoria de la Universidad del País Vasco.

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