El torero de moda
JOAQUIN VIDAL Hubo quien pagó una fortuna por ver la corrida de ayer. Los reventas se pusieron las botas, que dicen. La corrida era de expectación máxima, no porque el público en general y la afición en particular creyeran que. iban a presenciar toros con toda la barba, lidia en plenitud, la crema de] arte de torear, sino porque estaba anunciado Espartaco, que es el torero de moda. Cuando un torero está de moda, toros, lidia, crema del arte, importan a cuatro. Cuando un torero está de moda, lo que importa al público es verle; si dejaran, tocarle; compartir su triunfo, poderlo contar. El objetivo se curriplió, más o menos: Espartaco, torero de moda, cortó una oreja que protestaron cuatro -los aludidos-, y quien estuvo allí para verlo ahora puede contarlo a todo el que quiera escuchar. Ser espartaquista en esta hora es como ser del Madrid.
Los cuatro que protestaban, naturalmente piensan de otra manera. A los cuatro que protestaban -los de siempre, por otra parte; afición con fe de catecúmeno- y alguno rriás que sufría en silencio, el triunfo del torero de moda les traía sin cuidado y sólo pedían que toreara de verdad. Vana pretensión, y más les valdrá olvidarse de pedir tanto en el futuro, pues si ayer el torero de moda fue incapaz de hacer el toreo auténtico al bombón sobrero del Puerto de San Lorenzo, es que no piensa hacerlo nunca.
El bombón sobrero fue el toro con que todo torero quisiera encontrarse alguna vez en su vida para hacerle la faena de sus sueños. Los toreros que estuvieran viéndolo desde el tendido, en activo o retirados, seguro que se ponían golosos. Y quizá Espartaco se puso goloso también, sólo que la faena de sus sueños era esa, la que hizo, la que allí se vio. Una faena bien coristruida en general, mal interpretada en particular. Una faena sin propósito alguno de ejecutar el toreo hondo, menos aún el artístico. Una faena ligerita, con la suerte descargada cuando toreaba al natural, abusando del pico, vaciando lejos, para finalmente abrochar las tandas de redondos o naturales con dos pases, de pecho, o tres, que esa tambien es la moda.
El secreto del triunfo estuvo en empalmar los pases sin solución de continuidad. No en ligar los, que es cuestión distinta. La ligazón constituye uno de los valores principales de la tauromaquia mientras lo otro pertenece a su letra menuda, donde los toreros avispados -en pasadas épocas los llamaban ratoneros- encuentran un amplio surtido de ventanillas para ir tirando. La que con mayor esmero utiliza Espartaco -aparte citar medio tumbado y todo lo demás- consiste en perder terreno después de cada pase para quedarse colocado astutamente fuera de cacho. De este truquito, en el sexto -que era borrego- dio un auténtico recital. Jugar al corro, la noria, el escondite, llama a esto la afición -es decir, cuatro-, mientras le trae absolutament e sin cuidado al resto, que son miles de almas buenas arrebatadas por el entusiasmo. De manera que Espartaco puede seguir siendo el torero de moda hasta cansarse, sin necesidad de torear.
Viendo la catadura de los demás toros, los otros espadas parecía que iban de primos. Los demás toros no fueron tan fáciles, ni mucho menos, pues tenían genio. Curro Vázquez, salvo en un buen quite por verónicas, estuvo por allí disfrazado de niebla. Robles, en cambio, intentó el toreo -el verdadero-, con mucho mérito en el quinto porque era un toro de voltereta y lo embarcó valiente y mandón. Después escabechó a sus toros, por los procedimientos que también constan en la letra menuda de la tauromaquia, para utilización hartera de pinchauvas. Un capítulo que no usó el torero de moda para matar al tercero de la tarde, por cierto, pues fue y cobró una estocada a ley. Y ahí si hubo consenso: los cuatro de siempre y todos los demás se daban la razón, se intercambiaban parabienes, se convidaban a tabaco... En fin, las cosas de la vida.
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