Un invento del diablo
EN ALGUNAS ciudades de la Grecia clásica estaba prohibido poseer gallos que perturbasen el descanso nocturno, y a los artesanos que trabajaban con el martillo se les obligaba a residir fuera de la ciudad. Entre los suplicios que Dante imaginó para los habitantes de su infierno cónico, uno de los más crueles era el de someter a los condenados a un ruido sin fin. Ruido: sonido indeseable; o bien: sensación acústica desagradable o molesta.La contaminación acústica ha crecido espectacularmente durante los últimos decenios a causa, fundamentalmente, de la introducción del maquinismo y del desarrollo de los modernos medios de transporte. Según un informe de la OCDE, unos 130 millones de habitantes de los países miembros estaban en 1986 sometidos a niveles de ruido superiores a los aceptables. España ocupa el segundo lugar, inmediatamente después de Japón, en contaminación acústica. Ciudades como Madrid, Barcelona y Valencia figuran entre las más ruidosas de Europa y del mundo.
De un tiempo a esta parte se suceden aquí y allá congresos de sabios que intentan llamar la atención sobre esa forma de contaminación que degrada las condiciones de vida de los seres humanos y que, sorprendentemente, ocupaba hasta hace poco un lugar secundario entre las preocupaciones de los medioambientalistas y ecologistas. En unas jornadas celebradas recientemente en Barcelona se han vuelto a constatar los efectos de esa forma de contaminación que aumenta la tensión arterial, incrementa el aporte de colesterol a la sangre, produce úlceras de duodeno, cefaleas, sordera y, según algunos, impotencia sexual. Y que crispa los nervios y dificulta la comunicación humana. También se han propuesto una serie de medidas correctoras.
Considerando que el principal factor contaminador es el aumento del parque automovilístico, se ha hablado de vehículos con motores silenciosos, de pavimentos porosos con mayor capacidad de absorción, de coches eléctricos. Todo ello es muy conveniente, si bien sería deseable que las autoridades municipales, que suelen financiar tales simposlos, predicaran con el ejemplo y sustituyeran por otros menos trepidantes los carrasposos vehículos del servicio de recogida de basuras que sobresaltan cada noche el sueño de los ciudadanos.
Pero además de los factores técnicos existen otros de tipo cultural, relacionados con la idiosincrasia. En los restaurantes españoles se habla a gritos por sistema, estableciéndose una especie de competición entre las mesas cuyo resultado es una espiral ensordecedora. Por no hablar de nuestras zonas vacacionales, donde se considera que, al menos en estación alta, hay una especie de bula para fastidiar al vecino. Ahora que se acerca el periodo estival, sería bueno que los Ayuntamientos adoptasen algunas medidas inspiradas en el sentido común.
No que pongan asfalto poroso, pero al menos que hagan cumplir la ley en lo relativo a los tubos de escape de las motocieletas, las discotecas cerradas o al aire libre, el lanzamiento de cohetes y salvas de pólvora en las fiestas patronales, el uso de las bocinas de los coches y de las campanas de las iglesias, las sirenas de ambulancias y vehículos policiales, las radios y casetes. Que los alcaldes se apiaden de los vecinos y visitantes estacionales y recuerden que ya el viejo autor de la Divina Comedia consideraba al ruido invento del demonio para supliciar a los incontinentes, violentos y defraudadores.
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