La economía sin fronteras
El mundo se encuentra en el umbral de un salto cuantitativo en la riqueza material, si es que este prometedor futuro no descarrila por la emoción nacionalista, dice el autor. Las economías de Estados Unidos, Japón y Europa están tan entretejidas que si se sueltan unos pocos hilos podríamos exponernos a una depresión.
Cuando Sony compró Columbia Studios y Mitsubishi compró una participación importante en el Rockefeller Centre, las páginas de opinión de los periódicos de Estados Unidos, reflejando el ánimo político, advirtieron sobre la invasión japonesa. Los comentaristas japoneses respondieron en sus columnas y en sus primeras páginas frente a los ataques de Estados Unidos.Sin embargo, las secciones financieras de estos periódicos comentaban los mismos acontecimientos en términos de joint ventures o de corporate tie-ups.
Estas percepciones divergentes ilustran el conflicto entre el hecho y el mito que ha conducido a tanta acritud entre Estados Unidos y Japón. Las páginas de opinión reflejan una ficción arraigada en la noción, obsoleta ahora, de nación-Estado en el siglo XIX. Las páginas financieras reflejan la realidad de la economía sin fronteras de hoy en día.
Debido a esta economía sin fronteras, el mundo se encuentra en el umbral de un salto cuantitativo en la riqueza material, si este prometedor futuro no es descarrilado por la emoción nacionalista.
Las economías de la gran tríada mundial -Estados Unidos, Japón y Europa- están tan entretejidas que si se sueltan unos pocos hilos podría desenmarañarse todo el tejido y exponernos a todos a la depresión. La economía mundial está tan interrelacionada, por el sistema de libre comercio a través del cual operan las grandes empresas transnacionales, que resulta cada vez más difícil diferenciar entre éxito norteamericano, japonés y, europeo. Ya no somos extraños, sino insiders en los países de los demás.
A menudo oímos hablar de las inversiones japonesas en Norteamérica, pero tendemos a olvidarnos de que también existe la situación contraria. IBM Japón cuenta con más de 1.000 filiales y más de 19.000 empleados en Japón. Texas Instruments es el mayor competidor de Japón en la producción de semiconductores. Estée Lauder es el fabricante de cosméticos de mayor éxito en Japón. De hecho, en 1989 las 2.000 empresas norteamericanas principales que operan en Japón tenían una producción anual superior a 49.000 millones de dólares -el déficit comercial de Japón en ese año.
Transnacionalismo
Este transnacionalismo es especialmente evidente en la industria del automóvil. Ford posee alrededor del 25% de Mazda. General Motors, con una participación del 34%, es el mayor accionista de Isuzu y posee el 5% de Suzuki. Chrysler ostenta el 25% de Mitsubishi.
Por otra parte, Nissan y Toyota han establecido grandes fábricas de automóviles en Estados Unidos. Honda incluso exporta coches a Japón -desde sus fábricas en Norteamérica, y se rumorea que está trasladando su sede central mundial a Los Ángeles.
En Europa, Ford y GM cuentan cada una con una participación del 12% en el mercado europeo. Sus instalaciones de producción allí instaladas compiten cómodamente con Renault, Volkswagen y Fiat. Mitsubishi y Daimler-Benz están negociando un plan de colaboración intensiva en la tecnología del automóvil, aeroespacial y de la microelectrónica.
Es dificil establecer la nacionalidad de estas afortunadas grandes empresas. Enarbolan la bandera de sus clientes, no de su país. Prosperan gracias a la lealtad de consumidores desnacionalizados. Su ascenso o su derrota dependen de los severos juicios de los consumidores sobre qué coche, qué VCR o qué ordenador personal comprar.
La clave de la prosperidad permanente de una nación se basa en reconocer la aparición del mercado de la tríada y participar activamente en él. Los insiders prosperarán y crecerán con fuerza. Los intrusos y los proteccionistas quedarán fulminados porque no serán capaces de merecer la fidelidad de los consumidores, que cuentan con muchas elecciones alternativas en el supermercado mundial.
La economía sin fronteras tiene dos características principales: una semejanza global y una diferenciación regional.
A medida que las fronteras nacionales pierden importancia, tanto para los consumidores como para las sociedades, las semejanzas de la tríada adquieren cada vez más importancia que las diferenciaciones nacionales. Al mismo tiempo, las regiones, dentro de los límites nacionales, cuentan con atributos, gustos, necesidades e intereses muy claros. Esto significa, por ejemplo, que Osaka podría competir con Tokio y Los Angeles con Nueva York.
Para lograr el éxito, las empresas de la tríada tienen que adoptar una estrategia de localización global, como lo ha definido Akio Morita, de Sony, o, como yo prefiero, una estrategia de insiderization con un enfoque nacional.
Aunque estos términos parezcan otra cosa, significan simplemente que las compañías con éxito basarán sus estrategias sobre una apreciación del carácter único y de las necesidades de las regiones dentro de las fronteras nacionales.
Durante las dos últimas décadas, la mayoría de las compañías japonesas han aprendido a diferenciar sus mercados en Estados Unidos en base a los atributos regionales. Por ejemplo, han observado que los coches compactos se venden mejor en las regiones muy urbanizadas de Nueva York y del sur de California, mientras que los coches grandes, y en algunos casos más lujosos, parecen adaptarse mejor a los gustos de los consumidores del Medio Oeste y del Sur.
Largas distancias
En cambio, la mayoría de las empresas norteamericanas todavía ven a Japón a 12.000 millas de distancia. Naturalmente, a esa distancia las características del consumidor regional de Japón son tan difíciles de distinguir como las estrellas de la Vía Láctea.
No obstante, la localización global no significa una búsqueda indefinida de las diferencias, porque las semejanzas de la economía de la tríada son mucho mayores que los atributos únicos de las localidades. En nuestro trabajo de asesores de dirección, por ejemplo, hemos descubierto que el 80% de lo que es de aplicación para Estados Unidos también lo es para Alemania Occidental. Además, los deseos delconsumidor japonés shinjin -la generación menor de años- se parecen mucho más a los de la misma generación Los Ángeles o de París de lo que se diferencian.
A medida que las fronteras nacionales continúen erosionándose, ¿qué surgirá ahora?
Los vencedores del futuro no serán las naciones, sino regionales como Alsacia, Lorena, Ga Kansai u Orange. Las sociedades vencedoras serán aquellas que sirvan bien al consumidor global cualquiera que sea su origen nacional. Esto hace pensar Sony, con su central de hardware en Tokio, su central de mantenimiento en Los Ángeles y su central de telecomunicaciones Nueva York o en Europa.
¿Y qué sucederá con la pc ca? Los políticos de todo el mundo tendrán que dedicar sus energías, en vez de a preservar el status quo, a la misión más importante de crear un marco político para la economía sin fronteras.
La visión europea no va más allá de 1992. La visión japonesa es más miope aún. Nos hemos estado escondiendo sumisamente detrás de la protección nuclear Norteamérica, ejecutando las decisiones anticuadas del genio Douglas Mac Arthur. Entre tanto, el final de la guerra fría ha tapado el sentimiento de control de la posguerra de Norteamérica.
Una economía sin fronteras dentro de un vacío político significa peligro. Sin un sistema político, existe el grave peligro de que surjan nuevos villanos que recubran de carne el viejo es esqueleto del nacionalismo. ¿Por qué Norteamérica, sin los rusos como grandes rivales, asigna el papel a los japoneses o a los alemanes? Un escenario xenófobo como éste es lo que más amenaza a nuestro tránsito hacia una economía sin fronteras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.