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Tribuna
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Finezas

Entre tanta basura como se publica, destaca con diamantino esplendor el pormenorizado martirologio a que el concejal del PP en el Ayuntamiento de Valencia Salvador Palop fue sometido durante los cinco eternos días que permaneció en la prisión. Mientras me informo con avidez de semejante vía crucis trato de encontrar parangón, pero sólo remontándome a los padecimientos experimentados por Dostoievski en Semipalatinsk y el conde de Montecristo en el castillo de If hallo similares trajines. Claro que el martirologio de san Dominguito del Val tampoco fue manco, si seguimos moviéndonos en el estricto terreno de los suplicios científicamente comprobados.Al margen de los delitos que la tierna criatura haya podido cometer, no se puede tener a una persona humana, aunque sea concejal, sometida a la tensión de no poder tumbarse en la colchoneta por temor a contraer el sida. Es más, deduzco que si decidió permanecer en pie, y ni siquiera reclinarse como de lado -estilo banquete romano, lo cual resulta menos contagioso-, es porque además no le habían permitido ni ponerse el pijama de seda ni el batín boatiné que tradicionalmente han mantenido alejada de los virus a la crema de nuestra sociedad Un caso de crueldad dificilmente asimilable a un Estado de derecho que se precia de vivir en democracia.

A todo lo expuesto anteriormente hay que añadir la alevosía de que sin la menor consideración, Salvador Palop convalecía de dos grave quebrantos de su salud física: ingestión de antibiótico previa a la extracción de muela -que iba a celebrarse el mismo día de su detención y que debió ser suspendida sin die- y la operación de un furúnculo que le supuso un bordado adiciona de siete puntos siete en el delicado trasero.

Es de esperar que Amnistía In ternacional tome cartas en e asunto.

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