Censura
LA SUCESIÓN de noticias sobre censuras de obras de pintura, vídeos, letras de canciones, diálogos y escenas cinematográficas, telefilmes y fotografías en Estados Unidos hace pensar en algo más que en una serie episódica. Desde la cancelación de la muestra de fotografía de Robert Mapplethorpe en la Corcoran Gallery de Washington, hace algo menos de un año, hasta la calificación con la fatídica letra X de la última película de Almodóvar, que le impide ser distribuida en los circuitos regulares, los casos no han cesado de cundir. El nuevo paso, sin embargo, en la carrera de puritanismo lo constituye una reciente sentencia del Tribunal Supremo norteamericano que declara delito no ya la distribución por el correo federal de vídeos o revistas de pornografía infantil, sino la mera tenencia privada de esos artículos. Si las primeras formas de control atentaban contra la libertad de expresión, según denuncia de numerosos grupos de intelectuales, la segunda medida atenta contra derechos individuales, consagrados igual que aquélla en los frontispicios de la más vieja Constitución democrática.Contemplado desde España, donde el director general de RTVE acaba de declararse favorable a introducir "un poco de erotismo" en la pantalla pública (el 7 de mayo se emite la película Emmanuelle), el fenómeno norteamericano escandaliza en sentido inverso. Aunque también por estos pagos -y ahí están las dificultades puestas a la exposición de historietas del dibujante Nazario- el puritanismo más recalcitrante y la intolerancia moral pugnan por levantar la cabeza e imponerse como pauta social para el común de los ciudadanos. Desde aquí se ha seguido considerando a Estados Unidos una tierra de tolerancia que no ha logrado desvanecer la repetición de pruebas en contra. Hace 15 días, Pedro Almodóvar relataba en las páginas de este periódico las delirantes reglas de las que se sirve la Motion Picture Association of America (MPPA) para repartir calificaciones morales a los filmes, evocadoras de las famosas fichas blanca, azul, rosa o granate que empleaba la jerarquía católica para adjudicar bendiciones o excomuniones.
No se trata, sin embargo, de un fenómeno enteramente nuevo en la escena norteamericana. Estados Unidos es un abigarrado guiso cultural donde se mezclan tendencias controvertidas y opuestas. Apenas hace 15 años, en los sesenta, la revolución sexual era una conquista que abanderaba la juventud norteamericana. Ahora, desde hace una década, la revolución consiste en el regreso a las raíces, la recuperación del espíritu fundacional, a través de cuya pesquisa buena parte de sus ciudadanos son las primeras víctimas.
Según algunas apreciaciones de sociólogos y analistas políticos e intelectuales norteamericanos, la clave de la actual oleada de censuras se encuentra en el cultivo del miedo, reiteradamente utilizado en la historia del nacionalismo estadounidense. Hasta hace poco, la amenaza se fijaba obsesivamente en el comunismo y en la Unión Soviética, en el "imperio del diablo", como la definió Reagan. Ahora, sin embargo, en trance de desvanecerse este fantasma, la asechanza se desplaza a la posible degeneración de las costumbres inducida bien por filtraciones extranjeras (la droga latinoamericana, las películas foráneas, la invasión japonesa), bien por la ineludible conspiración de los antipatriotas.
Las consecuencias siguientes a la desaparición del comunismo, en cuanto elemento reactivo para la cohesión, no se han presentado todavía con toda claridad. Pero acaso las tendencias nacionalistas, racistas, xenófobas e integristas, que también salpican a Europa, sean a lo largo de la década la contrapartida al nuevo equilibrio geopolítico.
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