Maestro
Parece que está entre las leyes del jazz de esta ciudad que muchos de los mejores conciertos se produzcan en el auditorio del San Juan Evangelista, y que de entre ellos, algunos se registren en una sala medio vacía. Así volvió a suceder con el magnífico recital brindado por el cuarteto del pianista Kenny Barron, una intervención de las que se marcan en la memoria.Kenny Barron llega a la madurez (46 años cumplidos) después de haber contribuido como compositor al repertorio del jazz moderno, y habiendo sido principal base de cohesión en grupos comandados por un arco de líderes que va de Dizzy Gillespie y a Stan Getz, de Ron Carter a Joe Henderson y Freddie Hubbard, y la empresa colectiva Il Monkiana, del grupo Sphere.
Kenny Barron Quartet
Colegio mayor San Juan Evangelista.Madrid, 25 de abril.
Kenny Barron ha sabido tener claro cuál era el pianista que se necesitaba en cada ocasión, y su personalidad indudable como instrumentista también sabe plasmarse en el acercamiento a las sensibilidades de otros pianistas.
No se trata de homenajes o del cliché del tema Al modo de, sino auténticos viajes interiores al alma musical de los maestros de la música.
Solo de piano
Barron eligió una composición de Monk, Misterioso, para su única interpretación a piano solo, y no sólo deslumbró sino que también nos pudo poner a cabilar acerca de lo que es entender algo la historia del jazz. Envió a Monk al encuentro de sí mismo, interpretando su composición de título español (¿o italiano?) como si el maestro hubiera empezado a tocarla más o menos hacia 19 10: Barron sabe digitar como Monk y también realimentario con la tradición del plano stride y la fibra del blues; y es, a sí mismo, sin duda, a quien expresa.La banda reapareció para seguir con Monk, con Erronel, y allí estaban Ben Riley -el que fue baterista titular del cuarteto de Monk y que estuvo completamente fantástico todo el concierto-, Charles Fambrough, como contrabajista ideal, y Vicent Herring en los saxos alto y soprano, que ascendió a lo largo del concierto, abandonando el momento de lo presumible -sobre todo, en la estructura- para despejar su propia vía personal, que a veces se expresa en un bello sonido sucio.
Las composiciones originales de Kenny Barron -entre ellas una magnífica bossanova, en la que parecieron estar acariciando por primera vez algo que ha llegado a ser manoseado- también dieron soporte al reconocimiento de otras sensibilidades, como el viaje emprendido al centro del corazón del pianista surafricano Abdullah Ibrahim.
El panteón del jazz tiene una notable población de gigantes, y va a haber que hacer sitio para otros. O reconocemos la grandeza de lo que músicos como éstos están hoy haciendo o dentro de poco no entenderemos nada. De música sí se llenó la sala, maestro Kenny Barron.
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