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La rehabilitación de los 'bujarinistas'

Joaquín Estefanía

Tras la Semana Santa, después de celebrada la moción de confianza en el Congreso de los Diputados, comienza de hecho la tercera legislatura socialista con un retraso de seis meses. Algunas de las causas que motivaron ese aplazamiento persisten en el ambiente -el caso Juan Guerra- o incluso tienden a extenderse: el caso Naseiro. Como el error es el más constante compañero de los hombres, se corre el peligro de perseverar en él y de acompañar este ambiente en sus vertientes más extremas, creando un estado de opinión de corrupción generalizada en el mundo de la política que no se corresponde con la realidad. Algunos de los que abundan en la teoría de la total corrupción política están haciendo ideología, arrimando el ascua a la sardina del desencanto o del pasado.Pasa a la página 11 Viene de la primera página

Sin embargo, el elemento determinante de los próximos meses será la guerra de posiciones que, de manera cada vez menos solapada, está desencadenada dentro del Gobierno y del aparato del PSOE. En primer término, el partido, que tiende a controlar la acción política del Ejecutivo: en unas recientes declaraciones decía Francisco Fernández Marugán: "A fin de cuentas es el partido quien marca las grandes líneas políticas que luego debe aplicar el Gobierno, ése es un peso muy importante. La diferencia está en que hay, una tradición histórica que da predominio a la labor del Gobierno, pero créame, esa tradición no se corresponde con la realidad".

Existe una segunda línea que comparten pocos ministros y bastantes cuadres solventes del socialismo alejados de la práctica diaria, que opinan que el modelo está agotado y que los desajustes producidos en casi ocho años de gobierno (de los cuales el caso Juan Guerra, las responsabilidades políticas del vicepresidente y los mecanismos para enriquecerse en los aledaños del poder son significativos) sólo tendrán arreglo volviendo a la oposición, asimilando la experiencia de esta etapa histórica y realizando más adelante la alternancia con los nuevos gobernantes, situados previsiblemente a la derecha del socialismo español.

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Pero ha surgido con fuerza una tercera tendencia, instalada en el Ejecutivo, que, aprovechando la debilidad coyuntural del vicepresidente Alfonso Guerra y de todo lo que él representa, defiende que hay que reajustar la correlación de fuerzas dentro del Gobierno, y posteriormente en el interior del partido -en coincidencia. con el próximo congreso del PSOE-, y adecuar la práctica política a los nuevos tiempos que corren. Son los bujarinistas, en apelativo escogido por ellos mismos, un sector muy minoritario, pero con gran presencia en la vida pública.

Haciendo una analogía irónica con lo sucedido en la URSS en el último año, han recogido la figura de Nicolai Bujarin, aquel bolchevique ejecutado en 1938 tras el tercer gran juicio de Moscú y rehabilitado por la puerta grande en 1989 por Gorbachov. Bujarin, que creía en la hostilidad de principio hacia el Estado", fue acusado de organizar el grupo de oposición contra Stalin. Los bujarinistas del Gobierno asumen paradójicamente las palabras de Alfonso Guerra en el día de la presentación de la revista El Socialismo del Futuro: "Los que nos dedicamos al trabajo político y al trabajo intelectual a veces tenemos la impresión de que en nuestros días se está produciendo una significativa diacronía entre las oportunidades y posibilidades de avance y progreso para el que estamos, en conjunto, científica y tecnológicamente capacitados y, por otra parte, las formulaciones y análisis políticos planteados, en ocasiones, desde esquemas de pensamiento que aún permanecen aferrados en grado importante al pasado". Asumen sus palabras, pero no su acción cotidiana; creen que hay que contrarrestar las áreas de ineficacia y de demagogia que, incrustadas entre los aparatchis, frenan la iniciativa política y dan alas para que la oposición a su derecha se instale un día en la Moncloa.

En los últimos meses, mientras la gobernación del país ha ido a cámara lenta y muchos ministros han administrado en la provisionalidad, los bujarinistas han tomado la iniciativa con una política de consensos: el pacto de la competitividad con los partidos políticos y los agentes sociales (al que, por cierto, habría que cambiarle el nombre), la primera fase de la concertación con los sindicatos y hasta una pieza básica para la modernización del país como es la reforma fiscal, consultada con las fuerzas vivas y los expertos en la materia.

La política de pactos hay que juzgarla desde los motivos por los cuales el presidente del Gobierno, Felipe González, adelantó las últimas elecciones legislativas y disolvió el Parlamento: preparar a este país para su presencia en la Europa de los doce y para el mercado único de 1993. En las semanas previas a los comicios legislativos se tradujo esta adecuación comunitaria como un ajuste riguroso de la economía, que todavía no se ha producido. Sin embargo, los técnicos del Ministerio de Economía y Hacienda elaboran a toda marcha una nueva versión del programa económico a medio plazo, que requeriría el ajuste: la economía española no puede seguir creciendo al 5% mientras que la demanda interna lo hace al 7,7%, porque ello genera grandes desequilibrios inflacionarios y en el déficit exterior, y resta competitividad a las empresas. Los principales objetivos del programa son un déficit público cero para 1992 y la reducción de la inflación a la mitad -un 3%-, en línea con los países más avanzados de la Comunidad Europea.

Es decir, la política de pactos sería objetivamente imprescindible si se pretende entrar en una segunda fase de la transición económica hacia la normalidad europea (lo que con otros matices más igualitarios la UGT ha denominado en su congreso una segunda transición democrática); después de un cambio de las reglas del juego -la Constitución y las directrices vigentes de la CE- y de los personajes que las aplican es preciso un nuevo esfuerzo para situar a España frente a las obligaciones y derechos del Acta Única. Para instrumentar este esfuerzo, el Gobierno requiere el apoyo subsidiario de las restantes fuerzas del país; no puede actuar desde la soledad de legislaturas anteriores, debilitado como está por la pérdida de votos (Melilla es el último ejemplo), por la presencia permanente de la gangrena del caso Juan Guerra y por el crecimiento de la oposición y la aparición de una alternativa política factible a su derecha, con José María Aznar y el Partido Popular al frente.

El análisis de esta coyuntura política es casi con seguridad el dispositivo que ha llevado a los bujarinistas a tomar la iniciativa. Se trata ahora de ver hacia dónde se desarrolla la nueva correlación de fuerzas en el Gobierno y en el partido. Y para ello es decisivo conocer dónde sitúa el punto de equilibrio la única persona del socialismo español capaz de ejercer como árbitro y como líder: Felipe González. Existen dos elementos a corto plazo que permitirán dilucidar en buena parte la amplitud de la crisis que afecta al bloque gobernante: las elecciones autonómicas andaluzas (en las que el nombre del candidato socialista a la presidencia de la Junta de Andalucía será un test en si mismo) y el previsible cambio de Gabinete en las próximas semanas o en los próximos meses.

Cuenta Milan Kundera en su última novela una historia que puede servir de paráfrasis de lo que ahora ocurre en el PSOE: "El famoso pintor Salvador Dalí y su mujer, Gala, cuando eran ya mayores, tenían un conejo amaestrado al que querían mucho y que no se alejaba nunca de ellos. En una ocasión tenían que hacer un largo viaje y estuvieron discutiendo hasta muy entrada la noche qué hacer con el conejo. Era complicado llevarlo y era difícil confiárselo a alguien porque el conejo desconfiaba de la gente. Al día siguiente Gala cocinó y Dalí disfrutó de una comida excelente hasta que comprendió que estaba comiendo carne de conejo. Se levantó de la mesa y corrió al retrete, donde vomitó al amado animalito, al fiel amigo de su vejez. En cambio Gala estaba feliz de que aquel a quien amaba hubiera penetrado en sus entrañas, las acariciara y se convirtiera en parte del cuerpo de su ama. No existía para ella una realización más perfecta del amor que la de comerse al amado". Averigüemos quién es Dalí, quién es Gala y quién es el conejo en el socialismo español.

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