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Fujimori

Y entonces llegó el chinito y se llevó los votos que los europeos ya habíamos dado a Marito Vargas Llosa. Porque en el Perú nuestro candidato, a pesar de sus sospechosos compañeros de viaje, era Mario, ese lector de Flaubert, ese barcelonés adoptivo y preolímpico, ese converso del castrismo al pragmatismo liberal conservador que, a lo que se ve, anida en el fondo de los antiguos progres. Pero apareció ahí Alberto Fujimori diciendo lo justo y abominando de los partidos. Y ya tenemos a la inteligencia local de este país nuestro arrimando el ascua japonesa a la realidad española y diciendo: "Claro, ya nadie se fía de los políticos". Por eso Fujimori ha tenido los votos que ha tenido, precisamente por no ser político, que es, como todo español sabe, el único oficio que consigue superar en impopularidad al de chuloputas o al de pajillero.La glorificación española de Fujimori, a quien hay que reconocer su éxito individual, no responde a la tradicional admiración hispánica por el más débil de entre los fuertes. Muy al contrario. En Perú nos han mostrado el camino, dicen. El hombre providencial o el uomo qualunque, al que por cierto glosaban los fascistas mussolinianos, merece más confianza que los partidos democráticos, cargados de Juanes Guerras o de Naseiros. La verdad, para ese viaje no hacían falta alforjas. Quizá más vale una democracia imperfecta. basada en organizaciones transparentes que los populistas impolutos sin más control que el de la emoción de las masas. Al fin y al cabo las corrupciones de los partidos siempre acaban aflorando en algún congreso o, a lo peor, en algún juzgado. Mientras que los riesgos de un líder providencial son impredecibles. La política es el sistema de control mutuo del que, de vez en cuando, se descontrolan algunos. Acabemos con éstos para honrar aquélla. Y que nadie tome el nombre del amateur y esforzado Fujimori en vano.

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