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Recaída y recuperacion

Por fin, junto a la oferta televisiva procedente de las comunidades autónomas, ya están empezando a emitir en España algunos de los previstos canales de iniciativa y gestión privada, y, dado el vertiginoso avance de la tecnología, muy pronto podrán verse aquí con toda facilidad las emisiones del mundo entero. Esta realidad deberá dar ocasión a que RTVE, el organismo sostenido por el Estado, se replantee en serio y a fondo su función pública en lugar de limitarse a competir malamente con las empresas comerciales.Aun sin esta apremiante circunstancia, dicho replanteo parece ser de cualquier modo indispensable. A Televisión Española se le viene haciendo objeto de mucha crítica, sobre todo por su real o supuesta propensión a servir, en detrimento de los demás partidos, los intereses del partido que ocupa el poder; pero, si tal pretendida obsecuencia es la principal crítica que se le dirige, sería demasiado lamentable que toda su reforma se redujera a corregir esa falla mediante el simple procedimiento de hacer más equitativa la repartija del tiempo concedido a cada uno de ellos, pensando que eso es todo, pues ciertamente, y por mucho que sea inexcusable requisito de la democracia el que todos los partidos tengan un razonable y proporcional acceso a la publicidad oficial, los intereses partidarios, legítimos como son, no pueden identificarse sin más interés general de la comunidad, que sin duda trasciende el nivel de las pequeñas maniobras cotidianas. Manteniendo éstas en sus justas dimensiones, la televisión administrada por el Estado debe llevar al común de la población, por encima del alicorto picoteo recíproco del gallinero político, una información clara, objetiva y ponderada de las verdaderas cuestiones del momento, entendida esta palabra en su doble acepción de actualidad e importancia.

En lugar de ello, lo que generalmente se le suministra al espectador es, cuando no esa indigesta comidilla, la escueta noticia de carácter sensacional: catástrofes de todas clases, tanto naturales como provocadas por la acción del hombre, y algún que otro hecho surgido acá o allá que, o bien consiente una explotación por analogía dentro de nuestro corral, o bien se presta a despertar superficial y pasajera curiosidad. Fuera de eso, nada parecería ocurrir al otro lado de nuestras fronteras. Salvo la excepción de tal o cual programa, como -¿por qué no mencionar alguno en concreto?- el que se titula En portada y de cuando en cuando Informe semanal, las noticias sólo se imparten de modo sucinto, acaso inexacto y parcial, sin presentación de antecedentes ni comentario acerca de sus repercusiones inmediatas y sus previsibles consecuencias. Esto para no hablar del bajo tono que en el conjunto de los programas prevalece.

Cabe alegar que la televisión no es, al fin y al cabo, otra cosa que un medio de comunicación pública, y que en cuanto a tal, limitándose a reflejar en cada instante el estado de la sociedad a la que sirve, ya puede dar su misión por cumplida. Y, en efecto, nadie podrá negar que su tónica presente corresponde con fidelidad penosa al ambiente desanimado y ramplón que actualmente se respira en el país. Tras unos años de euforia, y quizá por reacción fatigada, quizá también por el desconcierto en que las súbitas transformaciones de la situación mundial, al transformar los más arraigados supuestos mentales, nos ha sumido, la vida pública está cayendo en un repliegue hacia lo cotidiano, privado y cominero. No sabiendo a qué atenernos acerca de "lo que está pasando", de cómo interpretar las condiciones nuevas a nuestro alrededor, de cuál pueda ser el sentido y alcance de los acontecimientos que con tanta rapidez cambian la fisonomía del planeta y, por tanto, de nuestro posible emplazamiento en él, echamos mano rutinariamente de rancios conceptos desechables para eludir los verdaderos problemas. Sirva de ejemplo, entre tantos como pudieran aducirse, esa absurda polémica sobre la autodeterminación, donde se ponen en juego -¿y para qué?- ideas trasnochadas que nada tienen que ver con las perspectivas actuales. Después de habernos sentido tan orondos por ser ya europeos, recaemos de nuevo en un triste palurdismo... La verdad sea dicha: el programa español se ha puesto chabacano, chato, aburrido, y las gentes se distraen con el chismorreo de las revistas del corazón elevado a niveles de alta política. Esto es lo que la televisión refleja.

Pero ¿es que la televisión -los medios de comunicación en su conjunto, pero la televisión en particular- no tiene en verdad otra misión ni otra responsabilidad que la de transmitir pasivamente lo que emana de la sociedad? Para empezar, no olvidemos la doble corriente de retroalimentación que esos medios desencadenan. Si el medio recibe sus materiales y, por así decirlo, su inspiración del seno de la sociedad, ésta recibirá a su vez, de vuelta y en formulación explícita, aquello que el medio ha elaborado, consolidado y fijado, prestándole la autoridad de cosa pública, pues desde siempre se ha sabido que mediante su órgano se concreta la opinión general. Y esta función exige de quienes están encargados de cumplirla un ponderado ejercicio de responsabilidad en su tarea.

El tema de la responsabilidad de la Prensa -por designar con el tradicional nombre genérico a los medios de comunicación social- presenta aspectos muy diversos y daría materia para discurrir ampliamente sobre ellos. Pero aquí y ahora quiero ceñirme al caso particular de un instrumento tan poderoso como es la televisión del Estado, cuya influencia no se reduce a la esfera de las diarias pugnas partidarias, insignificantes con frecuencia y en definitiva de pasajero efecto, sino que se extiende a la vida social entera y abarca la totalidad de la cultura popular, y en tal sentido le corresponde una misión educativa, no limitada a los que suelen denominarse "programas culturales", sino empeñada más bien en ofrecer una información general ilustrada y en alcanzar un tono de invariable dignidad tanto en la expresión como en los contenidos. ¿No habrá llegado el momento de reconsiderar el modelo que debería proponer la sociedad?

Francisco Ayala es escritor y académico de la Academia de la Lengua.

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