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Ascó II, patas arriba

1.700 especialistas y obreros de alto riesgo recambian el combustible de la central catalana

La vasija del reactor está vacía y, con las debidas precauciones, uno puede asomarse desde 10 metros más arriba y ver el interior del recipiente en que hace unos días se producía la reacción nuclear. En otro edificio, a pocos metros, la descomunal turbina principal está totalmente desmontada y decenas de operarios intentan ponerla a punto. A 15 de marzo, fecha de la visita de EL PAÍS a la central nuclear de Ascó II, es difícil imaginar que este puzzle pueda estar encajado y produciendo electricidad al cabo de tres semanas.

La recarga de combustible, algo de relativa importancia en una central térmica convencional o en el automóvil de cualquier ciudadano, es en una central nuclear una tarea compleja que obliga todos los años a una parada del reactor de un mes o más de duración. La operación es aprovechada para revisar, cambiar o arreglar otros, componentes de la planta. Las características del combustible -óxido de uranio enriquecido-, y, sobre todo, el alto nivel radiactivo de los isótopos generados por el uranio quemado hacen especialmente delicada la tarea de retirar el combustible gastado para sustituirlo por nuevo.Durante los 37 días que dure este año la parada, explican los directivos de la central, trabajarán en la central un total de 1.700 personas. En condiciones normales, los dos grupos de producción de la central nuclear de Ascó dan empleo a 900 trabajadores, 500 de plantilla propia y 400 más de las empresas subcontratadas.

Los 800 operarios que acuden para tareas temporales específicas son muy diversos: van desde los técnicos superespecializados en tareas de precisión hasta los trabajadores que nada saben de ingeniería o de mecánica pero capaces de arriesgarse a efectuar tareas en zonas contaminadas, como pueda ser la limpieza de los tres generadores de vapor. Estos trabajos son efectuados por empresas subcontratadas que acuden a las centrales cuando son requeridas.

Desmontar el reactor

La primera tarea directamente relacionada con la recarga de combustible, el desmontaje de la tapa del reactor, es ya especialmente delicada en lo que a riesgo radiactivo se refiere. Un total de 58 pernos de un metro de altura deben ser desatornillados y colocados en recipientes específicos para su descontaminación y limpieza. Todo se realiza con trajes especiales y máscaras dotadas de filtros de partículas y de iones.

Una vez liberada, la tapa es izada por una enorme grúa polar instalada en lo alto del edificio. Al tiempo que la tapa se eleva, se inunda con agua la denominada cavidad de recarga. El papel del agua es muy importante en todo el proceso porque es el blindaje que sustituye al acero o al hormigón en todas las tareas de manipulación directa del elemento combustible.

Dentro del agua, los 157 elementos combustibles que han permanecido en el reactor durante el último año son extraídos de él y, a través de un canal, conducidos al denominado edificio de combustible, donde se ordenan en una enorme piscina de 15 metros de profundidad.

Los elementos combustibles tienen 4 metros de altura y, cuando son movidos, la parte superior de ellos se sitúa a más de ocho metros de distancia del fondo. De ahí que sean precisos esos 15 metros para absorber las radiaciones que desprenden los elementos ya utilizados, en que parte del uranio ha generado al fisionarse elementos de muy alto nivel de radiactividad.

El blindaje que proporciona el agua permite controlar todas estas maniobras sin trajes especiales: las grúas y demás instrumentos se manejan a simple vista. El único peligro -que puede tener graves consecuencias- está en perder el pie y caer dentro de la piscina.

De los 157 elementos extraídos, volverán este año al reactor 88. Junto a ellos se situarán 17 ya usados en anteriores recargas y consevados en la piscina y 52 nuevos elementos recién llegados de la factoría que la Empresa Nacional del Uranio posee en Juzbado (Salamanca).

Los nuevos elementos combustibles, de óxido de uranio enriquecido al 3,35% (el uranio natural sólo tiene un 0,7% de isótopos útiles en la reacción nuclear), se situarán en la periferia del reactor, mientras que los ya parcialmente gastados se colocarán en zonas interiores, según una distribución previamente calculada con ayuda de ordenador. El pasado día 15, todos los elementos, los nuevos y los viejos, estaban perfectamente ordenados colocados en la piscina y los operarlos se dedicaban a colocar las barras de control en los que van a llevarlas durante casi 12 meses.

Este año, según explican los directivos de la central, no es la recarga de combustible la que marca el periodo de paralización de Aseó II, sino la revisión y puesta a punto de la gran turbina principal. El total de 37 días viene determinado por esta segunda actividad, igual que el año que viene será la sustitución completa de los grandes condensadores situados bajo la sala de turbinas la que marcará la duración de la parada.

64 piscinas olímpicas

El trabajo que desarrollan estos condensadores da idea de las magnitudes que se manejan en una planta nuclear: cada segundo utilizan entre los cuatro 32 metros cúbicos de agua, más de 115.000 metros cúbicos en una hora. Dicho de otra manera, recalientan en 60 minutos agua del Ebro suficiente para llenar 64 piscinas olímpicas, 16 cada condensador.

Todos vestidos de blanco

Una nube de vigilantes, alambradas y tarjetas personales para la apertura de puertas forman el despliegue de seguridad que separa los dos grupos de la central nuclear de Aseó del resto del mundo. Luego, para entrar en las zonas de acceso más restringido, habrá que pasar nuevos controles y, sobre todo, proceder al rito del cambio de ropa. Cuando uno entra en el edificio de combustible (el de la piscina) o en el del reactor, sólo lleva propios la ropa interior y los calcetines. Todo lo demás ha sido sustituido por un inmaculado mono blanco, unas zapatillas, unas polainas y unos guantes del mismo color. Sobre la cabeza, una caperuza cuyo color distingue a los usuarios según la función que desempeñan allí dentro. En el bolsillo, un dosímetro para controlar la irradiación.Así disfrazado, el trabajador o el visitante se colocará una funda de protección del calzado que se irá cambiando cada vez que encuentre un banco y un cubo preparados para ello. El motivo de tanto cambio -más de media docena durante la visita que efectuamos el día 15- es evitar que se lleven de un lado a otro motas de polvo contaminado.

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