Los socialistas franceses firman el acta de defunción de la corriente mitterrandista
JAVIER VALENZUELA ENVIADO ESPECIAL, El X Congreso del Partido Socialista francés (PS), que se clausura hoy en Rennes, ha firmado el acta de defunción de la corriente mitterrandista. Al mismo tiempo ha supuesto la apoteosis de la figura y obra de François Mitterrand. Todos los dirigentes del partido, incluido el actual primer ministro, Michel Rocard, principal opositor del anciano líder, han exaltado hasta la divinización al presidente de la República.
Esos mismos hombres, sin embargo, han sido incapaces de ocultar la feroz lucha que libran por la sucesión. En un ambiente de feria televisada, con cámaras de televisión entrevistando en directo a todo el mundo; candidatos a la secretaría general del partido más preocupados de su imagen física que de su mensaje ideológico; pabellones comerciales de las empresas públicas y privadas patrocinadoras del acontecimiento; barra libre para periodistas y militantes gay repartiendo condones, el congreso socialista de Rennes se ha semejado, como una gota de agua a otra, a las convenciones demócratas norteamericanas en busca de¡ candidato a la presidencia. En realidad, era eso: una especie de primarias.El congreso de Rennes ha tenido la gran virtud de la transparencia. Numerosos invitados de partidos socialistas extranjeros han alabado en privado lo que falta en sus propias casas: la existencia de corrientes organizadas que actúan a la luz del día, la neta presentación de las ambiciones personales, la franqueza y viveza de los debates.
En la gran sala de conferencias se aplaudía y abucheaba a placer, en los pasillos se negociaba en presencia de los periodistas, los acuerdos y los enfados de los dirigentes eran conocidos de inmediato por la opinión pública.
En este congreso, cuyo resultado era aún muy oscuro en la tarde de ayer, los cachorros de Mitterrand, los tenores en las dos últimas décadas de la tendencia mayoritaria del PSF se han lanzado a su primera gran batalla intestina por la su cesión del padre. Pierre Mauroy, Lionel Jospin, Laurent Fabius, Jean-Pierre Chevènement, Jean Poperen han mostrado sus dientes de jóvenes lobos.
Mitterrand, y ésta es la gran paradoja de Rennes, ha sido el gran ausente y, sin embargo, las referencias reverentes a su persona han sido constantes. No ha asistido al congreso. En su calidad de presidente de todos los franceses, él se sitúa por encima de las actividades organizativas de todos los partidos, incluido el suyo. Pero aún más: los mitterrandistas han aludido siempre al presidente como si ya no estuviera entre ellos, como si fuera un personaje histórico.
El propio Rocard elogió a la primera de cambio a su viejo rival, calificando a Mitterrand de "referencia mundial del humanismo y la cultura". Rocard tuvo una intervención de primer ministro gestor y calmoso, que no quiere mezclarse en las querellas de los mitterrandistas. En esta guerra de sucesión, Rocard y el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors van por libre, conscientes de que las encuestas de opinión les sitúan como presidenciables favoritos de los franceses, muy por encima de los socialistas eternamente fieles a Mitterrand.
Laurent Fabius, el antiguo primer ministro y actual presidente de la Asamblea Nacional, el hijo predilecto de Mitterrand, el socialista de la elegancia burguesa, probó que es el mejor orador del PS. Su vibrante intervención contra la ascensión del racismo antiárabe, su enérgica defensa de la construcción europea, arrancaron los aplausos más nutridos. Sin embargo, la excesiva ambición de Fabius despertó temores en Rennes y le arrebató la posibilidad de salir vencedor de la prueba.
En el tramo final del congreso del PS, la sala de debates y los pasillos hervían. Parecía lejana la posibilidad de un acuerdo final entre los partidarios del matrimonio de intereses Mauroy-Jospin-Chevénement y el noviazgo no menos oportunista Fabius-Poperen.
Ante la posibilidad de un estallido formal de la corriente mitterrandista, algunos oradores aullaban: "Unidad, camaradas. Encontrad una fórmula de síntesis". A los hijos de Mitterrand les quedaba aún una noche en blanco para salvar la unidad de fachada de su próspera familia. En el Elíseo, dios seguía velando por todos los franceses.
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