131, la ruta de la droga
Sin ser psicólogo, asistente social o médico, es capaz de distinguir a un drogadicto a distancia. Su percepción ha mejorado hasta el punto de discernir, tras un pequeño vistazo, cuántos meses de vida le queda a un yonqui. Su cátedra la ejerce diaríamente, desde hace 14 años, en la línea 131 de la Empresa Municipal de Transportes, la que recorre, desde Campaniento hasta Villaverde Alto, la ruta de la droga de Madrid.Miguel, que gasta bigote y melena a lo Fernando Sancho, pidió la línea porque era la que más cerca le quedaba de su domiciio, en Móstoles. Entonces no pensó que tendría que ir al trabajo armado con una barra de goma y, hierro o que iba a desarrollar una especial actitud para manejar a desesperados con mono o navajeros de discoteca.
"Me han llegado a secuestrar el autobús", afirma. "Fue una banda que tuvo una reyerta en una discoteca y me hicieron llevarles, a punta de navaja, a un hospital". El espejo retrovisor del 131 es como una pantalla que proyecta películas: jóvenes pínchándose que limplan las jeritiguillas en el asiento o que intimidan a los pasajeros para pedirles dinero. "Sin contar los que no quieren pagarte o te exigen que les des un talego para pillar en el Rancho del Cordobés".
La de Jerónimo es otra cruz distinta. "Yo a partir de mediados de mes tengo que ir a comer a casa de la suegra porque se me ha acabado el dinero". Otros recurren a un pluriempleo, con el que completan sus jornadas de trabajo. Unos son asalariados del taxi, otros hacen portes, hay quien trabaja en Mercamadrid. "Si hasta un paje de las carrozas de los embajadores que van a entregar sus credenciales es conductor de la EMT", afirma un trabajador. Ramiro, que fue soldador, ahora acepta trabajos esporádicos de su antigua empresa.
"Yo quise ser conductor por gusto, pero en seguida me desilusioné, sobre todo por el mal servicio", cuenta Javier, uno de los correturnos, categoría que significa "no poder hacer planes para mañana". Cada día tienen un horario y una línea distinta.
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