Volver a Praga
La libertad vuela de nuevo, como las palomas en el puente Carlos
Apenas un mes después del terremoto estudiantil que derribó como un castillo de naipes a la vieja estructura comunista, Praga casi ha recuperado la normalidad. Tanto, que la ciudad más bella de Europa recordaría a una capital española de provincia si no fuera por el aire libre e inusitado que vibra y se respira.
Al principio de la II Guerra Mundial, el presidente Roosevelt dijo que sólo se requeriría un pequeño esfuerzo colectivo para que, en una generación, el mundo acabara con todos los fantasmas que, le atenazan: el miedo, el hambre, las mordazas a la libertad. de expresión y la intolerancia con las creencias.Se diría que Checoslovaquia lo ha conseguido en un mes y que lo ha, hecho con la desgarradora valentía de quien tiene todo que perder. Cuando los estudiantes se echaron a la calle el 17 de noviembre pasado, no tenían más armas que la desesperación y el coraje. Y ganaron.
Volver a Praga seis meses después de una pasada visita y mirar a los ojos de los viandantes es toda una experiencia: todos devuelven la mirada en lugar de balarla al suelo. Hasta los cambistas ilegales -inventores del conocido timo del tocomocho-, que antes huían no les fuera a pillar la policía timando dólares por coronas y papel de periódico, se quedan ahora rezagados esperando la respuesta negativa del turista. Los niños ríen y persiguen a las palomas por el puente y hay enamorados de postal que se besan debajo de un arco. Un coro de chavales de colegio le canta una canción a su presidente en el patio del Castillo, al lado de la catedral de San Vito; le pide a gritos que visite su pueblo para que vea lo mal que está allí la polución. Havel se lleva las manos a la boca, haciendo bocina, y les grita que irá en cuanto pueda. Y es seguro que lo hará.
Es cierto que, de vez en cuando, los estudiantes vuelven a la calle para reclamar alguna cosa; esta misma semana, para exigir que se vayan los soldados soviéticos. Pero no están todo el día con la rebelión a cuestas. Se han acostumbrado al heroismo que les llevó a ganarle la partida a los viejos escleróticos que los tiranizaban. Sólo en alguna reunión del café Slavia -el café Gijón de Praga-, de entre las mesas ocupadas por punks estrafalarios, dibujantes solitarios o ancianos dignatarios, destaca una en la que, apasionadamente, discuten algunos jóvenes. No se les entiende, claro, pero tienen el mismo aire de intensidad solemne que poníamos nosotros cuando arreglábamos el mundo hace 0 o 30 años. La única diferencia es que ellos lo han arreglado, mientras que nosotros perdimos la partida con los viejos escleróticos y tuvimos que esperar a que se murieran. Un camarero vestido de esmoquín pregunta al turista si quiere vina bianca, ya? y cobra menos de 50 pesetas por una botella.
Dan ganas de decirles a los checos que no tienen derecho a refugiarse en la rutina de la normalidad libre y democrática, que aún nos deben el retrasar el aburrimiento de cada día. No tienen derecho a acostumbrarse. Para eso se han convertido en unas semanas en el ejemplo de que puede hacerse lo que no es sensato hacer.
En 1968, Dubcek se convirtió en el héroe del verano. Cuando, en agosto, los tanques soviéticos le retiraron de la política, guardó silencio. No es extraño que, en 1989, los estudiantes que tardaron sólo mes y medio en derrotar al Gobierno, en desintegrar al partido comunista y en llevar en volandas a Vaclav Havel a la presidencia de la República, sientan poco respeto por el mutismo de Dubcek. Para ellos, no representa ya nada más que un anacronismo que confundió silencio con valentía. Para ellos, la única antorcha es la que, el 16 de enero dé 1969, encendió el estudiante Jan Palach, rociándose de gasolina en la plaza de San Wericeslao. Ésa... y Vaclav Havel, el poeta, el soñador, el Iluso, que el 29 de diciembre de 1989, es llevado por ellos a la presidencia de la República. El Castillo de Kafka ya tiene quien lo viva: un autor de teatro -13 obras en 24 años- que, sobre todo, es un ensayista moral autodidacta. Un hombre que no quiere saber de política sino sólo de ética, un negociador sin oficio ni práctica que confiesa que su única ideología es la felicidad y la libertad de su pueblo. Un utópico, vamos apoyado por una masa de soñadores como él. Y hasta ahora, al castillo no se le ha caido ninguna almena.
Sólo que Havel no quiere dejar de vivir en su piso del otro lado del río Moldava. Allí vuelve a diario reventado de trabajar y, tal vez, de tomarse una copa con los viejos compañeros de intelectualidad. Poco le faltó para jurar el cargo en vaqueros; desde luego, el día de su toma de posesión, llegó al palacio conduciendo un viejo coche utilitario que le habían regalado unos estudiantes portugueses: los lisboetas sabían bien lo que era ganarle la partida al ejército armados apenas con claveles.
Los estudiantes de Praga se saben protagonistas del cambio, pero no sienten vanidad por ello. Como ha escrito Havel, la vida trata de Ias dificultades del hombre que lucha por su identidad contra un poder anónimo que se la quiere arrebatar... Es fácil, en teoría , saber cómo hay que vivir, pero terriblemente difícil hacerlo": la gente bien intencionada no llega a comprenderse y el hombre está solo, tiene miedo, es cobarde.
El valor del miedo
Los verdaderamente valientes son los que aseguran tener miedo. Y luego, se echan a la plaza de San Wenceslao como quien se echa al monte. El sonsoniquete de Havel y de sus estudiantes de que pasaron y pasan mucho miedo no debe ser atendido. Lo que sí hay que escuchar es la decisión que se adivina en sus voces cuando aseguran saber que hay enemigos y que es preciso vigilar. Los representantes de los secretariados de las diferentes comisiones de la Unión de Estudiantes se reunen para vigilar, para que nadie intente desnaturalizar este movimiento profundo de protesta que le dió la vuelta al país. Porque se trata de un movimiento imparable.
"Sin los acontecimientos del 17 de noviembre", asegura uno de los jóvenes líderes, Ia chispa habría saltado por otro lado". El régimen comunista estaba muerto; "sólo era cuestión del cuando y el dónde". ¿Cómo se convirtió de pronto un movimiento estudiantil de protesta en una rebelión nacional?
"Nuestras madres, nuestros padres, nuestros abuelos pudieron ver lo que estaban haciendo con nosotros y se les colmó la medida de la paciencia. Ellos también rechazaron".
De repente, un día -el 18, el 19 de noviembre- los atónitos espectadores que asistían en el maravilloso teatro rococó de la ópera de Praga a la representación del Don Carlo de Verdi (y menuda idea tienen en Praga de lo que era la corte de Felipe II en El Escorial), se encontraron con que los cantantes, en vez de cantar, les hablaban. "Estamos en huelga", les dijeron. "Todo el país está en huelga. Volved mañana. Seguiremos en huelga". Y el público volvió al día siguiente. Es maravilloso.
"Pero fueron los universitarios los protagonistas, ¿no? "Claro. Nosotros tuvimos que tomar la rebelión en las manos, tuvimos que ir de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad contando lo que estaba pasando. Tenemos enemigos. Tenemos enemigos. Y nos faltan medios. ¿Cómo vamos a publicar nuestras opiniones y nuestros logros si no disponemos de una mínima imprenta, de algún ordenador. El mundo nos tiene que ayudar".
"¿Cómo entraremos en Europa, si no?".
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