_
_
_
_
Tribuna:SOBRE LA CONCERTACIÓN SOCIAL
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pacto y la piedra de toque

Enrique Gil Calvo

Gobierno y sindicatos, quién sabe si bajo el síndrome del escándalo de la presunta calumnia de nepotismo, han firmado acuerdos que suspenden su pasado enfrentamiento. Y, sin que quepa esperar el retorno de la avenencia entre PSOE y UGT (que sería probablemente indeseable, como luego argumentaré), lo cierto es que un nuevo ciclo de concertación parece iniciarse. Cabe, pues, pararse a reflexionar, además de felicitarse.La contradicción entre las fuerzas de la democracia (defensa de intereses comunes mediante su libre organización) y las fuerzas del mercado (maximización del interés privado mediante ajuste oferta-demanda) determina la creciente ineficiencia del capitalismo democrático: las coaliciones redistribuidoras (Olson), tanto patronales como sindicales, resultan disfuncionales respecto a los mecanismos de mercado, por lo que su elasticidad se reduce, apareciendo crecientes rigideces a la baja tanto de precios como de salarios. Consiguientemente, inflación desempleo ascienden.

Según Goldthorpe, las reacciones ante la crisis del mercado resultan polarizadas en dos tendencia contrapuestas: el dualismo y la concertación. El primero implica la intensificación darwinista del libre desenvolvimiento de las fuerzas del mercado, lo que concede la iniciativa a la clase empresarial; entre sus efectos cabe citar: competencia oportunista, rentismo maximizador al más corto plazo, destrucción del tejido productivo y ocupacional más desprotegido y satisfacción de los intereses puramente inmediatos de los segmentos empresariales y sindicales más poderosos. En efecto, bajo este escenario, y para hacer frente a la iniciativa empresarial, las organizaciones sindicales se dejan contagiar por el maximalismo reivindicativo a fin de optimizar el interés a corto plazo de sus afiliados, compitiendo entre ellas y externalizando en consecuencia los costes a largo plazo sobre los sectores marginales más desprotegidos (pensionistas, inmigrantes, mujeres y jóvenes), en clara contradicción con la solidaridad de clase.

La alternativa es la concertación los intereses particulares (coaliciones redistribuidoras, sindicales y patronales) aceptan negociar la común defensa del interés general, renunciando a su poder coactivo a corto plazo a cambio de seguridad y certidumbre a largo plazo. Lo cual supone supeditar las fuerzas de mercado (competencia) a las fuerzas democráticas (cooperación), por lo que pierde la clase empresarial la iniciativa y la asumen la clase política y la clase sindical: es el pacto social del corporatismo.

Renuncia empresarial

¿Pueden aceptarlo los empresarios?: sí, porque al renunciar a la flexibilidad inmediata del mercado ganan certidumbre, confianza en el futuro y estabilidad (necesarias para el cálculo racional a largo plazo), es decir, paz laboral y posibilidades de inversión productiva a largo plazo.

¿Y los sindicatos? No es obvio que deban aceptar el pacto, por cuanto les supone autolimitarse, renunciando a parte de su poder coactivo de reivindicación (lo que deslegitima su prestigio militante, en detrimento de su representatividad y en potencial beneficio de las centrales rivales más recalcitrantes a la concertación). Por ello, según Goldthorpe, sólo aceptarán en el caso de que se den condiciones necesarias (y quizá suficientes): riesgo mínimo de deslegitimación y contrapartidas claras. La primera condición exige una estructura sindical consolidada, dotada de tres propiedades esenciales: unidad centralizada (para que no haya competidores que puedan escalar el maximalismo reivindicativo), representatividad (para que sus pactos comprometan a la mayor parte del tejido ocupacional, evitando la proliferación de cobas y free riders oportunistas) y autodisciplina interna (para garantizar el cumplimiento por parte de las bases sindicales de todos los compromisos contraídos). La segunda condición exige sustanciales contrapartidas gubernamentales (en hechos contantes y sonantes, no en vagas promesas vacías): tanto en términos de cesión a las centrales de responsabilidades institucionales (gestión compartida de oficinas de empleo y seguros de desempleo, por ejemplo) como en suficientes incrementos de las prestaciones sociales destinadas a los sectores marginados (jóvenes, mujeres, pensionistas, inmigrantes); lo que, evidentemente, redunda en la consolidación de la solidaridad de clase: los sectores más poderosos renuncian a parte de su poder en beneficio de los más desprotegidos e impotentes.

¿De qué depende que la tendencia coyuntural de una sociedad se aproxime hacía un polo o hacia el otro atraída por el círculo vicioso del dualismo o por el círculo virtuoso de la concertación? Por lo general, los cambios de tendencia consisten en turning points (cuando la circularidad se desenvicia, invirtiendo su sentido), que suelen coincidir con acontecimientos históricos políticamente significativos: la huelga general del 14 de diciembre de 1988, por ejemplo. Por aquellas fechas, cuando las centrales más escalaban su maximalismo reivindicativo, afirmé en estas páginas que se precisaba retraducir la resistencia negativa de los sindicatos en resistencia positiva. El callejón sin salida de cuyo dilema éramos prisioneros cerraba un círculo vicioso de naturaleza paradójica que sólo podía ser abierto por otra contraparadoja capaz de suscitar la virtuosidad circular. Era, pues, preciso hacer de necesidad virtud. Y puesto que no podíamos ahorrarnos el cáliz de la resistencia sindical, había que contemplar su pasión como útil y funcional: sólo gracias a la resistencia sindical lograríamos superar la crisis. Pues bien, un año después, parece que las cosas han sido así: la catarsis provocada por aquel acontecimiento ha permitido reencontrar la senda de la concertación.

En efecto, el 14-D supo crear las condiciones que, para Goldthorpe, facilitan la concertación: unidad sindical, poder sindical, representatividad sindical. De acuerdo al análisis previo, aunque a primera vista una UGT asociada al PSOE parezca más responsable que unida a CC OO, en realidad no es así: la división sindical que se introduce, y la falta de soberanía que supone para UGT, provoca un balance de consecuencias desfavorables, pues la competencia intersindical y el desprestigio ante las bases no hacen sino aumentar la necesidad de escalar el maximalismo reivindicativo.

Poder sindical

No; sólo la consolidación de un poder sindical unificado, autónomo, centralizado, representativo, legitimado, creíble, seguro de sí y capaz de responsabilizarse de la disciplina de sus bases permite asentar los cimientos sobre los que pueda sustentarse la firmeza de la concertación social. Por eso resulta funcional que se haya producido la desavenencia entre PSOE y UGT; pues sólo así, gracias al 14-13, ha podido recomponerse la necesaria unidad sindical.

Si la concertación implica la autolimitación del poder sindi.: cal, para que aquélla pueda producirse éste debe independizarse, unificarse y fortalecerse. Un poder sindical débil y dividido no puede concertar, y si lo hace resulta Incapaz de hacer cumplir su parte acordada; pues sólo un sólido poder sindical, fuerte e indiscutible, posee el crédito necesario para pactar y responsabilizarse del cumplimiento de los acuerdos.

Afortunadamente, el Gobierno parece haberlo entendido así. Queda, no obstante, la cuestión del coste. ¿Qué pasará con la inflación y el empleo? He ahí la futura piedra de toque.

E. Gil Calvo es catedrático de Sociología de la universidad Complutense.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_