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Primavera en otoño

En el último otoño del pasado decenio vimos brotar la primavera. Día tras día nos restregábamos los ojos, sin dar crédito a lo que veíamos: los pueblos que estaban bajo una capa férrea de silencio y de forzada uniformidad se despertaban y se hacían presentes en la escena política mundial pidiendo pan y libertad. Lo que parecía un inmenso bloque de hielo bien compacto comenzó a licuarse al calor de la palabra clave de ese gran profeta político que es Gorbachov, perestroika, reverdeciendo así la primavera de Praga.¿Y ahora qué?, nos preguntamos los occidentales. Porque las aguas del deshielo corren hacia el Oeste. De pronto, nos encontramos como los que ven llegar a sus tierras una inmensa riada y no saben cómo canalizarla. Surgen los problemas y se amontonan las preguntas. Acaso el subconsciente colectivo de Europa occidental se había hecho a la idea de la separación, sentada cómodamente en su prosperidad y olvidando los problemas de su hermana del Este.

Lo queramos o no, nos encontramos en esta década con un gran desafío, que puede significar también una gran esperanza con tal de que todos los europeos, los del Norte y los del Sur, del Este y del Oeste, nos empeñemos seriamente en la construcción de una nueva Europa para el siglo XXI. La historia no se hace -sola-, sino que la hacemos -los hombres-, y no sólo el 2 de mayo, sino el 3 y el 4 y todos los días. Ni basta con derribar el muro de Berlín, sino que hay que construir una comunidad de pueblos que vivan en el mutuo respeto, la libertad, la colaboración y la solidaridad.

Habrá que afrontar grandes problemas económicos, políticos, raciales, sociales, culturales y religiosos. Muchos aspectos prácticos, desde luego, pero también problemas teóricos, fundamentales para nuestro futuro: ¿qué ideal de hombre y qué modelo de sociedad queremos en la Europa del mañana? ¿Qué familia, qué escuela, qué Universidad? ¿Qué relaciones políticas, económicas y culturales desarrollar para formar esa casa común o esa federación de Estados de las que se habla ya? ¿Qué puede aportar el cristianismo y el hecho religioso en general? Etcétera.

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El modelo comunista se ha hundido estrepitosamente, arrastrando al descrédito científico y político las teorías marxistas sobre la historia, la economía, la sociedad y la religión, hasta ahora sostenidas por los marxianos de Oriente -¡y de Occidente!- como dogmas infalibles, inamovibles e intocables. Lo que ya se barruntaba fuera de las fronteras del paraíso comunista se ha manifestado escandalosamente: la dictadura del proletariado, convertida en dictadura durísima sobre el proletariado; la pretendida eficacia de la economía dirigida ha fracasado en todos los frentes; el indoctrinamiento sistemático ha asfixiado la libertad y la creatividad y ha engendrado un sentimiento colectivo de rebeldía y de protesta.

Ahora miran hacia Occidente, la economía de mercado, el pluralismo político, la democracia, las elecciones, etcétera. Personalmente estoy bien convencido de las bondades y ventajas de los sistemas políticos y sociales de Europa occidental. Pero tampoco podemos engañarnos con una vana autocomplacencia, como si nuestras sociedades no tuvieran graves desajustes estructurales e injusticias sociales de todos conocidas.

Cuando Europa del Este mira hacia el Oeste, acaso el mejor modo de encontrarnos y unirnos sería que también la Europa del Oeste se volviera hacia el Este. Quizá tengamos algo que aprender todos de todos, asimilando lo mejor, corrigiendo lo peor y eliminando el error. Pero aquí tropezamos con una sospecha y con un dogma: ¿no estaré sugiriendo una tercera vía entre el marxismo y el capitalismo? ¡Y no hay una tercera vía! Es imposible, y, además, no puede ser.

Esta vieja canción la hemos oído hasta la saciedad y con una contundencia que parecía cerrar de antemano toda posible controversia. Claro está que al final era para convencernos de que siendo tan injusto el capitalismo -y lo era bastanteno había más salida que el marxismo para todas las almas buenas que quisieran salvarse en el paraiso comunista, que si no había llegado aún estaba al llegar, como las fechas siempre aplazadas de los adventistas.

Bien. Ya vemos que el paraíso no llegó por ese lado, sino más bien para la mayoría el purgatorio y para muchos el infierno. Pero tampoco aquí estamos en el paraíso capitalista, como todos sabemos, con el paro, la droga, el terrorismo, la inflación, la inseguridad ciudadana, la contaminación, el déficit, etcétera. ¿No sería el momento de que nos dejásemos de dogmas de la tierra -ya tenemos bastantes, al menos los creyentes, con unos pocos sobre el cielo- y nos pusiéramos a buscar honradamente cómo corregir los defectos de los sistemas vigentes y cómo aprovechar los aciertos de otros?

No puede decirse de antemano que todas las piezas de los diversos sistemas sean absolutamente incompatibles entre sí. ¿No se habla hoy de la socialdemocracia como una panacea de la izquierda moderada? ¿Y no tiene algo de tercera vía? ¿Y no puede mejorarse ese modelo?

Conviene tener memoria histórica para aprender del pasado, aunque mirando hacia el futuro. Si el marxismo ha cometido errores, también los ha cometido el capitalismo. Si el primero se ha hundido inesperadamente, acaso haya sido porque no ha sabido o querido reformarse. Si el capitalismo se mantiene con vida es porque ha corregido en su historia muchos -no todos- de sus graves errores. La historia es maestra de la vida con tal de que seamos discípulos atentos, estudiosos y objetivos. Lo que no debe pretender ahora el mundo occidental es volver a un capitalismo salvaje o a un liberalismo individualista, con la tranquilidad de haberse quedado con las manos libres, sin enemigo y sin alternativa en el escenario de la política mundial.

Finalmente, quisiera aludir rápidamente a la presencia de la Iglesia en la sociedad, europea. No creo que el cristianismo sea la única fuerza que ha influido en el alma de Europa, pero sí que ha aportado a la misma grandes valores que han servido de fundamento para nuestro humanismo, como, por ejemplo, la concepción bíblica de la creación, que ha desmitificado y desacralizado el cosmos, dando así libertad al hombre para la investigación, la ciencia y la tecnología. Dígase lo mismo del sentido abierto, lineal e irrepetible de la historia contra el concepto antiguo de la misma como ciclo cerrado y fatalista; la igualdad fundamental y la dignidad inviolable de todo ser humano, de donde ha podido brotar el sentido de libertad individual y de fraternidad universal, así como los derechos humanos; la valoración del trabajo manual frente a la mentalidad del paganismo antiguo, que solamente valoraba el trabajo intelectual y despreciaba el manual como propio de esclavos o animales, etcétera.

Todas esas simientes han conformado el espíritu europeo, todavía están vivas y pueden ser vivificantes. Pero, además, los cristianos formamos parte de todos los pueblos europeos desde hace muchos siglos, y aunque divididos en Iglesias separadas, conservamos la unidad fundamental en muchos aspectos centrales del cristianismo, como la Sagrada Escritura, la fe en Cristo Resucitado y en el Dios Trinidad, en el bautismo, etcétera.

Los cristianos formamos como una internacional que ha saltado siempre las fronteras de los pueblos, y que hoy puede ser para Europa una de las fuerzas más importantes de comunión y solidaridad. Superando también nuestros pecados colectivos, dejando aparte pretensiones de imperio o prepotencia, solamente queremos colaborar y servir en la construcción de una Europa mejor, más fraternal y más unida, más justa y solidaria, más joven y más viva.

Alberto Iniesta es obispo.

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