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Tribuna
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Rojos

En el curso de una reciente entrevista de prensa, mi interlocutora me informaba de haberle dicho cierto miembro de la Real Academia Española que yo era "el único rojo" en esa corporación... Dejando a su cargo la veracidad de la simpleza así atribuida a un anónimo colega, me limité a contestar que la imputación de rojo no era sino una etiqueta sobrepuesta -como a la inversa lo fue la de facha (fascista)- a cuantos estuvimos durante la guerra civil al lado de la República, aunque en ambos campos, y aun en ambas militancias, concurrieron -como es obvio- personas de las más variadas convicciones y actitudes políticas. Los simplificadores rótulos infamantes, impuestos a efecto combativo por la beligerancia, se perpetúan luego en algunas bocas -ello es quizá inevitable-, y todavía perduran, ahora ya por mera simplonería aviesa.Precisamente en estos mismos días ha llegado a mis manos un libro cuya lectura pudiera bien suscitar comentarios puntuales acerca de la rojez de quien fuerajefe del Estado Mayor Central del Ejército republicano, el general Vicente Rojo. Se trata de una obra de autoría colectiva, compuesta, bajo el título de Los papeles del general Rojo, a base de los documentos contenidos en sus archivos, y ofrece materiales de primera mano que sin duda serán indispensables para completar la historia de la guerra civil, pero que, en cuanto a su vertiente particular, arrojan una imagen singularísima y por ello apasionante de la figura histórica en cuestión.

La peculiaridad de su personal carácter -la integridad moral de un hombre atenido a la estricta observancia del deber y cumpliéndolo en todo momento sin el menor afán de protagonismo, su pudorosa y digna reserva- es lo que viene a conferir especial interés en la Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior vertiente pública a las contribuciones que esos papeles suyos ahora puestos en circulación deberán aportar al cabal conocimiento crítico de aquel doloroso pasaje de la historia española que fue el conflicto de 1936 con sus prolongadísimas secuelas. Los editores del libro a que me refiero subrayan esa condición del general Rojo desde el epígrafe mismo del primer capítulo, al titularlo Un personaje central en segundo plano; esto es, un personaje al que, por razón de su particular carácter, no se le ha prestado la atención necesaria, merecida y debida. Con ayuda de la documentación que el libro saca a luz o a la que remite, junto con materiales procedentes de otras fuentes todavía no disponibles, se podrá de aquí en adelante perfilar algunos hechos, hacerse matizaciones varias, precisarse puntos de vista y destacarse aspectos que no habían sido puestos de relieve antes. A decir verdad, todavía no se ha logrado una visión analítica enteramente satisfactoria de los factores, complejos en grado sumo, y mucho más por cuanto concierne al bando derrotado, que entraron a gravitar durante nuestra contienda civil sobre el desarrollo de los acontecimientos. Sólo a partir del momento actual, casi -pudiéramos decir- a partir a estos últimos meses que estamos viviendo, cuando ya cabe afirmar que "el comunismo ha pasado a la historia", sólo ahora -digo- será de veras posible examinar con impasible objetividad el papel desempeñado en la de nuestra guerra por un partido que, careciendo de implantación previa en este país, llegaría, sin embargo, a asumir durante el curso del conflicto una posición no quizá de protagonista, pero sí desde luego bastante decisiva. La actitud y relaciones que con él mantuvieron entonces rojos tan improbables como Ángel Ossorio y Gallardo, Claudio Sánchez Albornoz, Antonio Machado, Américo Castro, Felipe Sánchez Román, Luis Jiménez de Asúa, el doctor Juan Negrín o el mismo general Vicente Rojo, requieren sendos estudios especiales para aquilatar y entender datos cuya plenitud de sentido sólo se alcanzará dentro del marco de la situación concreta y colocados en el de una perspectiva general. Entre esos datos merece especial atención el modo cómo medró el partido comunista, dirigido desde Moscú según criterios de eficacia, al propugnar una política militar que, apoyada por muy intensa propaganda de valores nacionalistas, es decir, de aquellos valores capaces de despertar pronta respuesta en los sentimientos exacerbados de quienes, frente al asalto del fascismo internacional, estaban luchando a muerte para defender una España abandonada por las democracias, había de procurarle la adhesión de multitud de combatientes y la colaboración condicionada de cuantos pensaban que lo primero era ganar la guerra.

Pero, en conexión con todo ello, lo que me importa aquí es apuntar los rasgos genuinos de carácter de quien, hasta el final mismo de las operaciones militares, fuera jefe del Estado Mayor Central del Ejército republicano, ese hombre recto e intachable que conocí y traté yo, no durante la guerra misma, sino más tarde, ya en el Buenos Aires del exilio, Vicente Rojo.

Recto e intachable son, en efecto, los adjetivos que mejor cuadran a su calidad humana; y todavía habría que añadir a ellos el de la entereza. En seguida se advierte, con sólo enunciarlas, que tales notas constituyen la clave de arco de las virtudes militares clásicas.

Y esto es, en esencia, lo que el general Rojo fue: un militar de cuerpo entero, incondicionalmente, sin fisuras ni vacilaciones. En función del núcleo enterizo de esa personalidad es como habrá que interpretar su biografía, entender su conducta y apreciar su actuación.

Si en esa biografía abundan las tribulaciones, si la vida le procuró hasta el final amarguras casi insufribles, la firmeza de su temple le ahorraría en cambio las angustias de la duda. Atenido a unos principios inconmovibles, por ninguna consideración ajena a ellos hubo de desviarse en momento alguno de lo que en cada coyuntura juzgaba su obligado deber: el general Rojo fue lo que se dice un hombre cabal, hombre de una pieza.

Irónico resulta, pero el retrato que esos rasgos de carácter dibujan ante nuestros ojos es la imagen ya un tanto anticuada de un militar viejo estilo para una época y dentro de unas circunstancias históricas en las que aquellos valores patrióticos que con tan segura integridad e inconmovible buena fe llevaba él interiorizados en una estricta y sólida ideología nacionalista, estaban siendo sacudidos, cuestionados de maneras diversas y contrapuestas, y perdiendo ya su vigencia.

Gran parte de las tribulaciones sufridas por el general Rojo debieron sin duda originarse en el desengaño de comprobar deslealtades, flaquezas y cobardías en personas de quienes "nunca lo hubiera esperado". Experiencia tras experiencia pudo ver cómo su mundo se desmoronaba... En mi recuerdo, una aureola de noble patetismo envuelve y adorna su figura.

Francisco Ayala es escritor.

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