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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vuelva usted otro siglo

"VUELVA USTED mañana", ironizaba Larra en su tiempo. Hoy se puede decir: "Vuelva usted otro siglo". Los responsables de tantas cosas -burócratas y funcionarios, directores y proyectistas, políticos en general- van teniendo ya la bondad de reconocer que ciertos desastres existen, y que muchos de ellos no son enteramente endosables a la herencia recibida. Fijan plazos: "A medio plazo", dicen, todo se resolverá. Hay toda una gama. Tres meses, que es relativamente breve, puede ser el de la terminación de las obras urbanas de Madrid, que mientras tanto se añaden a la catástrofe y que cuando terminen pueden estar ya desbordadas. Quizá un poco más sea lo necesario para que Valladolid se libre del humo amarillo, que no es solamente una colaboración para sus ilustres piedras y arbolado, sino que entra en los pulmones. Tres años es la fecha que se da a sí misma la Telefónica para ponemos al corriente en la instalación de líneas que se necesitan hoy -adviértase bien: hoy- y para que éstas, además, tengan una corriente capaz de trasladar la voz humana. Los planes de carreteras son variables, según los casos: una gran parte se fijaron de antemano para 1992, como muchas otras cosas, aunque de cuando en cuando se oigan gritos de pánico entre los responsables menores que van viendo cómo los retrasos van acumulándose día a día.Algunos de los colapsos más conocidos -Correos, teléfonos, carreteras, tráfico urbano- se deben a la inocencia de los proyectistas para calcular fuera del tiempo presente. No hay relación directa entre lo que se cubre hoy y lo que se necesitará mañana en razón directa con los crecimientos de población, de tecnología, de usos de consumo.

Otro factor es el de la condición del proyecto en sí, que unifica a todas las autonomías y se presenta como un carácter español. El proyectista, que siente desconfianza en cuanto al crecimiento, es optimista para su propio proyecto y cree que ha calculado todo. A medida que se va convirtiendo en realidad, se van descubriendo precios nuevos, horas de trabajo calculadas con avaricia, importaciones no solicitadas (o pedidas a destiempo) que no se pensaron nunca. Son fantasmas que se yerguen contra el proyectista y su administración. Por eso vemos continuamente cómo los proyectos se revisan, se rehacen, se reestructuran, cuando debían estar ya a media creación. Han sido sorprendidos por el error y el mal cálculo.

Y, en fin, está otra cuestión de carácter nacional, que Larra cifraba en el supradicho "vuelva usted mañana": la desgana, la pereza, la aparición del puente y la vacación, el dejar algo para otro día, el retraso que comienza con levantarse un poco más tarde; en las reuniones donde se decide celebrar otras reuniones de las que salen unas nuevas, y donde se pasa la tarea a comités, comisiones, grupos, subgrupos, que habrán de informar antes de convocar una nueva reunión. Todo esto contrasta con el afán que se ve desplegar en los ministerios y otras dependencias, donde los llamados responsables suelen retrasarse hasta velar porque tienen mucho que atender, despachar o firmar. Malas lenguas dicen que, sobre todo, tienen la inercia de no moverse y el fastidio por tener que regresar a sus casas, pero sin duda eso no puede ser cierto. Lejos de nosotros acusar a las clases políticas generales actuales, y a sus tecnócratas bien elegidos, de estas culpas. Está en los clásicos, desde el "largo me lo fiáis" hasta el emblema de Larra. Ahora bien, esta clase política comenzó, al fundarse hace años, a establecer horarios e incompatibilidades, vigilancias del trabajo y de la productividad en sus dependencias. No ha podido resistir ese buen deseo frente a la concepción nacional de la relatividad elástica del tiempo. Que, sin embargo, se va venciendo en las empresas privadas. Como si fueran extranjeras. Y muchas veces lo son.

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