Fantasmas del pasado
LA DEBILIDAD de los actuales órganos de poder en Rumanía se puso de relieve el sábado pasado, cuando, en un agitado debate en la calle, cedieron a las demandas de unos miles de manifestantes que pedían el restablecimiento de la pena de muerte para juzgar a los antiguos policías y la ¡legalización del partido comunista. Mientras tanto, en Timisoara, el Ejército se hacía cargo de la Administración después de que dimitiera el comité local del ,Frente de Salvación Nacional (FSN), acusado por los manifestantes de tener en, sus filas colaboradores del régimen de Ceaucescu.Si el FSN y el Gobierno provisional rumanos son vulnerables es porque los forman en gran parte personas que han sido miembros del partido comunista, aunque sea en épocas pasadas, y que provienen del sistema anterior. Es un caso radicalmente distinto al de Polonia o Checoslovaquia, donde altos puestos del Estado han sido ocupados ya por líderes que, como Havel y Mazowiecki, se han destacado por su lucha contra el régimen comunista. En Bucarest, los gobernantes no pueden presentar una hoja de servicios de oposición al sistema, y ello crea desasosiego. Pero es algo probablemente inevitable: la revolución popular, impetuosa y espontánea, pudo enterrar un régimen odiado, pero no puede dar nacimiento de golpe a órganos de poder radicalmente puros de todo contagio con el pasado. El éxito de la transición requiere en este caso la colaboración de la oposición con personas que provienen del sistema anterior, sobre todo con vistas a la preparación de unas elecciones realmente pluralistas y democráticas.
Desde este punto de vista, es dudoso que el referéndum anunciado por Iliescu y Roman para finales de enero sobre la pena de muerte y la ilegalidad del partido comunista pueda ser positivo. Para empezar ha provocado ya división en las filas del FSN. Por otra parte, ¿cómo podrán los dirigentes del FSN organizar ese referéndum en un plazo de dos semanas cuando carecen de un aparato estatal fiable y cuando los partidos de oposición apenas empiezan a organizarse? Restablecer la pena de muerte no aportaría nada a la democracia, sólo mermaría su legimitidad moral. Lo realmente importante en este momento para las fuerzas democráticas es la preparación de las próximas elecciones. Están previstas para abril, y ello supone una enorme labor política en un plazo muy corto, ya que se trata de que las autoridades garanticen medios efectivos para que puedan desplegar su propaganda los partidos que acaban de nacer, o de renacer, después de décadas de silencio. Por otro lado, hay que impedir cualquier maniobra tendente a privilegiar a una especie de partido oficial de nuevo cuño patrocinado por el FSN.
Pero no sólo en Rumanía hay riesgos de desestabilización. En la RDA ocurre lo mismo, aunque por razones bien distintas. Allí, como en otros países del este de Europa, fue el propio partido el que, presionado desde la calle, inició el proceso de reformas. Pero las vinculaciones con el pasado de muchos de los nuevos dirigentes suscitan, a pesar de todo, enorme desconfianza entre la población. Sin embargo, la mesa redonda formada por Gobierno y oposición constituye un factor de posible concierto y estabilidad, y permite una supervisión efectiva de la acción del Ejecutivo. Así fue posible, por ejemplo, que fuera enterrado el proyecto de crear una nueva policía política.
Después de cuatro décadas de desgobierno, los partidos comunistas se encuentran en los países del Este en una situación muy contradictoria: carecen de futuro, ya que su derrota electoral es segura, pero disponen aún de mucho poder, porque los aparatos de coerción y de comunicación están en gran parte en sus manos. El problema de cómo evitar maniobras dirigidas a una utilización perversa de esos aparatos subyace en muchos de los conflictos que surgen en esos países. Pero esos esfuerzos de última hora de una fuerza que ha sufrido un tremendo fracaso histórico no desmerecen el enorme avance que la democracia ha alcanzado en pocos meses.
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