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Tribuna
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Juegos

Cuando éramos niños matábamos indios por un tubo. También matábamos japoneses. Los Reyes Magos solían traernos escopetas, y si traían otra cosa reconvertíamos en armamento el palo de la escoba. Las niñas, por su parte, acunaban criaturas, les daban el biberón, les cambiaban la ropita. Los Reyes Magos solían traerles muñecas, y si traían otra cosa reconvertían en hijo un puñado de trapos.A veces las niñas participaban en el genocidido, o los niños colaborábamos en las labores domésticas, y siempre acababan mandando ellas. En cuanto te descuidabas ya estaban dirigiendo el comando, si había que trepar árboles alcanzaban las ramas más altas, y en el proceloso juego de las casitas, los niños hacíamos el papelón. Como esta enervante superioridad de las niñas hollaba nuestra dignidad, les tirábamos de las trenzas. Luego alguien decía aquello de "los chicos, con los chicos, y las chicas, con las chicas", y cada cual tiraba por su lado.

El asunto era grave: se trataba de juegos sexistas, "que condicionan en la infancia el aprendizaje de tareas y habilidades diferentes e impiden el pleno desarrollo de sus capacidades", según acaban de advertir con el natural escándalo diversas instituciones. O sea, que nos estuvimos cargando el porvenir, y nosotros sin saberlo.

En cambio, disfrutábamos juntos con el escondite. Quien pagaba el pato recorría a tientas el cuarto oscuro, mientras el resto nos acurrucábamos por parejitas dentro de los armarios o debajo de las camas, y en la amorosa compaña habríamos pasado una eternidad de no ser porque, de súbito, irrumpía la mamá con la zapatilla y nos ponía el trasero calentito a todos.

El escondite sólo tiene de malo que es gratis. Pues si valiera un dineral y lo anunciaran, todo el mundo reconocería su valor integrador y la infancia podría desarrollar plenamente sus capacidades además con mucha alegría y contento.

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