El español que tumbó a Argentina en el diván
Ángel Garma, introductor del psicoanálisis en Latinoamérica, no se cree totalmente liberado
Le parece muy bien a este anciano haber sido el creador de la tan extendida imagen del psicoanalista argentino y culpable de la desmedida afición de los ciudadanos del Cono Sur por el diván. La guerra civil truncó la introducción del psicoanálisis en España, pero Garma, "vasco por los cuatro costados", nacido en Bilbao hace 85 años, consiguió fundar una importantísima escuela psicoanalítica en Argentina que se extendió como la pólvora por toda Latinoamérica y, de retorno, por España.
"Los argentinos que fundaron la nación no tenían prejuicios, ni estructuras rígidas, emigraron con la finalidad de defender la vida y, en un país joven, estaban más abiertos a las ideas nuevas. Su personalidad era más sencilla, con menos exigencias del entorno..." Esto convertía a este pueblo, por otro lado "fóbico y melancólico, que vivía en las extensiones de la Pampa muy unido a su familia" en buen caldo de cultivo para la eclosión psicoanalítica de la que el primer culpable es Garma.El otro factor al que atribuye la penetración allí de la doctrina freudiana es su habilidad como terapeuta "los pacientes me dicen lo que saben de sí mismos y lo que no saben", musita orgulloso- "Se comunica muy bien, posee una preparación profunda y una generosidad especial. Ha permitido crecer de forma excelente a sus discípulos", añade su inseparable Betty Goode, la mujer que le acompaña desde los años 40, psicoanalista de renombre comparable al suyo y especializada en el tratamiento de niños y adolescentes. "Su labor", dice ella mirándole, "ha sido un acto de amor". No en vano es miembro honorario de casi todas las sociedades latinoamericanas y es la máxima figura honorífica del psicoanálisis, el único vicepresidente de honor de la Asociación Psicoanalítica Internacional.
Pero todo empezó mucho antes. La afición de este aplicado estudiante por la psiquiatría proviene de la misteriosa muerte de su padre, con dos tiros de escopeta en el Buenos Aires donde tenían el negocio familiar de porcelanas -es hijo de emigrantes- y de la boda de su madre con su tío, que pasó a ser su padrastro. Tenía cuatro años y pudo ser la duda sobre aquella pérdida brutal lo que le impulsó a interesarse por los misterios de la vida de los otros. En su época de estudiante de Medicina en la facultad de Madrid, fué alumno de Cajal y Marañón. Después de varios años de provechosa formación psiquiátrica en Alemania, al abrigo de una óptima situación económica familiar, una colega cambió su vida: le propuso el conocimiento de la doctrina de Freud en el Instituto de Psicoanálisis de Berlín, "el más prestigioso del mundo".
Librarse de la cárcel
Un Garma reticente, aunque curioso, invirtió su herencia en psicoanalizarse y en seguir los cursos de formación. Pronto empezó a observar que su vida instintiva mejoraba, que se había "liberado de la cárcel". Tras tres años de entrenamiento, el joven Garma, "freudiano cien por cien" cuestiona sin embargo en su memoria final la teoría del maestro sobre la génesis de la esquizofrenia. Freud le escribe acusando recibo de sus "importantes trabajos" y Garma, con 27 años, se instala como psicoanalista y vuelve a España, donde fue objeto de ataques y burlas. Salió de España cinco días antes del comienzo de la guerra, "con el presentimiento de que estallaría una revolución". En Francia se ganó la vida enseñando español y en pleno conflicto decidió viajar a la Argentina, un país familiarmente cercano.
Recién desembarcado en Buenos Aires, en 1938, Garma inicia su tutelaje con "cuatro médicos argentinos que leían a Freud". El doctor Cárcamo le ayudaría. A los cuatro años, la incipiente Asociación Psicoanalítica Argentina, que ahora tiene 500 miembros, es reconocida por la Asociación Internacional.
Y qué no habrá hecho desde entonces este hombre seductor y comunicativo -irresistible, como dice Betty-, ahora afectado por una dolencia neurológica que le dificulta el habla y los movimientos, por lo que desde hace dos años no recibe pacientes en su despacho de Buenos Aires. Su diván, que acogía siete u ocho pacientes diarios, entre ellos psicoanalistas de renombre, como Jorge Tomás y Pichón-Riviére, está vacío, aunque él continúa trabajando. Medio siglo después, el Instituto de Psicoanálisis lleva su nombre, acaba de recibir en España la Medalla del Mérito Civil por su labor y hoy será recibido por el Rey en este Madrid cuyo aire le entusiasma, de vuelta a este país tras 16 años de ausencia. España, -que "va evolucionando hacia la libertad"- le ha recibido con homenajes de muchos de sus discípulos.
¿Y la mala prensa y los chistes sobre psicoanalistas argentinos? "Vinieron a España muchos argentinos sin formación psicoanalítica, apenas sin roce con el psicoanálisis personal, que se exilaron en una situación desesperada e intentaron salir adelante acá", asegura Betty hablando por él, "pero los terapeutas formados oficialmente son excelentes y han creado escuela en España".
"Es más provechoso que los más sanos se analicen. Los capaces se vuelven más capaces", dice, y cree que pretender que sólo se tumben en el diván los enfermos o los que quieren ser terapeutas "es como querer que vayan a la escuela sólo los débiles mentales". "El análisis ayuda a vivir y llega a ser muy rentable", afirma, "ya que mejoran las condiciones de vida y la creatividad del analizado".
Bailar con Ana Freud
Él, maestro de psicoanalistas, se considera un hombre no totalmente liberado. "El ser humano nunca es totalmente libre, pero, a través del análisis puede mejorar mucho", aunque no sea aconsejable para los que padecen graves dolencias, y los muy autodestructivos.
Ha escrito 11 obras, entre ellas El psicoanálisis y los sueños, y ha revisado, a la luz del psicoanálisis, dolencias de raíz psíquica, como la úlcera gastroduodenal -"una mordedura digestiva edípica"- o las cefaleas -"ideas que actúan como un cuerpo extraño dentro de la cabeza"- Incluso ha reconsiderado en un libro el significado analítico del arte ornamental, "el menos limitado". De aquel joven tozudo y audaz que se atrevió a sacar a bailar -sin éxito- a Ana, la rígida hija de Sigmund Freud, y que se ganó simpatías sin cuento entre las mujeres, queda hoy una gran coquetería en sus ojos enrojecidos y en su manera firme y cálida de estrechar la mano.
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