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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El infierno libanés

LA EVOLUCIÓN política de Líbano recuerda a la famosa obra de teatro Huis-clos (A puerta cerrada) de Jean Paul Sartre, en la que los protagonistas, encerrados en el infierno tras agotar un ciclo de odio, violencia y amargura, comprenden que su condena eterna consiste en volver a empezar desde el principio, repitiendo las mismas acciones con idéntico espíritu y sabiéndose incapaces de alterar el final. Y así, una y otra vez.Hace cinco días saltaba por los aires un nuevo presidente de Líbano, elegido dos semanas antes gracias al espíritu de transacción establecido en la reunión de octubre celebrada por los parlamentarios libaneses en Taif (Arabia Saudí). Durante 17 días los cañones habían dejado de retumbar y, por ese breve espacio de tiempo, pareció que el nuevo mandatario, René Moawad, un cristiano maronita sensato y habilidoso, aliado de Siria por puro pragmatismo, iba a ser capaz de conciliar todas las tendencias políticas, religiosas y guerreras del país, llevándolo a la paz, tras 14 años de lucha fratricida. No fue posible: 250 kilos de explosivos acabaron con su vida cuando apenas si había empezado a conciliar posturas y a buscar salidas pactadas, negociando la constitución de un Gobierno de coalición.

Lo más dramático de todo es que sus asesinos provienen, muy probablemente, de su propio campo religioso, de una pelea intestina que enfrentaría al exaltado "primer ministro cristiano provisional", Michel Aoun, con otros sectores de la misma confesión maronita, como son las milicias de las Fuerzas Libanesas. No es seguro que ello sea así, porque entra en el terreno de lo posible que, en un futuro más o menos próximo, se descubra que los asesinos de Moawad fueron otras facciones o potencias interesadas en ver triunfar por la violencia su propia ambición: Israel, Irak, la OLP, Irán, Siria...

Líbano tiene una asombrosa capacidad de supervivencia basada en un fatalismo pragmático y en una cantera inagotable de viejos políticos, pletóricos de valentía y optimismo. Menos de 48 horas después de la muerte de Moawad, los mismos diputados que le habían elegido designaron presidente a Elías Haraui, otro cristiano maronita; en esta ocasión se trata de un político menos conocido e integrado en una pequeña Agrupación de Diputados Maronitas Independientes. Las miradas se dirigieron hacia el sector cristiano de Beirut, desde el que Aoun no defraudó a nadie con su declaración de que la elección había sido "una comedia".

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Haraui ha intentado hacer inmediatamente las mismas cosas que su predecesor: reiterar su amistad y deseo de colaboración con el aliado y árbitro inevitable, Siria, y constituir un Gobierno de unidad que responda a los nuevos criterios de distribución confesional acordados en Taif, es decir, la repartición del poder legislativo y ejecutivo por igual, entre cristianos y musulmanes. También ha confirmado como primer ministro a Salim el Hoss, musulmán suní. Dentro del reparto equitativo de carteras ministeriales, ha ofrecido un puesto a dos de los líderes libaneses más controvertidos: Walid Jumblatt, jefe de las milicias prosirias drusas, y Nabih Berri, el antiguo ministro shií de Justicia, que tradicionalmente ha controlado a los terroristas de Hezbolá -el Partido de Dios-, responsable de la mayor parte de los secuestros de extranjeros en Líbano. Se trata de iniciativas sensatas y, sobre todo, inevitables.

Puede que todo esto signifique que se ha dado un paso más, aunque sea insuficiente, en la dirección correcta y que, cada vez más solo, Michel Aoun sea ya el único que pretende acabar con la presencia siria a caflonazos. Si es así, la muerte de René Moawad no habrá sido en vano y acaso empiece a romperse el círculo vicioso de este infierno libanés.

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