Todos somos culpables
El monstruo se ha desbocado. Ya no tiene control. En apenas l0 días, Jesús Gil ha alcanzado el cénit de su histriónico discurso. Y lo peor es que se ha tomado en serio a sí mismo. El monstruo ha atacado a todos los estamentos del fútbol español, y lo ha hecho sin recibir siquiera un pequeño toque de advertencia. La prudencia enfermiza de unos y el temor al cuerpo a cuerpo de otros han dejado el camino libre para que Gil se explayase en su incontinencia verbal demagógica, en su mensaje de violencia subliminal.El globo comenzó a hincharse con un referéndum ridículo, manipulado en sus preguntas, digno de la más cutre república bananera. Gente ajena al fútbol encontró la idea "imaginativa", olvidando la carga ideológica que aportaba, y el globo se fue haciendo más grande. Los medios de comunicación contemplaron la situación con benevolencia. Y el aire entraba a borbotones en el globo. Federación y Liga Profesional se quedaban con los brazos cruzados, y el globo alcanzaba una dimensión inaudita.
Todos somos culpables. Se han cuestionado todas las reglas del juego, pero Ángel Villar, el presidente federativo, ha actuado con una prudencia enfermiza; Javier Gómez Navarro, secretario de Estado para el Deporte, se ha mantenido en silencio; y Antonio Baró, el máximo dirigente de la patronal de los clubes, sólo ha reaccionado vergonzosamente cuando a Gil se le ha ocurrido nombrarle.
Sobra prudencia y falta valentía. Pero empieza a ser sospechoso, y además tristísimo, que dirigentes, jugadores o árbitros sean incapaces de encontrar una estrategia común para frenar a Gil. En el fútbol español hay demasiado cinismo, demasiados intereses cruzados. Y eso, de momento, ha salvado a Gil.