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¡Virtudes privadas, vicios públicos

La táctica del que tiene algo que ocultar es como la del calamar: enturbiar las aguas. En este caso no lo hace por huir aprovechando la confusión, como esos pequeños cefalópodos, sino para manchar a todo el mundo y camuflar la propia suciedad. Así, por ejemplo, quienes utilizan los medios de comunicación para resolver sus cuestione s o fobias personales lo hacen siempre en nombre de la libertad de expresión y (le la defensa de la democracia; así también, muchas plumas que claman sin cesar contra la frivolidad literaria, el falso oropel (le la moda y el arribismo cultural suelen ser la viva imagen de todo lo que denuncian; así también, gente que comercializa alimentos no aptos para el consumo, levanta edificios de apartamentos donde se preveía una vivienda unifamiliar o rebaja el precio de sus servicios a cambio de no emitir factura se pasa el día comentando la sinvergonzonería y la corrupción de todos los políticos. En fin, la táctica del calamar de enturbiarlo todo viene a dar como resultado la posibilidad de actuar en beneficio propio y hasta aparecer como un concienciador público. La única manera de intentar enturbiar la rectitud es sembrar la confusión.Una historia personal es algo a lo que todo ser humano tiene derecho por la sencilla razón de que, para su bien o para su mal, se la ha construido él mismo. Una historia personal se puede manipular y desenfocar, pero difícilmente se puede borrar. Hoy, también, mucha gente tiene una historia persona[ tan delatora que no puede hacer otra cosa para esconderla que seguir la táctica del calamar: cuanta más tinta arrojes sobre los demás, mayor será la confusión, y en la. confusión está tu camuflaje: todos sucios, nadie limpio; y si nadie limpio, ¿quién se atreverá a reprocharme? Por eso está tan de moda la des calificación, el insulto. Hay demasiada gente que tiene demasiado que ocultar, demasiadas, contradicciones que lavar.

Entre las acusaciones que más frecuentemente se vierten hay también una dirigida a los intelectuales: la de haber hecho mutis del escenario civil, la de haberse retirado de la vida civil de protesta, denuncia e inconformismo; y en muchos casos se añade que eso se debe a que los intelectuales, hoy día, han sido domados por el poder. De un modo u otro, la descarga de tinta está bien dirigida: se trata de manchar a los intelectuales en general; y en este país, en que tradicionalmente la cultura ha sido considerada por el poder única y exclusivamente como un enemigo, vuelven los mismos perros con distintos collares. La figura del intelectual conviene que sea siempre turbia, sospechosa, vengan de donde vengan los ataques. A todo poder, en el Gobierno, en la oposición o en la vida pública en general, le interesan muy poco las voces propias.

La acusación de retirada al ámbito de lo privado es doblemente insidiosa. Hoy se está identificando lo privado con el beneficio privado en el terreno económico, de modo que retirarse a lo privado es, por extensión, hacer dejación de la solidaridad civil e irse a coleccionar chollos, prebendas y dinero a manos llenas. De este modo se concluye que, en el fondo, a los intelectuales se les calla con dinero. Toda esta ceremonia de la confusión tiene, evidentemente, una buena colección de beneficiarios: aquella gente que carece de pensamiento y se ve obligada a parecer un intelectual, y aquella otra a la que le resulta muy rentable desvalorizar la imagen personal y social de aquellos que poseen una historia personal de rectitud, coherencia y honestidad. Son las bandadas de calamares que navegan por las turbias aguas de la vida pública.

Leyendo en estos días los diarios de Ernst Jünger di de pronto con una frase reveladora: "Quizá podría establecerse, de manera muy general, la tesis de que el orden visible se ve precisado a crecer en idéntica medida en que va perdiéndose la armonía interior. Así es como aumenta el número de médicos en la misma proporción en que se pierde la capacidad curativa".

La armonía interior de la que habla Jünger no es un don, ni en el individuo ni en los grupos o sociedades de individuos; por el contrario, se trata de una conquista, de un camino de perfección, y enlaza así con las aspiraciones sustanciales del ser humano que han dado siempre lugar a sus convicciones éticas. La búsqueda de la armonía interior es una actitud originalmente privada, perteneciente al ámbito de lo privado, pero también posee una calidad ejemplar para un colectivo como fuente de decisiones de bienestar común, que es a lo que aspira la conciencia democrática.

Pues bien, hoy el orden visible ha crecido desmesuradamente, desde la economía hasta la cultura, y al crecer ha disminuido sensible, gravemente, la armonía interior, la cohesión interna que fundamenta su existencia. Siguiendo el ejemplo de Jünger, tenemos más médicos porque hemos perdido capacidad curativa; es decir, tenemos más ricos, más beneficios, más tiburones, más semicultos, más charlatanes..., pero estamos creando más infelicidad. En esta situación Se establece también la acusación de retirarse al mundo de lo privado como un anatema contra mucha gente cuyo único pecado es el de apartarse de ese crecimiento desmesurado del orden visible para intentar afirmarse en una armonía interior que les permita resistir la estampida y reordenar su sentido de la vida.

Y en medio de esta situación, los calamares no cesan de arrojar tinta contra quienes han preferido retirarse y esperar -pero nunca claudicar- y contra quienes, apoyados en su historia personal, pretenden seguir adelante, en medio del desconcierto y la necesidad de una sociedad a la que todo se le echa encima demasiado deprisa como para permitirse el lujo de reflexionar. Time is money. No son buenos estos tiempos para aquellos a quienes se les tambalean los valores que los han traído hasta aquí. Estamos entre un Estado que ha dado el visto bueno al mandato de "enriqueceos, porque vuestra riqueza será la de la nación" y quienes necesitan la turbiedad del río revuelto para llenar la cesta. Quizá por eso el ámbito de lo privado, a pesar de los intentos de culpabilización y vergüenza que inciden sobre él, sea un lugar donde la antorcha se mantenga encendida entre la monstruosa proliferación del orden visible.

Dice Janger, unas páginas más adelante, que "en una situación en que son los técnicos quienes administran los Estados y los remodelan de acuerdo con sus ideas, están amenazadas de confiscación no sólo las digresiones metafísicas y las consagradas a las musas; lo está también la, pura alegría de vivir. Quedaron atrás hace ya mucho los tiempos en que la propiedad era considerada un latrocinio. Del lujo forma parte también el modo propio de ser, el ethos, del que dice Heráclito que es el daimon del ser humano. La lucha por un modo propio de ser, la voluntad de salvaguardar un modo propio de ser es uno de los grandes, de los trágicos asuntos de: nuestro tiempo". No lo olvidemos; especialmente ahora.

José María Guelbenzu es editor y novelista.

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