Hacia un nuevo socialismo
Los laboristas han iniciado las sesiones del congreso con la idea de renovar los programas de cada uno de los tres grandes partidos socialistas de la Comunidad Europea: el británico, el alemán occidental y el francés. Sus orientaciones, ya conocidas, son interesantes, especialmente en lo relativo a la ecología, los derechos de la mujer y las regiones. Sin embargo, están muy por debajo de los problemas que surgirán de aquí al año 2000. No tienen en cuenta el significado de los profundos movimientos que van a conmover a Europa, ya se trate de la creación del gran mercado único o de la evolución de los países del Este hacia la democracia. Estas orientaciones mejoran el socialismo actual, pero no ven que estos movimientos están a punto de socavar sus propias bases. Ignoran que éstos implican la elaboración de un nuevo socialismo.El socialismo actual se desarrolló a comienzos del siglo XIX como consecuencia de la contradicción existente entre los principios de la Revolución Francesa y las consecuencias de la revolución industrial multiplicadas por el librecambismo establecido bajo la influencia del Reino Unido. Los privilegios de la nobleza y la coacción de las corporaciones acababan de suprimirse cuando el progreso técnico y la competencia salvaje hicieron que la producción se expandiera considerablemente creando de inmediato los privilegios del dinero y los apremios de la pobreza. La explosión de la industria propició el surgimiento de "una aristocracia de fabricantes, una de las más duras que ha existido sobre la tierra", según Tocqueville. Por esta razón surgió en los confines de las ciudades un proletariado miserable cuya condición ha sido descrita en las investigaciones de Villermé en Francia y en las novelas de Dickens en Inglaterra. El socialismo se creó para sacarlo de ese abismo.
Su objetivo fundamental era aproximar realidad y derechos para que la libertad y la igualdad dejaran de ser sólo simbólicas y pudieran ser disfrutadas por todos los ciudadanos y no sólo por algunos miles de electores censatarios. Para lograrlo en una época en la que los propietarios de las empresas podían explotar a gusto a sus trabajadores pagándoles sueldos de hambre e imponiéndoles horarios de esclavos, era natural pensar en la necesidad de suprimir la propiedad privada de los medios de producción. Los socialistas franceses ya habían propuesto su apropiación colectiva cuando Marx creyó que sería económicamente más eficaz que el capitalismo, al cual preveía su cercana dacadencia. No obstante, el objetivo era siempre el de reemplazar la sociedad burguesa por una "asociación donde la libre expansión de cada uno es la condición de la libre expansión de todos", como lo precisa el Manifiesto de 1847 en una fórmula muy olvidada.
Lenin la ignoró cuando estableció bajo el nombre de comunismo la dictadura de un partido único y totalitario que controlaba una industria, una agricultura y un comercio totalmente en manos del Estado. La diferencia se hace aún mayor cuando Stalin convierte el sistema en más tiránico y monolítico. El socialismo evoluciona en una dirección exactamente opuesta cuando sus partidarios, que consideran el marxismo-leninismo como una herejía, consiguen establecer los regímenes que actualmente se conocen bajo el nombre de socialdemócratas, aunque todos ellos no actúen como partidos así clasificados. La producción y los intercambios benefician especialmente a las empresas privadas en el marco de los mecanismos del mercado regulados por el poder público, equilibrados por negociaciones con los sindicatos de trabajadores y corregidos por una redistribución de alrededor del 40% de los ingresos, que permite asegurarle a todos una formación de bases y una cobertura de los riesgos sociales (cargas familiares, enfermedades, accidentes, vejez, paro, etcétera). La coincidencia de un desarrollo económico eficaz con una igualdad relativa y con una auténtica libertad ha originado las mejores sociedades que han existido en el mundo a lo largo de la historia. Sin embargo, su éxito debilitó incluso el dinamismo de la socialdemocracia, convirtiéndola en gestionaria.
Una conjunción similar a la que creó los socialismos clásicos está por producirse en este final del siglo XX. Rompiendo con la dictadura y el estatismo, la URSS, Polonia y Hungría empujan a la Europa comunista a una revolución que introduce en el Este los principios definidos en 1789. Con la instauración en Occidente del gran mercado de 1993, la Comunidad multiplica los efectos de las nuevas técnicas, al igual que el librecambismo de la escuela de Manchester lo había hecho para los que propiciaron la revolución industrial a comienzos del siglo XIX. Mientras los clanes de los partidos socialistas del Reino Unido, Alemania Occidental y Francia tratan de rejuvenecer doctrinas elaboradas en situaciones muy distintas a la actual, se impone con evidencia la necesidad de un socialismo radicalmente renovado.
Harán falta, ciertamente, mucho tiempo e imaginación para llenar el vacío que deja el naufragio del marxismo-leninismo, la más grande utopía que la historia haya tratado de materializar. Su desaparición deja intacto en el espíritu de los hombres el sueño de una sociedad más humana que aquella donde dos tercios de satisfechos ya no se sienten amenazados por un tercio de parias sin esperanza, según la magnífica imagen de Noberto Bobbio. En este aspecto, los congresos de 1989-1990 sólo podrán plantear el problema. De todos modos, ya les resultará posible definir la estrategia del nuevo socialismo que exige la nueva Europa que se está gestando. En este momento, las subvenciones de los Gobiernos para la investigación y el programa Eureka de la Comunidad le abren el camino. Ha llegado el momento de comprometerse aún más.
El socialismo ya no puede limitarse a regular el mercado a través de una política coyuntural y a corregirla por medio de una redistribución social de los ingresos. En lo sucesivo debe entrar a fondo en el juego de la competencia otorgándole a los poderes públicos los mismos medios para actuar de que disponen las empresas privadas, Las nacionalizaciones al ciento por ciento del capital ya no tienen sentido cuando el 51% es suficiente para controlar un negocio. Bajo esta fórmula sería preciso considerar la constitución de multinacionales comunitarias. Cuando la Caja de Depósitos francesa utiliza sus enormes recursos para participar en la bolsa, practica un socialismo original que podría extenderse al Banco Europeo de Inversiones. El dinero proveniente de los impuestos decididos por un Parlamento democrático, por las transferencias de los Gobiernos a las instituciones de Bruselas, por el ahorro de los ciudadanos en organizaciones del Estado o en colectividades locales es tan legítimo como el de los bancos o empresas privadas. Los abusos que se cometen pueden recibir un mejor castigo por parte de los electores que de los accionistas. Después del Estado-productor del comunismo y del Estadoprotector de la socialdemocracia parece haber llegado el momento del Estado-promotor junto a los empresarios o, más exactamente, de una coordinación organizada entre éste y una Comunidad-promotora.
Maurice Duverger es catedrático de Derecho Político y Constitucional de la universidad de La Sorbona, París, y eurodiputado por el Partido Comunista Italiano. Traducción: C. Scavino.
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