Horas de incredulidad
Blanca M., profesional liberal en paro, separada, con dos hijos, dormitaba plácidamente ante el televisor en las primeras horas de la noche electoral cuando Telemadrid, el canal que sintonizaba, como la mayor parte de los españoles que viven en Madrid, la despertó de improviso: el sondeo de la COPE decía que el PSOE perdía la mayoría absoluta. Y la incredulidad habitó en España.Comenzó entonces, sobre las nueve de la noche, en su televisor y en todos los receptores de radio y de televisión, la noche de la incredulidad digital: los dedos se movieron de una emisora a otra para verificar si aquello que las encuestas habían anunciado como una posibilidad remota respondía o no a la realidad. Las radios saciaron esa incredulidad con nuevos datos, y, en el caso de la televisión, mientras Telemadrid andaba de un lado para otro como si fuera un caballo desbocado en busca de los datos y las opiniones más frescas posibles, TVE no se lo podía creer y por eso mantenía en los estudios, frente al hervidero ajeno, la quietud prolongadísima de los bustos parlantes. Se quedó quieta y boquiabierta: Solana debió ser el español más incrédulo y mantuvo la tele como si fuera de otro país.
A las ocho y un minuto, todos habían dicho lo contrario: el PSOE tiene la mayoría absoluta otra vez. Tranquilidad en las masas, pues. De pronto, la chispa: el PSOE pierde, pierde la mayoría absoluta. En efecto, lo decía la COPE, lo pronosticaba Radio Nacional, lo auguraba el sondeo de la SER y lo retransmitía la televisión autonómica, aunque el Pirulí lo guardaba como oro en paño. Por otra parte, antes de que la verificación fuera posible, la discreción socialista había sido absoluta y la actitud de los restantes partidos había sido la de mantener la media distancia. Suárez, atrincherado, envió al cano Revilla a sonreír ante las cámaras para decir que no decía nada. Aznar se escudó al principio en un macero municipal, Álvarez del Manzano, que fue más lejos: "Ganamos en Madrid, claro que sí". Rodríguez Sahagún, el escudero municipal, más perdedor, salió en la tele con la sonrisa que le ha inventado Máximo Pradera para decir que no había que apurarse, pero que él estaba muy apurado.
A su lado, risueño pero lejano, como un personaje de Joaquín Sabina, el ex alcalde Barranco parecía ajeno a la zozobra de su grupo: "Me alegro mucho por Izquierda Unida, que deben estar muy contentos". Gerardo Iglesias reclamó un Gobierno más a la izquierda: "Lo pide España". Pablo Castellano, enfrentado a los micrófonos de todas las radios sucesivas, añadía un matiz comprensivo: No ha sido el PSOE, ha sido "el partido de don Felipe González". Aznar vino después, cuando el fracaso del PSOE en su propósito de alcanzar el triunfo absoluto parecía más tangible, y fue suave en su euforia: "Dormiré como un lirón".
Los dedos incrédulos de los españoles fueron de una emisora a otra para ver si la noticia era una broma como la del vídeo que TVE emitió varias veces para quitarle hierro a la campaña pasada: en imágenes sucesivas, en ese vídeo humorístico, TVE hacía dialogar ficticiamente a los distintos líderes de modo que lo que en su momento fueron frases solemnes se convirtieran en puro cachondeo: "Señores, ayer no había mantequilla en Moscú", decía Felipe González. "Se están burlando de ti", decía Anguita. "¿Cómo?", preguntaba con la nariz José María Aznar. "Yo he tenido esa experiencia", indicaba Adolfo Suárez.
La risa del vídeo
La incredulidad mató la risa del vídeo: a las nueve de la noche, la COPE, recogida en directo por la emisora de televisión de Joaquín Leguina, anunciaba que era un hecho: se acababa la hegemonía socialista, Izquierda Unida subía, era la bisagra. La incredulidad de los españoles empezó a convertirse en sospecha, cuando apareció Joaquín Leguina, vestido de novelista, visiblemente nervioso: "Todavía no podemos decir nada".
Los dedos siguieron viajando hasta que se pararon largo rato en la rueda de prensa más esperada de la noche: la de Alfonso Guerra, el vicepresidente, sobre 23.35. No apareció de beis, y ese fue un mal presagio: de oscuro, acaso de marrón oscuro, con una corbata de seda, más molesto con el mundo que lo que es habitual, flanqueado por Rosa Conde y por José Luis Corcuera, el hombre fuerte del aparato socialista abandonó el tono de 1986, seguro y distante, para aproximarse al tono del que no sabe en qué lado del abismo se encuentra. "PSOE, 172 diputados". Al final daba la impresión de que él tampoco se lo quería creer y dejó para más tarde la confirmación de que su partido dejara o no la hegemonía.
Pero desde que terminó de hablar el vicepresidente, los dedos dejaron de correr por los receptores. Se lo dijo el taxista a Blanca M., cuando salió a celebrarlo a una hamburguesería del barrio: "la suerte está echada. Ahora tienen que pactar". "Calle, que habla Anguita". Y habla Anguita: "El que quiera hablar con nosotros, que nos llarrie". Con un cierto tono fraguiano, el líder cordobés pudo añadir, para que todo el mundo se enterara: "Y punto".
Por fin Felipe González, con la sonrisa de los que no lo tienen claro -de medio lado, incrédula- agradeció a todos el esfuerzo y se esforzó por decir la cifra inquietante: "PSOE, 175 diputados", sobre la una de la madrugada. Cuando se despidió, los que acudieron a verle al Palace le rindieron un aplauso que parecía tan ladeado como su sonrisa de después de la medianoche del 29 de octubre. La certeza se pospuso, y la incredulidad seguía latente.
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