Vuelve el pánico a Wall Street
DOS AÑOS después del segundo crash bursátil de este siglo, el pánico volvió al escenario de Wall Street. La caída en 190 puntos en el índice Dow Jones (promedio de las cotizaciones de 30 de los más importantes valores industriales cotizados en aquella bolsa) es la más pronunciada desde aquel lunes 19 de octubre de 1987 y superior a los 108 puntos del viernes que le precedió. Un dato expresivo de la tensión existente en esta jornada es el importante volumen de contratación, 240 millones de acciones, y, más concretamente, los más de 100 millones negociados en la última hora de la sesión.Diversas circunstancias parecen haber contribuido a ese descenso, sin que por el momento sea posible atribuir con exactitud un grado de determinación específico a alguna de ellas. El fracaso de la operación de compra de una filial de la compañía United Airlines tras no poder obtener el aseguramiento de la financiación de la misma mediante los instrumentos conocidos como bonos basura (instrumentos financieros de alto rendimiento, pero, igualmente, de elevado riesgo) ha sido destacada como la razón más aparente.
El potencial desestabilizador de una operación singular corno esta, aun considerando su importante volumen y su impacto sobre el mercado de ese tipo de instrumentos, no sería tal si la hipersensibilidad de los grandes mercados bursátiles no estuviera alimentada por factores adicionales de incertidumbre, derivados tanto del comportamiento de la economía estadounidense como del grado de compromiso presente en las actuaciones de las principales autoridades monetarias del mundo.
A la asimilación del desfavorable índice de precios al por mayor en esa economía durante el mes de septiembre (0,9%), hecho público el viernes, habría también que añadir la ambigüedad, cuando no las actuaciones y declaraciones contradictorias, de los principales bancos centrales en su intento por dotar de estabilidad a los mercados de divisas, y en general al conjunto de los mercados financieros. Las declaraciones del presidente de la Reserva Federal el pasado martes en Moscú, acerca de las dificultades de mantener un compromiso en el seno del Grupo de los Siete en torno al nivel deseado de los tipos de cambio de sus respectivas monedas, son un exponente de ello.
El clima de tensión en esa jornada no se vio precisamente atenuado por las actuaciones de las autoridades reguladoras del mercado neoyorquino. Los controles impuestos tras la crisis de 1987 bajo la forma de límites automáticos al descenso del índice resultaron un factor adicional de confusión para la mayoría de los operadores.
La incertidumbre se centra en el tipo de reacción con que mañana, lunes, respondan el resto de los mercados, y muy especialmente el madrugador Tokio. No parece, sin embargo, que pueda reproducirse la cadena de respuestas de hace dos años. La más concreta localización sectorial del estímulo inicial al descenso registrado debería actuar como lógico inmunizador frente a las posibilidades de contagio de pánico psicológico que Nueva York vivió en la noche de ese viernes 13. A ello deberán contribuir esas autoridades monetarias que, en ocasiones, dan la impresión de no asumir los riesgos asociados a un espacio financiero mundial crecientemente integrado.
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